Quien tiene un amigo tiene un tesoro, y todas esas frases dignas de libretas de Mr Wonderful, efectivamente son ciertas, más o menos. No creo que cualquier amistad sea equivalente a un tesoro, desde luego cambiaba de buena gana algunas amistades de mi pasado por un puñado no muy grande de monedas, pero a veces tienes suerte y aparece en tu vida alguien especial. Yo la conocí, nos gusta decir que nos conocimos en el infierno (ya que nuestra amistad surgió en un curro de mierda con un ambiente súper tóxico a todos los niveles).  Ella era un tía trabajadora, divertida, alegre y muy cariñosa. Al poco de profundizar nuestra amistad, me quedé embarazada, justo cuando ella recibía una de las peores noticias de su vida. Yo la acompañé en lo que pude en ese proceso duro de duelo y ella me acompañó en mi maternidad como ojalá todas las madres pudieran ser acompañadas. Ella estaba conmigo, me ayudaba en los problemillas logísticos de la conciliación, me escuchaba, me animaba a seguir con mis convicciones a pesar de tener muchas opiniones en contra… En fin, era una amiga perfecta.

No fue de extrañar que, al nacer mi segundo hijo, la eligiera a ella de madrina. Ella había estado a mi lado, había llorado conmigo y había vomitado también, porque en las (no pocas) veces que mi hijo nos había traído a casa uno de esos maravillosos virus gastrointestinales, ella estaba ahí, al pie del cañón, ayudándome cuando me sentía mal, cuidándolo cuando me iba a trabajar y contagiándose cuando estábamos todos ya recuperados.

Poco después conoció al hombre de su vida (si, yo tuve algo que ver en eso) y las cosas empezaron a irle realmente bien, justo cuando yo empezaba mi proceso de divorcio. Y ahí estaba ella, saliendo de su burbuja de felicidad absoluta para tirar por mi y mostrarme el camino correcto hacia mi propia felicidad. Diciendo, aunque fuese incómodo, que aquello que yo estaba haciendo estaba bien para mi y que debía seguir adelante.

Y así yo reconocí el amor en quien menos esperaba, y a mí también se me colocó la vida. ¡Qué bonito fue! Después de haber salido del infierno y haber pasado auténticas desgracias juntas, estábamos las dos felices al fin, no podíamos pedir más. Yo fui quien le hizo responder “si, quiero” en su boda, y ella quien me lo hizo decir a mí en la mía, con su bebé en la barriga, mi precioso ahijado. Todo era tan de película… Que se rompió.

Y es que, tras el confinamiento, que ni qué decir tengo sobre cómo nos afectó a todos, tanto en su casa como en la mía empezaron las desgracias. Algunas pequeñas, otras no tanto. Pero ahora no vivimos tan cerca y, con niños, trabajos y obligaciones no es tan fácil sacar un momento para atravesar la ciudad, llegar a las afueras y tomar un café. Nuestras charlas de desahogo nunca fueron tan necesarias, pero son un atropello de frases inconexas por teléfono intentado ponernos al día pero sin dramatizar demasiado. Siempre decíamos que hablaríamos de cosas bonitas, porque feo ya era todo lo demás, pero es que es imposible no contarnos nuestras desgracias, que no eran pocas.

Yo me encuentro casi recompuesta, con mucha más fuerza, pero con poco tiempo. Son tres niños, unos estudios, una casa y muchos qué haceres incompatibles con los suyos. Ella siempre está ocupada, y es que en su vida le han caído responsabilidades como losas a la espalda con las que tierne que convivir. Y yo la veo, olvidándose de ella misma, poniendo siempre el foco en los demás, sin ver que los demás estrían mejor si ella volviese a sonreír, empeñada en conseguirlo todo y haciéndolo, porque si alguien en la vida puede, es ella.

Me gustaría tanto estar ahí, a su lado, haciendo por ella la mitad de lo que ella hizo por mí, encargándome de que su mochila pese menos, escuchando sus desahogos con calma y una taza de café, buscando un rincón para reírnos tiradas por el suelo aunque haya gente mirando, buscando excusas para pasar por delante de nuestra heladería de siempre para parar un momentito y disfrutar… Pero no podemos. Ni ella ni yo podemos movernos con tanta ligereza, ni ella ni yo encontramos un momento para charlar lento, siempre es todo exprés. Me estoy perdiendo tanto, ella se ha perdido tanto… Y me siento muy culpable por no poder hacer que, aunque sea de vez en cuando, se sienta un poco mejor.

No sé si un amigo es un tesoro, pero mi AMIGA es la mejor persona que conozco y ojalá ella sepa de verdad cuanto aprecio esta cosa extraña en lo que se ha convertido nuestra amistad. No nos vemos, pero sigue siendo mi hermana.