Años trabajando en el sector me han dado para varias historias. Siempre desde el amor y el cariño. Personalmente creo que está poco valorado el sector. Pero hoy sólo vengo con unas pocas historias para que os riais. Os dejo con unas pocas de las mejores que he visto:

Don Paco: Así se llamaba el hombre, un señor de 90 años muy serio en un principio. Vivía en la residencia porque no quería estar sólo, era completamente independiente así que era uno de esos que tenía tarjeta de entrada y salida libre porque podía entrar y salir cuando quisiera. Problema… El hombre ahí donde lo veíais había sido un hippie nudista en los 60 y 70. Y cuando se sentía inspirado el hombre desaparecía de la residencia para a ir a pasear desnudo por el pueblo. ¡Lo curioso es que en invierno el hombre salía desnudo igual! Con la boina, la bufanda, las botas y el bastón. !Pero desnudo! Cada vez que llamaba la policía Local era para decirnos que el señor Paco había vuelto a salir por el pueblo con su traje de nacimiento.

Doña Ernesta: La mujer más picante y extravagante que hubiera conocido jamás. Había sido stripper en burdeles y todavía le gustaba hacer sus movimientos aunque fuera en andador o silla de ruedas la mayoría de las veces. La mujer estaba claro que era todo un personaje. Imaginaros la que se liaba cuando nos descuidábamos y la señora intentaba hacer un estreaptease en el salón común. A los hombres no les importaba, pero a sus mujeres sí. Yo me partía de risa con ella. Las otra la llamaban pelandrusca y ella decía que le tenían envidia.

Don Pablo: Era uno de los abuelos más grandes, y no me refiero a edad, me refiero a altura y complexión. Había sido culturista y medía cerca de los dos metros. Una locura moverlo, porque además al pobre hombre con su peso y altura le fallaban las rodillas. Yo como auxiliar iba vestida con el uniforme del geriátrico. Uno blanco y verde con el cuello de pico y cada vez que me agachaba se me veía el escote porque debajo sólo llevaba ropa interior, con el calor que hacía allí no se me ocurría poner nada debajo. Don Pablo cada vez que me agachaba movía la cabeza para ver dentro de mi camiseta, y empezó a ser un peligro porque como se cayera ese hombre a ver como lo levantábamos después, además del daño que podía hacerse. Siempre que me agachaba para atarle los zapatos ahí que se le iba la vista, la cabeza y luego el cuerpo entero. Un día me cansé, me levanté, me levanté la camiseta hasta el cuello y le dije: ¿Don Pablo, ahora que ha visto que no hay nada interesante puede dejar de inclinarse que nos vamos a caer? Al hombre casi le dio un infarto, la auxiliar que estaba conmigo casi se mea de risa. Poco ortodoxo fue, pero el hombre jamás volvió a intentar mirar nada.

Doña Inés y Don Julio: Matrimonio encantador. Habían decidido irse los dos a un geriátrico para que los hijos se quedaran tranquilos. En mi primera noche en ese sitio y sin conocer aun nada me mandaron pasar la ronda de las buenas noches. Básicamente era comprobar que todos estuvieran a gusto, en sus camas, y ver si necesitaban algo. Era zona de independientes así que era raro el que necesitaba más allá de un vaso de agua. Llegué a su habitación, llamé a la puerta, pedí permiso y entré. Y me encuentro a la señora de 85 años cabalgando encima del marido en el sillón, vestido de flores arriba y rebotando. Pedí disculpas y me fui por donde llegué. Cuando volví conmocionada al control de enfermería todas se reían de mí. Parece que se olvidaron de mencionar  que a Doña Inés y Don Julio no les daba las buenas noches, porque ellos ya se la daban ellos mismos. Conste que ojalá de mayor pudiera ser como ellos. Que agilidad para una señora de esa edad, y vaya aguante el de él sin Viagra. Digno de admiración.

Doña Cata: Jamás he conocido a nadie tan obsesionada con los plátanos. Estaba enganchada a ellos como si fueran heroína. Pero es que además la señora traficaba con ellos dentro del geriátrico como si estuviera pasando pastillas de éxtasis de estraperlo. Os lo juro, cuando la veíamos esconder los plátanos y trapichear con los demás abuelos era super gracioso porque se escondía como si estuviera haciendo algo ilegal. Cuando falleció le mandamos una corona de plátanos. Se que es raro y que la gente posiblemente se hubiera quedado flipando en el funeral. Pero ella lo hubiera apreciado.