Mi amigo, soltero y sin hijos, se ha enamorado de una mujer recién divorciada, con dos hijos preadolescentes y obvios asuntos internos que gestionar. Sin ser despectiva, acierto al describirla como “despechá y alocá”. Así es como anda. A sus cuarenta y largos y con responsabilidades familiares, ha vuelto a la veintena.

En cualquier celebración, ella es la que más charla con todo el mundo, la que más bebe, la que más baila y la que tiene la resaca más gorda al día siguiente. Ya se la ha visto en algún numerito propio de adolescente, llorando a las puertas de un pub a las tantas de la mañana, bebida y gritándole a su novio por estar hablando con otra.

Está claro que la mujer está teniendo comportamientos muy impropios de su etapa vital y de cómo ha sido hasta ahora. Él le está proporcionando un contexto muy diferente al que tenía con su marido y sus hijos, una nueva realidad que ella usa como cubo de arena en el que esconder la cabeza. Lo está utilizando como puente.

Apostaría fuerte a que, cuando ella supere lo de su ex y se sosiegue, va a mandar a mi amigo a pastar.

Puente, puente, pasa la corriente

Podría contar otras tantas escenas dignas de novela romántica para demostrar porque ella está canalizando con él su despecho y utilizándolo. Pero, por evitar posibles identificaciones, me lo voy a ahorrar. Su actitud está muy clara, pero, ¿y la de mi amigo?

Se supone que es un hombre adulto y funcional capaz de ver que ella no está bien. Y hay dos opciones: o sale de ahí para priorizarse y protegerse o la acompaña en el proceso, pero teniendo claro cuál es su papel en la historia (el de puente).

Pero la realidad es que mi amigo, pese a ser un adulto funcional, ha demostrado poca inteligencia emocional. Su entorno está lleno de relaciones de las de antes, de esas en las que las parejas permanecen juntas por inercia y por convencionalismo. Él ve a una pareja como una vía de encaje social, para no estar solo y para formar una familia en el futuro, nada más. No puede atender otras demandas, razón por la que su ex lo dejó.

Para cuando llegó su nueva novia, la mujer recién divorciada, él acumulaba una sucesión de relaciones fallidas. Y, lo peor, una incapacidad evidente de entender qué es una relación de pareja sana y completa. Por eso digo que la que mantiene ahora va a terminar de cargárselo.

Sí a todo, pero con honestidad

Entiendo que quien utiliza a otra persona como puente no siempre lo hace a sabiendas y con egoísmo premeditado. A veces, el trauma que le ha dejado la ruptura la sume en un estado nuevo y desconocido. Y, durante el mismo, experimenta necesidades que sí cubre esa persona puente. Pero luego, cuando las necesidades vuelven a cambiar, la relación ya no es sostenible.

Aventuro un escenario de ruptura, enfado, sensación de sentirse utilizado y frustración. Por la diferencia de momentos vitales en las que se encuentra cada uno y porque, además, ni tienen nada en común, ni complicidad ni ningún elemento que los una. Es una sociedad con fecha de caducidad.

Todo esto, claro, se podría evitar con terapia y honestidad. Terapia para resolver tus asuntos internos sin utilizar a nadie. Honestidad para, en caso de que alguien aparezca en tu vida y quiera ayudarte, dejarle claro en qué momento te encuentras. Si se quiere quedar, que sea sabiendo lo que hay.

A lo mejor me equivoco de cabo a rabo, pero presiento que, en unos meses, vendré contando la segunda parte.

Anónimo.