Hace poco, una amiga me contó que su hija iba más contenta ahora a natación desde que sabía que una amiga suya iba a la misma hora a la misma piscina, solo que ella entrenaba por libre. Se me hizo extraño pensar en “entrenar por libre” porque estamos hablando de niños de 9 años, pero tampoco le di mayor importancia.

Coincidimos por la calle con la mamá de una amiga común de ambas niñas y nos contó que se había enterado de la coincidencia, que la niña también se había puesto muy contenta de ver a su amiga allí, ya que, desde que su amiga se mudó, no se veían nunca. Esta madre nos contó que la niña tocaba dos instrumentos en el conservatorio a nivel profesional, que iba a una academia de inglés con la que hacían intercambios en verano y que llevaba compitiendo en natación desde los 6. Nos quedamos las dos bastante alucinadas, porque era muy pequeña para ser tan experta en tantas cosas. Hablamos del esfuerzo, del talento para algunas cosas…

Pero, dos semanas después mi amiga y yo quedamos nuevamente y me quiso poner al día sobre la amiguita de su hijo. Al parecer, a la semana siguiente de habernos visto, acompañó a su hija a natación y aprovechó para nadar ella un poco también por libre. Entonces, un monitor al que conocía le contó que aquella niña era conocida por todos por ser habitual allí, que trabajaba mucho y muy duro y que siempre iba con su hermano mayor, que hacía de entrenador personal.

Ese día, mi amiga se acercó a saludar. La niña se alegró de verla y le devolvió el saludo mientras hacía aun descanso. Pero, en cuanto su hermano la vio hablar con ella, se acercó muy serio. Se dirigió directamente a mi amiga “Estamos entrenando”. No hubo saludo ni ninguna otra frase de cortesía. Ella, incómoda, le explicó que era la madre de una amiga suya (mientras la señalaba a lo lejos) y que se había alegrado mucho de verla. Él forzó una sonrisa y, empujando levemente a la niña hacia el agua de nuevo le dijo “Ya, bueno, es que ella tiene que entrenar”. La niña, mirando de reojo, dijo adiós con la mano y se tiró al agua con un estilo impecable.

Al marcharse, su hija quiso despedirse de su amiga, que fingió no verla y siguió nadando incluso más tarde de su hora, para no coincidir al salir del agua. Mi amiga cogió a su hija por los hombros y se la llevó, después de casi 15 minutos de espera, ya que entendió que, una vez terminado el entrenamiento, podrían charlar un poco.

La semana siguiente fue la confirmación de que algo raro pasaba. La niña no estaba a su hora en el carril de la piscina que tenía reservado. Mi amiga preguntó al monitor y éste le dijo que la semana anterior el hermano de la niña había pedido un cambio de hora y día para su reserva. Ella se sorprendió y quiso descartar que su encuentro la semana anterior tuviera nada que ver con este cambio, por lo que hizo un cambio en su camino de vuelta a casa para pasar por la tienda de calzado donde trabajaba la otra madre con la que había hablado el día que yo iba con ella. Ésta le dijo que sabía por su hija que la niña había cambiado de hora de piscina y que no entendía por qué su hermano le decía que “a esa hora había muchas distracciones”, si ella solamente había saludado a la madre de una amiga. Parecía que esa niña empezaba a entender que su niñez había acabado antes de tiempo sin darse cuenta y que, lo que antes era un hobby ahora era una exigencia, un trabajo, una obligación. Le contó que ya no se divertía nadando, que empezaba a odiar su clarinete y que, preparando en casa el último examen de violonchelo, le habían acabado sangrando dos dedos por la fricción de las cuerdas. Desde que su hermano había terminado la carrera, su madre había dejado a la niña un poco  más al cuidado de él mientras no encontraba trabajo y, éste se había vuelto un ogro con ella, no le dejaba tiempo libre para nada, le había guardado las muñecas en el trastero y solamente podía dedicar su tiempo libre a trabajar.

Ella había empezado a inventase deberes y a hacer trabajos voluntarios para el cole para poder descansar de sus otras obligaciones, aunque tenía miedo de que, si seguía sacando dieces, luego fuese eso también una exigencia.

Ahora, al parecer, quería meterla también a clases de alemán. Ella en el fondo lo veía bien, porque al menos era algo diferente, pero no podía más con tanta presión.

Mi amiga y yo charlamos toda la tarde sobre esto porque, ¿nadie se da cuenta de que esa niña está amargada con toda la razón del mundo? ¿su madre no ve que su hermano se está pasando de la raya? O quizá hace con ella lo mismo que hicieron con él. Luego hablamos de un caso que conocemos de una familia a la cual asuntos sociales investigó por absentismo escolar, cuando el niño estaba constantemente ingresado en el hospital por una enfermedad rara. Ahí, que la familia ya tiene bastante con lo que tiene, tienen que lidiar con burocracia y dar explicaciones constantemente, pero esta niña, a la que claramente se le ha robado el derecho fundamental de ser niña, de jugar y de relacionarse, no pasa nada porque es una niña ejemplar.

Siento mucha pena por ella. No quiero pensar en cómo será su vida en un futuro. Si no se corrompe, seguro que tendrá un trabajo excepcional, pero quisiera saber si será capaz de controlar la autoexigencia que está creciendo en ella, si será feliz o si, por lo contrario, abandonará todo en cuento pueda y disfrutará la vida a destiempo o de forma inadecuada. Quien sabe. Espero que, al menos, ese hermano suyo sepa que es el responsable de algo tan duro.

Luna Purple.

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