Leo últimamente muchas historias tristes de chicas que han sido forzadas o violadas en una noche de fiesta, por amigos o familiares.  Por eso, hoy quería compartir una anécdota que me pasó hace tiempo. Porque no siempre tiene porque salir mal ni podemos meter a todos los hombres en el mismo saco.

Cuando viajé hace unas semanas con una amiga a la otra punta del país, todo prometía ser un gran fin de semana. Días de turisteo, momentos de relax y noches de diversión.

Una de esas noches estábamos sentadas en una terraza cuando se acercó a nosotras un chico extranjero que viajaba solo. Estuvimos hablando un buen rato de temas varios, pero pronto quedó claro que el chico tenía predilección por mi amiga. En esa situación, la tercera en discordia (O sea, yo) empezaba a revolverse incómoda y poner los ojos en blanco. No quería ser un impedimento para mi amiga, pero ¿Dónde iba yo sola en una ciudad que no conocía?

Entonces tú me viste. Estabas sentado en la mesa de al lado con tus amigos, pero yo ni me había fijado. Por lo que me contaste luego, tú llevabas un tiempo observándome, pero no tenías claro cuál era mi papel en ese triángulo de la mesa de al lado. Cuando viste mi cara de aburrimiento y después de una mirada cómplice, te lanzaste a hablar conmigo.

O me lanzaste un salvavidas más bien. Y ese fue el detonante de una de las mejores noches que he pasado nunca. Hablamos durante horas, me presentaste a tus amigos y te dedicaste a cuidar de mí toda la noche. Y aunque yo siempre digo que no necesito que nadie me salve ni que me cuide, esa noche lo agradecí.

Con el tiempo nos dimos cuenta de que compartíamos aficiones, situaciones familiares y maneras de ver la vida. Me aconsejaste lugares para visitar durante el día que me quedaba antes de irme y me recomendaste asistir a las fiestas que se estaba realizando ese día en la ciudad. No era un día de discoteca, era un día para vivir la calle me dijiste.

Dejé a mi amiga con su acompañante y me fui contigo sin dudarlo. Quizás pueda parecer imprudente, pero había conectado tan bien contigo que nunca me había sentido tan segura. Y realmente fue una gran noche. Gracias por darme la mano en las calles más solitarias y caminar conmigo abrazados cuando tuve frio. Por aguantarme la puerta del baño. Por intentar bailar conmigo salsa. Aunque ninguno de los dos sabíamos, pero por eso fue aún más divertido. Por no separarte de mí ni un momento en toda la noche, ni aún cuando te encontrabas con gente que conocías. Nunca me dejaste sola.

Me acompañaste al hotel una vez se acabó la fiesta. Diciéndome en todo momento por dónde íbamos y explicándome dónde estábamos. Y en el momento de la despedida, nos besamos. Simplemente. Como si volviéramos a tener 15 años. Y nunca me he sentido tan respetada como en ese momento.

No intentaste entrar conmigo. Nunca te sobrepasaste ni un poco. No diste por sentado que después de toda la noche te correspondía algo más que no fuera lo que te estaba ofreciendo. Sólo me pediste que apuntara tu teléfono para avisarte cuando llegara a la habitación.

Nada más llegar te avisé y te di las gracias por la gran noche que habíamos pasado. No coincidimos al día siguiente. A pesar de que hablamos en varias ocasiones con el mismo buen royo que la noche anterior. Pero ese día mi viaje llegaba a su fin y simplemente volé de vuelta a casa. Nunca te volví a ver ni creo que volvamos a coincidir. Pero gracias por hacer que recuerde esa noche con una gran sonrisa.