Esta historia podría haber acabado muy mal de no ser por mis queridos compañeros de trabajo. Sin ellos, quién sabe dónde estaría yo hoy.

Hace unos años, me mudé a un país extranjero. Un país con un idioma extraño y muy complicado, y con una cultura algo cerrada y machista. Yo me movía con gente expatriada como yo: españoles, italianos, griegos… así que no sufría demasiado ese ambiente retrógrado… hasta que a mi casero se le fue la pinza.

Era un hombre de mediana edad, de buen ver, de estos que se cuidan, llevan chupas de cuero, la barba recortada y los pantalones siempre planchados. Iba de moderno, pero al parecer no lo era tanto.

Me alquiló su casa sin ponerme ningún problema (una extranjera le iba a pagar muy bien, claro), y pensé que sería una persona razonable que me pondría las cosas fáciles. ¡Ja!

casero acoso

El señor en cuestión regentaba un bar que estaba justo en el bajo del edificio en el que yo vivía. El día en que lo conocí (Google Translate mediante) me comentó que podía ir siempre que quisiera y necesitara algo. Ilusa de mí, pensé que era una muestra de consideración. También dejó caer que estaba soltero, a lo que no presté demasiada atención.

Los primeros días, me crucé con él varias veces junto al portal cuando regresaba a casa del trabajo. Me pareció normal, siendo dueño del bajo. Lo que no me pareció normal fue que empezara a escribirme cada noche al WhatsApp invitándome a tomarme algo abajo. A las 10, a las 11, a las 12… No importaba la hora, llegó incluso a hacerme una videollamada que yo rechacé, claro. También me dejó flores en la entrada varias veces.

Viendo que no me contestaba, comenzó a escribirme cosas como que era una desagradecida y una antipática. Varias veces, en mitad de la noche, escuchaba a alguien salir del ascensor en mi rellano, incluso llamar al timbre. No sé cómo no denuncié en su momento.

casero acoso

Se mantuvo así unas semanas, hasta que se cansó. Pero, cuando me tocaba pagar la siguiente mensualidad, se sacó de la manga que tenía que pagarle en metálico en ese mismo momento o me echaba de casa.

Me amenazó con entrar en la casa y tirar a la calle todas mis cosas si no las sacaba yo y me iba en la media hora siguiente. Yo estaba en una isla a dos horas de la ciudad y entré en pánico. Y, lamentablemente, tuve que recurrir a lo único a lo que un machista asqueroso puede hacer caso: a las órdenes de otro hombre con más poder que él.

Totalmente frustrada, llamé a mi jefe, que ostentaba un cargo importante en el país. Él llamó al casero, le mandó un burofax en su idioma explicándole todas las leyes que estaba quebrantando, me acompañó a casa a sacar mis cosas sin previo aviso y me ayudó a buscar un nuevo apartamento.

Al final, el casero se retractó, yo me mudé y nunca volví a saber de él. Cuidado con lo que alquiláis, chicas. Y, a la primera de cambio, dad la voz de alarma.