Recuerdo que de pequeña me encantaba la Navidad. Era la mejor época del año. Regalos, encuentros familiares, comilonas, juegos con amigos. Todo era perfecto y la vivía con especial ilusión. La ilusión de una niña que aún no conocía el verdadero valor de la vida.

Esa época favorita dejó de agradarme tanto cuando comencé a ver sillas vacías en Nochebuena o Nochevieja. Y es algo que nos sudece a todos, cuando nos reunimos año a año con la misma gente y notamos con mucha tristeza la ausencia de alguna persona que falleció. No podemos evitar tener un poco de nostalgia en estas fechas que se aproximan. Yo tengo a varias personas que ya no están, con quienes ya no comparto las fiestas. Algunos lo llaman el “síndrome de la silla vacía”. Lo cierto es que sentimos un gran dolor. Y para este dolor, desgraciadamente, no hay una receta médica.

Por estas fechas tan señaladas son comunes los pensamientos: “estas van a ser las peores navidades de vida; ojalá pasen pronto”; “no pienso celebrar nada, haré como si fuera un día cualquiera”; “quiero que las fiestas terminen cuanto antes”. La tristeza por las ausencias es algo que no puedo evitar cada vez que me siento a la mesa cada Navidad. Pero me he propuesto ser cada año más fuerte y mi familia y mis dos tesoros, mis hijos.

Las emociones se desbordan, potenciamos la nostalgia y se sufre. Los expertos recomiendan dejar que los sentimientos fluyan con normalidad para sobrellevar el duelo que conlleva la pérdida de un ser querido durante las fechas navideñas.

Vivimos el duelo, un proceso psicológico compuesto de diferentes fases en las que uno comienza a hacer frente a la pérdida que ha sufrido. Se puede pasar de la negación a la culpabilidad, de la aceptación a la identificación propia con la persona fallecida, pero lo que nunca se puede evitar es sentirnos vacíos y tristes porque ese ser querido ya no se encuentra a nuestro lado.

Durante este proceso de duelo, muchos especialistas recomiendan que una de las mejores formas de superar la muerte de un ser querido es la de aceptar que esa persona ya no encuentra físicamente entre nosotros, pero eso no impide que espiritualmente sí siga estando, en nuestro corazón, en nuestro pensamiento y en nuestros quehaceres diarios.

Yo esto me lo tomo al pie de la letra y para mí aquellos seres queridos que ya no me acompañan siempre están presentes en mi corazón cuando llegan las fiestas navideñas. Se hace duro y sentimos que la Navidad ya no es la misma porque esas personas que tanto queremos nos faltan, pero no hay que olvidarse de una cosa: la Navidad puede seguir siendo vivida con alegría y felicidad, si la tomamos como una época más del año en la que nos reuniones con la familia y todos estamos felices y unidos.

Todos tenemos bellos motivos por lo que sonreír cada día y tenemos muchas personas con las que pasar las Navidades: familia, amigos, compañeros. Todos ellos son especiales y nos ayudarán a pasar por esos momentos difíciles. Ellos se merecen nuestra compañía y nuestra mejor sonrisa en esos días.

Y lo más importante, hay que hacer un esfuerzo por nuestros peques y hacerles sentir que la Navidad es especial. Para que ellos, cuando sean mayores, recuerden, como nosotros ahora recordamos esta época del año, con ilusión y felicidad.

Sal, compra el regalo para tu amigo invisible, brinda con tus compañeros de trabajo, haz especiales tus encuentros familiares, escribe con tus peques la carta a los Reyes Magos, y, en definitiva, sé feliz. Por los que se fueron y por los que aún están.

Laura Romero Rodríguez