Me encanta hacer regalos. Me gusta mucho más regalar que que me regalen. Y vaya donde vaya, si algo me recuerda a algún amigo, a mi pareja o a quien sea, le compro ese detallito.

Pero hay algo que no soporto y es el comprar por comprar, el consumir porque es lo que toca o el regalar a quien no me apetece. Así que, como comprenderéis, le tengo un ligero odio al amigo invisible, que creo que es la actividad que mejor recoge estas tres características.

Igual en vuestros grupos es un momento súper divertido o nostálgico o lo que sea, pero por la experiencia que me dan los años (madre mía, qué frase de señora me he marcado) en mi grupo nunca ha sido así: siempre hemos acabado comprando una libretita, unos calcetines o una bolsa de aseo, todos con sus mensajes de empoderamiento y buenas intenciones, claro. En definitiva, que todos hemos cogido nuestros cinco eurillos, nos hemos acercado a la misma tienda y, en menos de 2 minutos, ya teníamos nuestro regalo.

Por eso, cuando el año pasado propusieron hacer el amigo invisible oootra vez (además, coincidiendo con estas fechas pre navideñas en las que el consumo irresponsable se dispara) dije que no participaría a menos que los regalos fuesen algo creado por nosotros: estaba prohibido comprar.

En mi opinión, si estamos dispuestos a invertir TIEMPO en crear un regalo para nuestros amigos es porque los conocemos bien y queremos dedicarle ese tiempo. Si por el contrario no estamos dispuestos a hacer ese esfuerzo y preferimos quitarnos de encima el marrón comprando un par de bolígrafos, será que estamos haciendo el amigo invisible solo por inercia, por tradición, porque es lo que hace todo el mundo, pero no realmente porque nos apetezca.

No me preguntéis por qué pero, a pesar de que empezaron a llamarme comunista, bolchevique, roja y todos esos términos con los que siempre bautizan mis ideas, todos aceptaron participar.

Repartimos los papeles con los nombres y acordamos un día de entrega. Quedamos en un bar y empezamos a abrir los regalos. Yo aprendí a usar un programa informático desde cero para retocar una foto y hacer un montaje para un amigo; mi pareja le hizo un dibujo a color basado en El Principito, los gatos y las flores de loto que tanto le gustan a otra de nuestras amigas; otro amigo aprendió a tejer viendo videos de YouTube y le hizo a otro una bufanda. Hubo también broches para el pelo, marca-páginas, pendientes, un marco con un montón de fotos, hecho con madera y pinzas de la ropa e incluso  una tarta de chuches y una bandeja de sushi que acabamos compartiendo mientras abríamos con sorpresa todos los regalos.

Todos invertimos bastante tiempo, todos pensamos muy mucho qué podíamos regalar a nuestro amigo invisible que le gustase y además pudiésemos crear con nuestras propias manos. Y debió ser mucho esfuerzo. Porque nos querremos un montón, seguiremos saliendo de fiesta juntos, contándonos nuestras penas… pero ya nadie ha vuelto a proponer celebrar el amigo invisible. ¡Objetivo conseguido!

Orquídea