Conseguí que se viniera a vivir conmigo, intenté seducirle y me rechazó porque se enamoró de mi amiga

 

Lo sé, el titular me ha quedado demasiado largo, pero es que mi historia es difícil de resumir.

Empezaré por el principio.

Me llamo Carla (mentira, todos los nombres que usaré desde ya son falsos), trabajo en una residencia de ancianos y tengo cero suerte en el amor.

Qué digo cero, menos mil me ha tocado en el reparto de suerte en el amor romántico.

Estaría bien que al menos fuera afortunada en el juego, para compensar. Pero tampoco, no gano ni al tres en raya.

En fin, no quiero dar pena tampoco, mi minusvalía romántica está más que asumida.

Lo que os quiero contar es que me enamoré hasta las trancas de un compañero de trabajo, le convencí para que se viniera a vivir conmigo, intenté seducirle y me rechazó porque se enamoró de mi amiga.  

El chico acababa de entrar a trabajar en la residencia y era el auxiliar más guapo de la historia. Por lo menos para mí.

Y es que además era supersimpático, amable y sociable. El típico tío que cae bien a todos, por lo que no tardó en integrarse con los compañeros.

Claudio se nos unía a todas las quedadas que organizábamos e incluso al club de lectura en el que estábamos la mayoría de las mujeres y solo otro chico más.

Era encantador y a mí me tenía totalmente hipnotizada.

Así que, como en el reparto de las dotes para ligar me tocó una partida similar a la de la suerte en el amor, me dedicaba a pulular a su alrededor siempre que era posible, a no faltar a ninguna quedada del grupo de compañeros y a hacerme la encontradiza en la sala de personal.

Y como de esa manera no había forma de avanzar, un día que lo pillé mirando anuncios de pisos en alquiler le sugerí que se mudara conmigo. Él estaba harto de vivir en la pensión en la que se había instalado cuando se mudó a la ciudad por ese curro. Yo necesitaba alquilar la habitación que tenía libre porque iba fatal de pasta, vivía a cinco minutos andando de la resi…

En aquel momento no caí en la cuenta, pero creo que aceptó más por mi necesidad económica que por su conveniencia.

Es que era tan bueno, el chiquillo.

Y yo tan falsa… no necesitaba compartir piso. De hecho, no lo había hecho nunca, había sido una treta improvisada que el karma me haría pagar más tarde.

Total, que Claudio se vino a vivir a mi casa.

Lo veía a todas horas, ya fuera en el desayuno, en la residencia, en las cañas con los colegas, en mi salón viendo la tele, en la cocina picoteando algo con mi amiga Leti…

Una maravilla. Mira que la convivencia me daba miedo, pero con Claudio todo era fácil.

Nos reíamos mucho. Era muy cariñoso conmigo. Ahí había algo.

Así que me envalentoné.

Me puse un poco mona, aunque de forma sutil para que no se me viera de pronto muy desesperada, esperé a que se sentase en su lado del sofá con su yogur en la mano y le pregunté si estaba a gusto viviendo conmigo.

Respondió que sí, claro. Metió la cuchara en el yogur y siguió viendo la televisión.

Se me fue la valentía por los huecos del sofá y empecé a whatsapps con Leti. No le había contado nada de mis intenciones hasta entonces porque me daba vergüenza admitir que lo tenía todo medio planeado desde el primer día que lo vi. Solo le había dejado caer que me ponía, porque a mí eso de hablar de mis sentimientos no se me da bien.

Ella me dijo que aplacara un poco los caballos, que pensara bien lo que hacía, que si me rechazaba iba a ser muy incómodo seguir viviendo juntos.

Conseguí que se viniera a vivir conmigo, intenté seducirle y me rechazó porque se enamoró de mi amiga

Jová, tenía razón. Leti era una tía sabia.

Lástima que yo no lo fuese tanto, pues unos días más tarde, mientras caminábamos de regreso a casa después de haber compartido un turno de noche, me encontré con el coraje suficiente para plantearle la forma que se me había ocurrido de ir accediendo poco a poco y discretamente a su corazón.

 

—Oye, ¿a ti el sexo te gusta?

—Ehh, claro, como a todo el mundo.

—Bueno, a todo el mundo no tiene por qué. Pero, bueno, a mí me encanta. Y digo yo, si a ti te gusta, a mí me gusta, y ninguno de los dos está con nadie… no sé, podíamos tener sexo de vez en cuando. ¿No?

—(Silencio. Mirada al frente)

—Sin compromiso, digo. Lo pasamos bien un rato y luego cada uno por su lado.

—(Más silencio)

—No hace falta que me respondas ahora. Piénsalo. O házmelo saber si de repente, ya sabes, te apetece.

—No lo veo, Carla. Estamos bien así, no jodamos una convivencia agradable por un revolcón tonto.

—Si los dos sabemos lo que hay, no tenemos por qué joder nada.

—No quiero arriesgarme.

Lo sé… el premio a la conversación más estúpida del año es para… ¡Carla!

Me llevé también el de actuación más patética y el de chica, por dios, un poco de dignidad.

Si hubieran dado uno al no hay peor ciego que el que no quiere ver, me lo hubiera llevado también.

Porque esa misma tarde llamé a Leti para llorarle mis penas. Y cuando llegó Claudio le dije que se quedara a cenar con nosotros.

Y esa fue la última vez que quedé con ella en mi casa. Nuestra casa.

Creo que también fue la última que Claudio hizo sobremesa conmigo.

Sin embargo, todavía no había tocado fondo. Lo hice como un mes después.

Una tarde en la sala de personal.

Me abrí en canal y le confesé que estaba enamorada de él desde antes de invitarle a mudarse a mi piso.

Él también aprovechó el momento para confesarme que estaba enamorado de Leti.

Que se iba de mi casa.

Que estaban juntos.

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Me levanté, salí del cuarto y me encerré en una habitación desocupada hasta que me llamó la jefa de servicio, bastante alterada, por cierto.

Conseguí que se viniera a vivir conmigo, intenté seducirle y me rechazó porque se enamoró de mi amiga

Quisiera poder decir que asumí el rechazo y la traición como toda una señora.

Pero lo cierto es que, en cuanto terminé el turno, me presenté en la puerta de mi amiga Leti y le monté un pollo con el que me quedé bien a gusto.

Aunque se me pasó enseguida, de modo que, para quedarme bien bien del todo, al llegar al piso cogí todas las cosas de Claudio, las esparcí por el descansillo y trabé la puerta.

Me lo tuve que comer a él cada día en la residencia y a ella cuando nos encontrábamos en la salida mientras le esperaba como la buena novia que era.

Pero fueron unos meses, los que tardó Claudio en encontrar otro trabajo.

Para cuando se fue, yo ya había asumido que quizá me había rechazado simplemente porque nunca le había gustado.

Tal vez algún día hasta me atreva a pedirles perdón por mi reacción.

 

Carla

 

 

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