Hace unas semanas, una lectora de WeLoverSize nos pedía unos consejos para sobrellevar con garbo sus años como universitaria curvy. Su petición me ha traído a la cabeza un diálogo de la película Pequeña Miss Sunshine. Si no la habéis visto ya, estáis tardando:
— A veces desearía poder dormir hasta los dieciocho años, saltarme toda esta mierda, el instituto y todo lo demás. Saltármelo todo.
— ¿Sabes quien es Marcel Proust?
— ¿Es ese del que enseñas?
— Sí, un escritor francés. Un auténtico fracasado. Nunca tuvo un trabajo, sus amores fueron un desastre, gay… Estuvo veinte años escribiendo un libro que ya casi nadie lee, pero quizá sea el mejor escritor desde Shakespeare… En fin, él llego al final de su vida, echó la vista atrás y decidió que todos esos años en los que sufrió fueron los mejores de su vida, porque le moldearon. Los años de felicidad… perdidos, no aprendió nada.
Es la puñetera verdad. Puede que a veces dé la sensación de que la vida es un puto concurso de belleza detrás de otro. El instituto, la universidad, luego el trabajo… Y todas queremos estar a la altura, aunque estemos agotadas de tanta chorrada junta. No me refiero a que aspiremos que nos pongan una corona de reina del baile o a que acabemos diciendo gilipolleces sobre la paz mundial con una banda de poliéster. Creo que vosotras me entendéis… Cuando una tiene veintipocos, mira de reojo los tipines ajenos y se le tambalea la autoestima. Para esos días flojos, va este recordatorio de las lecciones que aprendí durante mi paso por la facultad:
1.- La justicia poética existe. En mi clase de COU había un chico por el que bebían los vientos el 90% de mis compañeras. Era un repetidor con aires de «lo sé, soy guapo porque lo siento» y un toquecillo de chulería que en esa etapa siempre triunfa. Estilo surferillo, moreno, ojos azules y acento norteño. Además, de cuando en cuando, se marcaba unas intervenciones en tutoría de «en el fondo soy un tipo sensible». A mi aquello me apestaba a impostura que echaba para atrás, pero debe ser que nunca he sido fan de los postureros… En cambio, el resto de los chicos lo miraban con envidia, sabiéndose incapaces de levantarle a la Lady-Palo [por lo seca que estaba y la actitud tiesa de altanera indiferencia con la que trataba al resto de las féminas del instituto] que se trajinaba en aquel momento. No sé que sería de ella, pero a él me lo encontré hace unos años, bastante desmejorado por los malos hábitos y con los mismos kilos de más que tenían aquellos muchachillos que soñaban con ser como él. También ha pasado que alguno de esos secundones, superó el acné, se metió en un gimnasio y ahora son auténticos quesitos. No pretendo decir que la fórmula del éxito pasa por metamorfosearse, simplemente intento haceros ver que la vida da muchas vueltas y que uno puede ser lo que quiera, basta con trabajárselo.
2.- Las guapas no lo son tanto. El intercambio que me mandó un verano a un instituto estadounidense me descubrió que hay chicas desmontables, ¡en serio!. Mi primera fiesta allí no sólo me dejó con la boca abierta por los movimientos imposibles tipo Espera al último baile que se marcaba el personal sino porque, cuando llegamos a casa deshechas, me dí cuenta que a alguna sólo le faltaba la careta. Flipé con la cantidad de cosas postizas que puede llevar una encima: uñas de porcelana, pestañas, extensiones, relleno de silicona, lentillas de colores… ¡Jooooodeeeer! Sin todo eso y con la cara limpia, hubiese hecho falta que me hubiesen vuelto a presentar a más de una. Aunque yo soy una comodona que prefiere un rollo más natural, tampoco es que esto sea necesariamente malo. Afortunadamente, la industria de la belleza ha avanzado mucho y ahora tenemos cantidad de posibilidades para mejorar nuestro aspecto sin necesidad de pasar por el quirófano, lo que incluye una lencería estupenda. ¿Por qué no aprovecharla?
3.-Las formas ya las llevas puestas. Es cierto que en muchas tiendas se empeñan en colarnos aburridos vestidos rectos como si fueran la única posibilidad para quienes gastamos más de una 42 pero, intentad probároslo. Puede que os llevéis una sorpresa. Muchos de los modelosmás sencillos que tengo, son los que mejor me quedan. Nuestra silueta ya de por sí aporta las curvas y eso puede ser un gran beneficio dependiendo de la prenda de la que hablemos. Varias veces me ha pasado que he salido de compras con amigas más «standard» en lo que se refiere a tallas y nos hemos antojado del mismo modelo. Ellas siempre le sacan más partido a minifaldas, pero en escotes gano. Cada cuerpo tiene unos puntos fuertes, asi que lo suyo es concentrarse en ellos en lugar de envidiar los ajenos.
4.- Tu actitud lo es todo. ¿Por qué hay que ir con la cabeza gacha por la vida? Flaco favor te hace ir en plan derrotista. Supongo que habréis visto un post estupendo que publicamos en WeLoverSize de Illusions of the body. Es una serie de retratos dobles, con las mismas condiciones de fondo y luminosidad para todos, dónde la fotógrafa se enfrenta a la misma persona pero con una actitud corporal y poses marcadamente distintas. La diferencia es una uña, vamos. La forma en que nos sentamos, caminamos o nos ponemos de pie puede modificar nuestro estado de ánimo y la manera en la que nos ve el resto de la gente. Al final, la seguridad en una misma es tu mejor arma.
5.- El estilo no es una cuestión de talla. Geraldine Chaplin suele decir: “Siempre llevo zapatos llamativos. Pero eso tiene un porqué, es para evitar que me miren la cara y vean que soy un pellejo. La gente dice, qué zapatos más raros llevas… Y se olvidan de mis arrugas”. Elvira Lindo parte de esta declaración de principios en su columna de esta semana en El País: «Comparto su afición por los zapatos extravagantes. Los zapatos, en su osadía o en su vulgaridad, dicen mucho de las personas. No hablo de zapatos de firma, no me refiero a unos Manolos, por así decirlo, sino de zapatos aventureros, osados, llamativos, atrevidos. Pero una vez compartido el entusiasmo zapatista de la que alguien llamó por la calle “la hija del Gordo y el Flaco”, pienso que lo verdaderamente envidiable de Geraldine son las arrugas». Y yo, estoy de acuerdo con las dos. No se trata de que todas nos convirtamos en clones perfectos y que las facultades acaben llenándose de replicantes. Daría mucho miedito. Saquemos nuestra personalidad a pasear, que para eso la tenemos. Una cicatriz, usar un color poco convencional con buen gusto o una bailarinas originales pueden marcar la diferencia.
6.- Que no te engañen, los chicos no siempre las prefieren flacas. Los cánones cambian con el tiempo, pero el paso de los años no es el único factor que modifica la forma de percibir la belleza. También es un asunto de sexo. Una encuenta realizada el portal ‘Bluebella.com’ refleja que las preferencias para mujeres y hombre difieren de cabo a rabo a la hora de describir el cuerpo femenino perfecto. El mayor punto discordante está, precisamente, en las curvas. Ellos piensan que su mujer perfecta debería tener el busto generoso de Kim Kardashian y las caderas de Kelly Brook, mientas que nosotas buscamos el ideal entre Jennifer Aniston, Gwyneth Paltrow y Emma Watson. Nada que ver. Ejemplos como éste demuestran que nosotras somos nuestras mayores críticas. No nos presionemos tanto. Las redondeces han sido sexis de siempre, sino que se lo digan a Marilyn Monroe.