La maternidad.

Ese estado permanente e irreversible que alcanzamos en el momento que nos convertimos en madres y que, antes o después, nos abofetea con una realidad que suele distar mucho de la que habíamos imaginado cuando éramos simplemente personas, y no mamás.

No sé vosotras, pero yo me he comido unas cuantas soberbias desde que di el salto a la maternidad, algunas más transcendentes que otras, y precisamente hoy tuve un episodio familiar con el que me puse a reflexionar sobre las mil cosas que me prometí no hacer cuando fuera madre, y que no dejo de hacer desde que lo soy.

Pongamos unos cuantos ejemplos de las que, a priori, parecían más fáciles de cumplir:

 

  • Limpiar la carita de los niños con mi propia saliva. Es que lo veo así, por escrito, y me está dando un asco que no sé cómo soy capaz de hacerles eso. Pero, lo reconozco, lo he hecho alguna que otra vez. Recuerdo perfectamente esa sensación, siendo niña, de ver acercarse a mi madre, pasarse el pulgar por la lengua y sentir cómo lo restregaba acto seguido por esa mancha en las proximidades de mi boca. Se me han puesto los pelos de punta al revivirlo. Juro que no lo vuelvo a hacer más. Hasta que sea absolutamente necesario, claro…
Ni te me acerques con ese dedito, mamá…
  • ‘¡Ni pero ni pera!’. Buah, odiaba que me dijeran eso. Tú ahí, intentando explicarte, y el adulto, ese que te dice siempre que hay que dialogar, que las cosas se solucionan hablando y blablá, te corta a la mínima con esa frase o cualquier otra en la que el sentido de esta recaiga de alguna manera en el cambio de género de la palabra en cuestión. Pues también he caído en los peros y las peras. No sé ni cómo evitarlo, cuando me doy cuenta ya lo he dicho. Cachis.

 

  • Porque lo digo yo. Ains… Me prometí no responder jamás con tan injusta y cobarde sentencia. Y de veras que me esfuerzo, pero a veces es simplemente imposible. El cerebro tiene un cupo de ‘Por qué’ determinado, una vez lo rebasas, se cierra y te suelta la frasecita. Así es como, por más que hayas jurado que nunca lo harías, sales de tu cuerpo y observas desde arriba como tu boca forma lenta y exageradamente cada una de las sílabas: ‘Pooooorrrr queeee loooo diiiigoooo yooooo’. En ocasiones hasta rematas con un determinante ‘Y puuuuntooo peloooootaaaaa’.

  • Como vaya yo y lo encuentre. Yo es que no sé qué les pasa a los niños, que parece que tienen la visión alterada de alguna forma subjetiva que les impide ver los objetos que buscan aun cuando los tienen delante de las narices. Te pasas la vida ayudándoles a buscar prendas de ropa, juguetes, rotuladores, lo que sea, y la mayoría de las veces el artículo en cuestión estaba ahí, delante de su cara, o exactamente en el lugar donde le habías dicho que lo buscara. Y, bueno, una tiene la paciencia que tiene, y está cansada ya de dejar lo que estuviera haciendo para ir a encontrar algo que debería poder encontrar perfectamente el niño o niña que se halla dando vueltas sobre sí mismo en la habitación. Un día no puedes más, y gritas desde donde estés ‘como vaya yo y lo encuentre’. Lo dices una vez, y ya no habrá vuelta atrás. Te vas a cansar de oírte diciéndolo.

 

  • Amenazar con ‘juguete en el suelo, juguete a la basura’. Y similares. Yo no iba a amenazar, así, en general. Jajajajajajajajaja. Que no iba a negociar con ellos a base de amenazas. Jajajajajajajajaja. Ay, es que no puedo… jajajajaja. Me meo toda.

  • ¡Comida! ¿Recordáis cuando salíais del colegio, después de haber tenido educación física a última hora, llegabais a casa y, con el estómago rugiendo de hambre, preguntabais qué había de comer? En mi casa la respuesta más habitual era un borde y estridente ‘COMIDA’ que, obviamente, me dejaba como estaba. ¿Tan difícil era responder lo que había? Aún no había protestado porque quería macarrones en lugar de merluza. No. Solo era una pregunta de lo más apropiada e inocente. De verdad que me ponía de mala uva y no entendía por qué era tan complicado decir chuletas con patatas. Crema de verduras. Pollo al horno. Yo qué sé. Imaginaos el careto que se me quedó la primera vez que me sorprendí respondiendo eso a mis hijos. Me prometí que no iba a volver a ocurrir, pero… creo que lo hago al menos una vez a la semana. Es que parece que están obsesionados, chica. ¿Qué hay de comer? ¿Qué hay de cenar? ¿Qué vamos a comer? ¿Qué hiciste de cena? ¿Qué vamos a comer mañana? ¿Y cenar el viernes? ¡Aaaaaaaaaagh! Si es que me obligan.

¿Alguna más que haya incumplido reiteradamente las promesas que se hizo antes de ser madre?

Si es así, contadnos cuáles. Seguro que yo también y me he olvidado.

 

Imagen de portada  de Ketut Subiyanto en Pexels