¡Ay, la maternidad! Lo que nos gusta pensar en lo mucho que cambia nuestra vida en el momento en el que tenemos un hijo. Y es que esa es la realidad, que convertirnos en madres es mucho más que dar a luz o pasar por una cesárea para tener a nuestro bebé en brazos. Las cosas cambian, ni para bien ni para mal, simplemente son diferentes. El día a día, las rutinas, el ocio, las comidas… ¡qué deciros a muchas que no sepáis ya! Aunque quizás lo que más puede marcar la diferencia es ese cúmulo de circunstancias en las que se nos viene a la cabeza aquella pregunta de ‘¿cómo coño he llagado yo a este punto de mi vida?

Los momentos surrealistas son todo un clásico de la maternidad. Podría decirse que una buena parte de la magia de tener hijos se encuentra en todas esas veces en la que, de pronto, te ves a ti misma metida en una escena que parece sacada de un película de los Monthy Python. Instantes absurdos, sí, pero también ultra necesarios para poder decir aquello de ‘esto, antes de ser madre, no pasaba‘. Por aquí os dejo algunos, aunque imagino que como en todo, cada una podría aportar sus propias opciones.

Cagar con expectación mientras hablas de por qué la caca huele mal

Real y repetido prácticamente en cada deposición. Los niños parecen tener un radar que les indica que sus madres se han sentado en la váter. Tú coges tu teléfono móvil esperando poder cagar tranquila, al menos cinco minutos, solo eso. Y según abres la aplicación de Instagram para cotillear stories, ves entrar por la puerta al churumbel. Te mira, lo miras, te vuelve a mirar y entonces pregunta ‘mamá ¿por qué la caca huele tan mal?‘. No le sirve una respuesta banal sobre la necesidad de espacio personal mientras se caga, él o ella quiere respuestas factibles, casi científicas. Y allí estás tú, con el zurullo a medias hablando sobre los gases y la variedad de excrementos.

Acudir a una reunión oliendo a vómito

Felicito a todas las madres que no hayan tenido que pasar por un momento así. Y quien dice reunión dice visita, momento importante o trabajo en general. Hijo desayunado, prisas porque no llegamos al cole, sales corriendo, os subís al coche y al rato escuchas al churumbel quejarse porque está un poco mareado. ‘Aguanta cariño, que es porque hemos corrido mucho‘. Llegas a la entrada del colegio, vas a desabrochar el asiento del peque y ¡BRRRRRR! Un tsunami de vómito con olor a leche rancia se te viene encima. Efectivamente, el pequeño estaba mareado. Te limpias como puedes con toallitas, lo limpias, y tras decidir llevarlo a casa de su abuela sales corriendo hacia el trabajo, sin tiempo material para cambiarte. Damos fe de que el cuerpo se acostumbra al olor a vómito al cabo de una hora aproximadamente, aunque el resto de compañeros de trabajo es probable que te eviten durante todo el día.

Hoy de menú, restos de potito

Cuando te pensabas que eras la mujer más organizada del planeta, que tenías todo bajo control, la maternidad te inyecta una buena dosis de realidad y de pronto ningún horario cuadra. Sé que hay madres que corren otra suerte, y sus dotes como gestoras de su día les permiten llegar a todo sin apenas despeinarse. Ya os adelanto, no es mi caso. En mi lugar me encontré corriendo 24/7, intentando cumplir con mis obligaciones y procurando que mi casa no pareciese una jungla. En esto entran las comidas, de pronto un día te ves comiendo de pie en la cocina los restos de un potito de pollo con verduras mientras miras el reloj y piensas en que ojalá las horas tuviesen 80 minutos como mínimo.

El probador que era el camarote de los Hermanos Marx

Esas salidas de compras que te desestresan, que te ayudan a encontrarte contigo misma, se convierten de repente en meras utopías de antaño. Una no sabe lo que es la locura hasta que un buen día decide salir a comprar ropa junto con tres pequeños de diferentes edades. ¿En qué momento, amiga, se te ocurre tal salvajada? El probador del Zara que antes te parecía inmenso ahora es como el camarote de los Hermanos Marx, donde tú intentas meterte en unos pantalones divinos mientras los churumbeles hacen muecas al espejo, desordenan las prendas que pretendías probarte o se enredan en la cortina dejándote a la vista de toda la tienda.

Berrinches de supermercado

No tengo muy claro en qué momento mi hija decidió que acompañarme al supermercado debía suponer para ella un premio asegurado. Así que el día que me negué a comprarle su vigésimo huevo Kinder que después nunca se comía y que solo quería por la mierda de sorpresa del interior, pude ver como su desconformidad la llevaba a tirarse en el suelo de la tienda al grito de ‘¡mi huevo, mi huevo!‘. Tocaba hacer como que aquello era de lo más normal e intentar arrastrarla poniendo la mejor de las caras. Espectáculo en directo y gratuito para todos los allí presentes, el verme a mí haciendo la compra como si nada ocurriese mientras mi hija se aferraba a mi pierna enfadada dejándose llevar. Surrealista del todo.

A la pesca del zurullo

Un clásico donde los haya. No conozco a una madre que no se haya lanzado a ese nuevo hobby, divertido, emocionante, un juego sin parangón. ¡La pesca del zurullo! Los baños de relax en la bañera son para muchos niños el mejor momento del día, sobre todo cuando ya empiezan a interactuar y poder jugar solitos. Al menos hasta que ves un submarino asomar entre la capa de espuma. ¿Qué mierdas es eso? Efectivamente, amiga, mierda, de la buena, de la calentita. A ese zurullito le siguen unos cuantos más que, al final, te toca pescar con un cubito mientras tu hija te indica divertida que ‘por ahí hay más mamá, péscalos todoooos‘.

Cantar en plena calle como si no hubiera un mañana

Hay quien tiene el sentido del ridículo más o menos regulado, en mi caso aunque no soy una tímida de narices, hay cosas por las que no paso. Una de ellas, cantar en público, sola. Claro que todo esto cambia cuando sales de paseo con tu churumbel y este decide no dejar de llorar mientras va en el carrito. No será la primera ni la última vez que me encuentre por la calle más céntrica de la ciudad empujando la sillita al canto desatado de ‘a ro ro mi niña’. No estamos locas, es amor de madre.

El regreso a los columpios

No hay nada como sentirse libre de poder volver a jugar en un parque infantil. Puntualizo, no hay nada como divertirse en el parque con nuestros hijos. Destacaré ese momento surrealista en el que decides que es buena idea subirte al clásico balancín para ver cómo tu hijo sube y baja. Este culo de la talla 52 es el contrapeso perfecto, mejor que una tabla de sentadillas. ¿Para qué pagar gimnasios habiendo parques?

Mi Instagram: @albadelimon

Fotografía de portada