*Texto redactado por una colaboradora basado en una historia real

Tengo la suerte de tener una familia en la que siempre hemos estado muy unidos. Esto es especialmente notorio con mi hermana Laura, con quien, pese a tener una diferencia de edad de seis años entre nosotras, tengo unos lazos muy estrechos. Nos llevamos genial y además vivimos bastante cerca la una de la otra, por lo que raro es el día que no quedo con ella y con su marido, Manu, para hacer los recados, dar una vuelta o tomar un café. 

Manu siempre ha sido un encanto de hombre, mi hermana y él llevan casados unos cuatro años y juntos cerca de diez. Es una persona cercana y amable, siempre dispuesto a ayudar a los demás y, sobre todo, un hombre profundamente enamorado de su mujer, cariñoso y detallista con ella como el primer día.

La primera cosa rara que noté en él fue que dejó de acompañar a Laura cuando quedaba conmigo, cosa que también me sorprendió porque siempre nos hemos llevado genial. Además, cuando coincidimos le notaba más reservado y distante de lo normal,  más pendiente del móvil que de las conversaciones que mantuviéramos.

Lo dejé pasar pensando que tal vez tuviera un volumen de trabajo superior al habitual, ya que trabaja en una empresa dedicada a la creación de aplicaciones informáticas y cuando tienen algún proyecto importante entre manos suelen echar más horas. Sin embargo, mis alarmas saltaron cuando fue mi hermana la que me dijo que estaba muy raro también en casa, que le notaba retraído y lejano y no sólo eso: no se despegaba del móvil para nada, y si lo soltaba en alguna parte lo dejaba siempre cerca de él y con la pantalla boca abajo, como queriendo evitar que ella pudiera leer sus mensajes.

Otra cosa que había notado era que solía cuidar más su aspecto, había comprado ropa nueva, había comenzado a usar productos para la piel y había empezado a usar un perfume nuevo.

No queríamos decirlo en voz alta, porque parece que lo que no se nombra no existe, pero todas aquellas señales sólo parecían llevar a un sitio. Mi pobre hermana se puso muy nerviosa, dando por hecho lo mismo que estaba dando por hecho yo, pero dado que yo me encontraba en una posición más neutral conseguí tranquilizarla a medias diciéndole que esperase a ver, que igual estábamos sacando las cosas de contexto y que pasara lo que pasara yo estaría a su lado, pero que no tomase ninguna decisión sin tener las cosas claras.

La acompañé a casa, nos dimos un abrazo y no le dije nada, pero decidí que llegaría al fondo de todo aquel asunto aunque tuviera que confrontar directamente a Manu porque sí, todo parecía apuntar a que estaba siendo infiel, pero una parte de mí se resistía a creer que ese hombre tan tierno y atento estuviera siendo infiel a su mujer.

Pasaron varios días sin que se me ocurriera cómo afrontar el problema; mientras tanto, Laura seguía preocupada y nerviosa, y yo me sentía impotente al no saber cómo ayudarla. Hasta que un día me encontré con Manu.

Le vi de lejos, cabizbajo y triste, con los hombros caídos y actitud de derrota. Me acerqué a él y se sobresaltó cuando le saludé, sin poder ocultar la amargura que parecía estarle carcomiendo por dentro.

En ese momento no vi a un hombre infiel, sino a mi querido cuñado, el marido de mi hermana, uno de mis mejores amigos que parecía estar pasando por un mal momento.

Le invité a subir a mi casa a tomar un café y a que se desahogara y suspiró aliviado, como si tuviera al fin la posibilidad de quitarse un tremendo peso de encima. Ya en mi casa y con una taza de café entre las manos empezó a contarme, sin necesidad de que yo le preguntara nada: lo primero que hizo fue disculparse, pues era consciente de que estábamos preocupadas por él. No había querido contar nada por no preocupar a Laura, pero su psicóloga le había hecho ver que no contándolo lo único que podía conseguir era que las personas de su entorno se preocupasen aún más, pues ocultar que te sientes mal a la gente con la que convives es prácticamente imposible.

Y es que había empezado a ir a terapia por problemas en el trabajo: era cierto que cobraba bien, pero, además de la cantidad de horas que podía llegar a echar si había algún proyecto importante que sacar adelante, el nuevo director de su departamento parecía haberla tomado con él.

Manu era un empleado con muchos años de experiencia a sus espaldas y parecía ser que su nuevo jefe, sobrino de uno de los directivos de la empresa, le veía como una amenaza, por lo que no perdía ocasión de hacerle sentir inferior, de apropiarse de ideas suyas y de tratar de tirar por tierra todo su trabajo. Esto había llevado a Manu a una depresión bastante profunda, pues sabía que si denunciaba estas prácticas ante sus superiores él tendría todas las de perder.

Tampoco tenía manera de demostrarlo para denunciarlo de manera externa. Fue por esto por lo que buscó ayuda, empezó a ir a terapia tanto en privado como grupal, y gracias a esto había tomado la determinación de buscar otro empleo. Era por eso por lo que había empezado a cuidar más su imagen, para dar una buena impresión en las entrevistas a las que fuera.

El motivo de estar tan pendiente del móvil, me dijo, era porque los miembros de la terapia grupal tenían un grupo de Whatsapp en el que se desahogaban y compartían recursos, además de que tenía que estar también al tanto por si había alguna nueva oferta de empleo o por si le contactaban de algún sitio al que hubiera mandado el currículum.

Tras contarme todo esto le di un abrazo y le dije que tenía todo mi apoyo, y que si podía ayudarle en algo, estaría para lo que hiciera falta. Eso sí, le dije, tienes que hablar con Laura cuanto antes, porque la pobre está de los nervios y se está imaginando cosas que no son. Me dio un largo abrazo y las gracias y me prometió que de esa noche no pasaría.

Al día siguiente Laura me contó todo. Manu se había sincerado con ella por fin y ella sentía una mezcla de alivio y de remordimiento por haberle creído capaz de ser infiel, aunque él mismo admitió que entendía que su comportamiento pudiera dar lugar a error.

Tanto Laura como yo acompañamos a mi cuñado a lo largo de todo el proceso, y un par de meses después encontró trabajo en otra compañía.

Recuperamos al Manu alegre y cariñoso que tanto habíamos echado de menos y a día de hoy, recordamos con cierta hilaridad aquel equívoco que estuvo a punto de costarles el divorcio.