A mi padre le preocupa su barriga de 9 meses. Le preocupa por suponer una voluminosa asimetría en una figura con la que, por lo demás, se siente bien. Porque tiene que aguantar comentarios de sus amigotes (lamentables, pero reales) y porque, cada vez que va a una revisión médica, le dan la chapa con la grasa visceral.

Resulta que mi padre tiene antecedentes de mala salud cardiovascular, es hipertenso y tiene que tratarse el ácido úrico. Así que, ya harto de escuchar a médicos/as y pseudomédicos/as de barra de bar, se pasa la vida en una pugna eterna consigo mismo: que si más hierba en los platos, que si ayuno intermitente, que si natación, que si la bici estática de casa… Y ahí sigue su barriga, acaparando grasa, comentarios y recomendaciones.

Lo que pasa es que el pobre mío come como un borriquillo. Siempre ha sido de buen saque. Se pone a beber y a comer y no se acuerda cuándo tiene que parar. Todo le gusta y no le basta con uno solo de nada. Se come medio paquete de picos de pan en cada almuerzo. El plato siempre rebosa. Y, si estamos fuera, el chupito de después de comer siempre tiene que ir acompañado de un vaso de whisky y coca-cola. Su botón de la saciedad nunca se enciende.

Adulto funcional con libre elección…

Mi madre me trae frita con el análisis de sus hábitos: “Tu padre, que bebe mucho”, “Tu padre, que hace mucha comida”, “Tu padre, que come como un mulo”, “Tu padre, que me preocupa”… Pero es imposible tratar el tema con él de forma sosegada y tranquila, así que aprovecho algunos momentos.

Cuando voy a comer a su casa y me acercan pan, digo que no porque las papas con costillas ya tienen su aporte de hidratos. Siempre pido que hagan ensalada, porque los vegetales son importantes, e insisto en sacarme yo de la olla para evitar comer más de dos cacitos. Y ya, a la desesperada, escondo el pan y los picos con disimulo cuando mi padre va por el número 800.

A nada que una hace siquiera una breve aproximación, las protestas: “Coño, ¿tan mal me veis?”, “¿Os pensáis que voy ya pal cajón o qué? Desde luego que, pa vivir como queréis que viva, mejor me voy yendo”.

Esa es la cuestión, que él siente que es un adulto funcional en plenas facultades al que deberían dejar tomar sus decisiones. Y, con 70 años que va a cumplir, no concibe la vida sin su buen comer y su buen beber. Le preocupa la figura y la salud, pero le puede más la satisfacción de ver la mesa llena y no privarse de nada.

…pero con responsabilidad

Mi padre tiene razón: vive y deja de vivir. ¿O no? Esta página, precisamente, ha hecho un reconocible esfuerzo por liberar a la sociedad de prejuicios hacia las personas como él. Intuyo que muchas lectoras me dirían que quién me creo, que me ocupe de lo mío y que deje de esconderle el pan a mi padre. Es un adulto, ha trabajado toda su vida y ha criado a dos hijos con mucho esfuerzo como para que ahora no lo deje vivir como le dé la gana.

Pero pregunto, ¿cuándo es atosigar y cuándo se trata, simplemente, de mirar por la salud de un ser querido? No estamos solos en el mundo. Nuestros actos generan consecuencias que implican a los demás. Es egoísta querer modificar la vida de alguien solo para sentir la tranquilidad de que va a estar bien, como si su salud dependiera de lo que tú le digas. Pero también sería egoísta exponerte hasta el límite sabiendo que vas a generar preocupación. No digo que sea el caso, solo es una reflexión.

Quizás, a la hora de llamarle la atención a un ser querido mayor, habría que hacerse preguntas honestas.

No quieres que tu madre se suba a un taburete para mirar los altillos, porque se puede caer y partirse la cadera. ¿Es porque te preocupa que termine en el hospital y no poder atenderla bien? ¿O porque subestimas sus capacidades? Tal vez padezcas un caso crónico de edadismo.

No quieres que tu padre beba. ¿Es porque lo adoras, quieres que esté en el mundo el máximo tiempo posible y te asusta que su salud se deteriore? ¿O temes que ande haciendo comentarios sin sentido por los bares que transita? Tal vez padezcas edadismo y, además, superioridad moral.

Prefieres que tu tía no vaya a hacer la compra sola. ¿Es porque, objetivamente, no puede sola con todas las bolsas? ¿O porque temes que se caiga otra vez y tengas que pasar tiempo en el hospital con ella, lo que te parece un coñazo absoluto? Tal vez solo repeles cualquier situación que te impida mínimamente seguir con tu vida, ocupándote solo de ti.

Es una verdad absoluta que la edad va deteriorando la salud y obliga a los cuidados para asegurarse bienestar. Pero también conviene preguntarse de dónde viene eso de andar todo el día regañando a nuestros mayores. Porque, si no es por una preocupación genuina y altruista, sobra.

Esse