Por fin viernes, hoy salgo. Tengo 30 años y las ganas de fiesta nunca terminan. Me arreglo y me prometo que esta noche lo pasaré bien, pero no desfasaré. Hago ver que me lo creo. Entre nosotras, sé que a partir de cierta hora, todo me dará igual y desfasaré, como hago siempre. La noche pasará borrosa y me despertaré, con suerte, en mi cama.

Abro los ojos y reconozco ese dolor de cabeza, que a primera sensación me parece inaguantable. Pero se aguanta. Echo un vistazo rápido a mí alrededor en busca del móvil y justo antes del micro infarto lo localizo en mi mesita de noche. Primera prueba superada, no lo perdí. Lo cojo y reviso los WhatsApp esperando no haber mandado  ninguno. Vale, mandé algo pero no es nada que una llamada no pueda solucionar. Doy un par de vueltas más por la cama y al final me levanto. Ropa y bolso por el suelo. Voy a la cocina y me preparo un ibuprofeno para intentar controlar ese fastidioso malestar general. Sofá por favor ven a mí. Me tumbo en él y le prometo no moverme de allí en todo el día. 

A la que mi cerebro se activa empieza el baile de culpas habitual.

Miro Instagram y veo antiguas compañeras de clase con sus familias paseando por la playa o haciendo deporte y yo no puedo evitar preguntarme: ¿por qué no soy así? No me malinterpretéis: no querría sus vidas, jamás querré ser ellas, pero en los días de resaca sí. Bien, en esos días querría ser cualquiera menos yo. 

El día va pasando. Pido pizza. Vuelvo a Instagram. Más gente sin resaca, más gente haciendo deporte, y yo, más culpa. Se termina la peli. Me duermo.

Al despertar me ducho y me prometo que esta será mi última resaca. A partir de mañana comeré sano, haré deporte y no saldré de fiesta nunca más. A partir de mañana seré una señora de 30 años responsable y no beberé alcohol. Sólo una copita en actos sociales, eso sí. Y así, como quien está segura de que su vida a partir de mañana será diferente y será mejor me voy a dormir con un poquito menos de culpa.

Viernes otra vez. Hoy salgo.

 

Georgina Viñals