¿Os acordáis de esa etapa en la que os enorgullecíais de que te dijeran que «no eras como las otras chicas”? Cuando crecías y desarrollabas tu personalidad básicamente. Cuando tendías a autodenominarte diferente al resto de las chicas porque tenías intereses que no tenían que ver con el maquillaje, la ropa o las muñecas. Todo eso que creciendo te habían dicho que era lo que te tenía que gustar por ser mujer. Y lo decías como un logro, como algo que habías alcanzado. Como si cualquier cosa que te enseñaron antes que te debía gustar te avergonzara, te pareciera menor o superficial. Básicamente, como si ser lo que te habían enseñado a ser, esto es, mujer, fuera algo poco deseable.

¿Te acuerdas?

Creías que ser mujer era solamente eso, porque te enseñaron a creer que ser una chica era algo limitado, reducido al plano estético. Y te lo creíste. Por eso, cuando empezaste a tener gustos, ideas, cuando empezaste a tener opiniones, creías que “eras diferente”. Y te enorgullecías.

No me entiendas mal, es un orgullo llegar a conocerse. ¿Pero no te parece extraño que renegaras y asociaras los aprendizajes típicamente femeninos a “ser una chica” y sintieras la necesidad de “no ser como ellas”?

¿Qué tenía de malo exactamente “ser una chica”? Nada. Salvo que parecía que no se te permitiera desencorsetarte de tu educación malamente llamada “femenina”.

El problema es que según te “educaban” te dejaban ver como todo eso que se te inculcaba eran intereses menores, irrelevantes, superficiales. El problema es que según te decían cómo debías ser para ser una niña, una chica, una adolescente o una mujer, todos los estímulos venían a culpabilizarte por disfrutar de eso.

¿No recuerdas una fase en la que te alejabas por completo de la moda, la estética o incluso la sexualidad, gustar a otros? Como si tú estuvieras por encima de eso. Porque eso, claramente, eran cosas pobres.

El problema era que te habían dicho tantas veces “peleas como una chica”, “corres como una chica”, “¿te maquillas como las chicas?” como si eso fuera malo que te lo creíste. Tú y todas. Y empezamos a mirar con desprecio todo lo que nos habían enseñado que debíamos ser y adoptamos esa pose de superioridad de “no ser como otras chicas”.

Pero el problema no es que tú o yo les creyéramos y empezásemos a ver a otras con lástima porque eran seres que se habían quedado siendo “chicas”. El problema es que esto era más grande que nosotras. No fue una fase, fue todo un credo. Es todo un credo. En el que nos adiestran para enemistarnos. En el que nos hacen creer que ser mujer es algo insignificante y mientras lidiábamos con nuestro conflicto entre ser lo que se espera y ser algo superior, “diferente”, la vida y la historia nos han pasado por el lado.

 

Nunca has sido una chica diferente. Ninguna de nosotras. Ha sido esta sociedad la que nos ha hecho creer que por tener un desarrollo personal habíamos superado esa condición tan nimia de ser “solo chicas”. Es esta sociedad la que nos llevó a pensar que teníamos que esforzarnos en ser y al mismo tiempo dejar atrás la condición femenina, tan poca cosa, tan vacía. No eres diferente a otras chicas porque ser chica es ser todo el espectro de personalidades posible.

Si miras atrás, si lo piensas todas las mujeres que has conocido, en mayor o menor medida, son seres complejos. Con gustos, sueños, dudas, ideas y aprendizajes. Esas a las que les gusta el maquillaje y la moda, la estética y la música más pop, y a las que a les gustan las cosas más contracorriente, todas son mujeres con personalidad. Con una evolución humana que no les hace más o menos mujer, no les hace diferentes al resto de nosotras, porque no hay nada que limite la condición femenina.

@tengoquenayque