Mi ex y yo tenemos buen trato entre nosotros por el bien de los niños que tenemos en común. Es por eso que, si tenemos algún plan con ellos en días que les toca estar con el otro o tenemos un plan de adultos cuando les toca estar con nosotros, podemos hacer cambios sin problema.

Hace poco les tocaba irse con él, pero unos amigos nos invitaron al cumpleaños de su hijo, que es de la edad de los míos y le pregunté si no le importaba que el domingo me los trajera para comer y luego yo pudiera llevarlos con mi chico y conmigo al evento infantil. Él accedió encantado porque así él también podía aprovechar la tarde del domingo para adelantar trabajo.

La noche del sábado estuve trabajando en el ordenador hasta muy tarde, así que el domingo me desperté bastante tarde. Mi chico me había preparado un desayuno ligero y estaba de vuelta a mi lado en la cama, pero desnudo.

Pocas veces coincidimos en casa a la vez sin que estén los niños en casa, así que aquel café voló rápidamente, apoyé la bandeja con el resto a un lado y me dejé llevar por la pasión del momento.

Las que tenéis criaturas me daréis la razón en que, las pocas ocasiones en que te puedes abandonar al deseo más carnal, lo disfrutas el doble que antes.

Acostumbrados a tener sexo siempre silencioso, de tener que esperar a que sea muy tarde para que estén profundamente dormidos y no se levanten a por agua o al baño, tener toda la mañana para nosotros, libres de trabajo y con la casa para nosotros… Era un lujo que íbamos a aprovechar.

¿Sabéis eso que dicen de que a partir de los tres años se pierde la pasión y el sexo es algo secundario? Pues es mentira. Le pasará a quien le pase, pero nosotros llevamos más del doble y seguimos como al principio, siempre que las responsabilidades nos lo permiten.

Esa mañana nos dejamos ir, dejamos volar de nuevo la imaginación en posturas menos clásicas, probamos algunos juguetes que teníamos sin estrenar en el cajón…

Cuando nos dimos cuenta, nuestra cama (la habitación en general) parecía un rincón de vicio y perversión (léase en tono dramático e irónico). Eran cerca de las 12, todavía teníamos dos horas por delante de tranquilidad, así que descansamos sobre la cama, desnudos, sudados y abrazados recreándonos en arrumacos.

A los 15 minutos decidimos ir a la ducha y empezar a prepararnos para la vida social que nos esperaba es día. El plan era darnos una buena ducha con calma, lavar y esconder los objetos no aptos para menores, cambiar las sábanas y preparar la comida.

Pero en ese mismo momento en que  entrábamos en la ducha con el volumen de la música bastante alto, pudimos distinguir claramente el sonido del timbre. Nos miramos extrañados, no esperábamos a nadie y los niños debían llegar a las 2, así que ignoramos el timbre, pues fuera quien fuera, no estábamos en condiciones de abrir. Pero entonces, cuando mi chico ya se había metido dentro y yo tenía solamente un pie en a ducha, sonó el timbre de la puerta de arriba. Me tapé como pude y me asomé. Por la mirilla pude ver a mis hijos, duchados y muy bien peinados, al lado de mi ex. Alguien les había abierto el portal, no tenía escapatoria, oían la música.

Mientras trazaba un plan, vi a mi ex sacar el teléfono y decir “Tienen la música muy alta, los voy a llamar al teléfono”.

Corrí a la habitación y cerré la puerta. Mi chico gritaba “Cariño, ¿quién era?” y yo, roja como un tomate e imaginando la cara de mis hijos en caso de que entrasen en ese momento, empecé a sudar. Debía cerrar la habitación y que no entrasen en ella y me metería en la ducha con los juguetitos para lavarlos y esconderlos de su vista. Pero ¿y si entraban y se sentaban en la cama, llena de geles de masaje y otros fluidos como hacían tantas veces para darme charla mientras me ducho?

Cogí el teléfono en el primer tono: “¿¡No habíamos quedado a las 2?!” Mi ex, serio al principio, me dijo “Creí que preferirías tenerlos ya listos temprano por si quieres cambiarlos o algo antes de salir y que vayan a tu gusto”, yo, agradecida y enfadada a partes iguales, le dije “¡Pues cuando creas algo, consúltalo primero! Ahora mismo no puedo abrir la puerta”. Entendió mi tono desesperado y se empezó a reír a carcajadas “¡Ah! Que no estáis en casa. Pues os quedó la música encendida. Nada, no te preocupes, me los llevo al parque de aquí al lado y cuando lleguéis me llamas”. Suspiré aliviada. No quería explicar según qué cosas a mis hijos, lo suficientemente pequeños como para que se creyesen aquella actuación cutre de su padre, pero lo suficientemente mayores como para que se dieran cuenta de algunas cosas de aquella situación, que no creo que deban ver en su propia madre.

Me escribió desde el parque “Lo siento, no había pensado en esa posibilidad. Estad tranquilos, hasta las 2 no iremos por ahí.”

Fue algo breve y con fácil solución, lo malo es que desde entonces mi ex nos vacila cada vez que trae e los niños. Nos llama al salir de su casa y antes de timbrar, nos repite despacio y silabeando la hora a la que va a venir, dejando claro que no llegará antes de tiempo… Total, que lo peor no fue que mis hijos se encontrasen el satisfyer sobre las sábanas pringosas, sino el puteo que se trae mi ex ahora con nosotros.

Al menos podemos reírnos los tres juntos de esta situación.

 

 

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.

 (La autora puede o no compartir las opiniones y decisiones que toman las protagonistas).

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