Sonia se enamoró en su penúltimo año de instituto. Uno de esos amores que cuanto menos avanza en acción, más se te clava en el pecho.

Tenía un grupo de amigos amplio y bastante sólido desde hacía años y Pablo siempre había estado allí, a su lado. El último año habían coincidido en clase por primera vez y eso los había acercado un poquito más. Hacer pareja para los trabajos de clase y tener las mismas asignaturas los hacía ser más íntimos de lo que habían sido hasta entonces.

Él le contaba sus problemas de casa, pues no se llevaba muy bien con su padre, que pretendía que estudiase derecho y se fuera a trabajar con él y Sonia le apoyaba en su sueño de ser ilustrador. Cada vez que su padre le soltaba alguno de sus discursos retrógrados cargados de estereotipos irrespetuosos, él la llamaba y ella acudía a charlar con él y darle fuerzas para seguir.

Ella también estudiaba arte y se ayudaban mutuamente.

Ella tenía serios problemas económicos en casa y él la escuchaba cuando se agobiaba por no poder comprar el material que necesitaba o por no poder ir a la escuela con la que soñaba desde niña. Pablo siempre aparecía con «material que había comprado dos veces por error», esos detalles que marcan la diferencia, era de esos que te ayuda intentando preservar tu autoestima y sin que nadie más lo sepa.

Él entró en una escuela de arte prestigiosa, ella hubiese entrado, pero no le dieron beca y se fue a una escuela pública donde aprendió un montón y se desarrolló en sus intereses.

Todo ese tiempo estuvieron en contacto y, aunque sus amigos bromeaban siempre con que parecían un matrimonio y que a sus hijos no los tendrían si no que los pintarían, nunca hubo una conversación al respecto ni ella lo vio receptivo como para hablar de ello.

Pasó diez años suspirando por él.

Pero hace dos años apareció en su vida Ricardo. El camarero de un bar cuya terraza era el lugar preferido de Sonia para ir a pintar. Pasaba las tardes de primavera sentada en un pequeño muro, mirando las flores mientras tomaba su infusión de siempre.

Él la sorprendió un día con un caballete montado delante de donde se solía sentar ella. Fue un detalle precioso y, aunque tardó en terminarlo, el cuadro se lo regaló a él.

Se enamoraron muy rápido, eran de esas parejas que se besan con hambre. Daba gusto verlos juntos.

Tras un año de relación decidieron casarse y hace dos meses tenían señalada la fecha de su día especial.

Sonia mantenía su pandilla del instituto, pero la vida adulta no le permitía verse tanto. Aun así, todos estaban invitados al enlace.

Tres días antes de la boda, la pandilla se reunió para tomar algo por última vez siendo todos solteros. Pablo estaba allí, pero sólo parecía estar presente físicamente, pues su mirada estaba perdida y parecía tan lejano…

Sonia se acercó a preguntar qué le pasaba. Pablo confesó que se había dado cuenta de que llevaba demasiado tiempo esperando a que algo pasase, que siempre había creído que acabarían juntos por arte de magia y que ahora veía que debería haber hecho algo antes. Le dijo que siempre había estado enamorado de ella y que a veces fingía dudas porque le encantaba la manera paciente y dulce que ella tenía de resolverlas.

Sonia solo podía llorar. Toda una vida deseando besarle, soñando con aquel amor creyendo que no era correspondido para enterarse a 3 días de su boda con otro hombre de que habían perdido una década de amor.

Él la besó despacio y ella no se apartó durante un segundo. Pero aquello ya no tenía sentido alguno. Le explicó que lo había amado con todo el corazón pero que Ricardo era su verdadero amor.  No tenían tanto en común y jamás entendería de arte, pero se querían de verdad y no tenían temas prohibidos, jamás se callaba una emoción a su lado y… El tiempo de Pablo había terminado.

Se abrazaron. Él le dijo que ya no estaba tan enamorado como al principio, pero ese día había sentido que la perdía. Prometieron ser sinceros del todo desde ese momento y seguir siendo igual de amigos que siempre. Pablo se disculpó por haber hecho aquello en tan mal momento y Sonia aceptó su disculpa creyendo que aquello acabaría con su amistad en realidad y que Pablo no la acompañaría en su día especial.

Pero no fue así. Pablo estaba radiante, feliz por su amiga y en paz por haber confesado aquel secreto tras tantos años.

Sonia pensó durante un rato cómo hubieran sido las cosas si supiera que su amigo la amaba, pero sigue convencida de que Ricardo es el amor de su vida y que su amistad con Pablo se hubiera estropeado.

Ahora están más cómodos juntos, sorprendentemente, y ella está feliz de haber encontrado al hombre perfecto.

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.

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