Todo empieza con un pique. Un pique en persona que lleva a un primer mensaje: “oye, espero que no te hayas ido picada, era todo una broma eh”.

Ahí empieza la cosa, cosa que no es más que una serie de conversaciones, en persona y por mensajes, mensajes a deshora; te escribo ahora, me respondes a las dos horas, te respondo de vuelta al día siguiente… Y así durante meses, meses en los que por primera vez, en mi edad adulta, siento que he ganado un coleguilla, un amigo, alguien que me lee a la perfección sin a penas conocerme, alguien con quien me desahogo a las mil maravillas y que me da los consejos que solo una persona del resto que me rodea, es capaz de darme, esos consejos que no queremos oír pero que son los que de verdad valen.

 

Pasan los meses, dejamos de vernos y propongo vernos. Tengo claro que no quiero perder su amistad y seguir conociendo a una persona con quien llego a tener mucha afinidad, aunque seamos opuestos en todos los sentidos.

Seguimos con nuestra charla infinita, nunca se da una despedida, un final de conversación, un “jajaja (icono)” y fin. En algún momento, mis amigos me oyen hablar de él y me preguntan qué pasa entre nosotros y comento lo que pienso: nos llevamos bien, charlamos y ya. Me insisten en que si no hay nada más, si no nos gustamos, y súper segura contesto “no, es mono, está muy bien, pero no sé… nos llevamos bien y ya, no hay ningún tipo de tensión entre nosotros, no me gusta ni yo a él… que yo sepa…”.

En esto último miento un poco, sí que ha habido una ocasión o dos en la que ha habido tensión, o al menos yo la he sentido, pero fue algo pasajero, y pienso que puede ser lo falta de cariño que estoy lo que me haga pensar que pudo haber tensión.

Llega el verano, la distancia, pero seguimos con la charla, las bromas y los desahogos.

Septiembre, la vuelta al cole, a casa, a la rutina, a lo mismo de siempre, excepto por un cambio: es él el que propone vernos. Pero resulta casi imposible que coincidamos.  

Continuamos como siempre hasta que llega ese mensaje: “te diría de vernos ahora…”. Nos pegamos casi dos horas en un tira y afloja para vernos, seguido de un “te invitaría a mi casa a ver una peli”. Yo, que no me entero, propongo tomar algo en la calle o que sea él quien venga a la mía. Así que volvemos al tira y afloja, terminando con una propuesta de ver algo en Netflix. Ahora sí me entero.

Algo se despierta en mi, me está gustando por donde vamos llevando la conversación y como esta acaba: con su ubicación en mi móvil y el plan de Netflix and chill.

Me espera con la puerta abierta, nos damos dos besos, agarrándonos el cuello el uno al otro.

Pero solo da tiempo a una pregunta suya, a mi respuesta, y a que él repita mi frase mientras avanza hacia mi para agarrarme el cuello y besarme. Más que besarme, me come la boca y me empotra contra la pared. Sus manos bajan desde el cuello a mi cintura, al culo, a las tetas y es ahí cuando me susurra “qué ganas de follarte”.

Consigue encenderme, pero lo paro, no va a poder ser en este momento y así se lo hago saber, pero tampoco quiero que quede aquí la cosa, y también se lo comunico. Mientras hablamos, va subiendo su mano por debajo de mi camiseta, hasta que la retira, me agarra de la mano y me guía hasta su cuarto.

Estamos en el cuarto, a oscuras, adelanto una mano intentando buscarle, me agarra, me tira hacia él y me come la boca de nuevo, agarrándome por el cuello y la cintura, mientras que me lleva hacia el lateral de la cama y me tumba en ella, con él sobre mi.

Nos vamos acomodando, yo intento dejarme llevar y seguir sus movimientos, es la primera vez que hago esto. Antes, solo he besado a un chico. Me sube la camiseta de nuevo y el sujetador, y comienza a tocarme las tetas y bajar su cara hasta la altura de las mismas, empezando a besar, lamer y morder.

 

Acompaña sus movimientos con su voz grave, susurrando frases que consiguen calentarme más y más. Yo voy acariciándole el cuello, la cabeza, la espalda, le quito la camiseta y me pide que me quite la mía. No quiero parar, no quiero que quede aquí, él tampoco, por lo que me pregunta si me gusta chuparla. Le confieso que no lo sé, nunca lo he hecho, pero me apetece probar. Me apetece eso y todo, quiero probarlo todo, pero hoy solo podremos llegar a eso. Comienzo con mis manos y me comenta lo mucho que le gusta, lo bien que lo hago. Enhorabuena para mi, era también la primera vez que hacía eso. Y seguimos, él se encarga de mis tetas y yo me encargo de él, siguiendo las indicaciones que me da. “Tienes que tener cuidado con los dientes, usar la lengua y agitar, eso es lo más importante”. Sigo sus instrucciones, intentado dar lo mejor de mi, no se cree que sea la primera vez que lo hago. Enhorabuena de nuevo para mi, he desbloqueado dos habilidades en un día.

Él me quiere encima, para tener mis tetas sobre su cara, me pregunta si me gusta duro o suave, si me hubiese gustado follar con él en nuestro lugar habitual, que por qué nunca se lo propuse…

Y se corre. Yo no sé muy bien ahora qué debo hacer, pero entonces me propone acompañarme a casa. Se va a la ducha, lo veo salir desnudo de la habitación y es cuando me percato de lo bueno que está…

No sé qué cara tendré pero le hace preguntarme si me pasa algo, rápido le contesto que no, me comenta que me nota angustiada, no lo estoy, pero igual lo que me nota es que estoy en una nube de pensar en lo que acabamos de hacer.

Me acompaña a casa y la conversación por el camino fluye como siempre, con la misma naturalidad con la que hemos hablado desde que nos conocemos. Esta noche no duermo.

 

Pasan los días y sigue todo como siempre, hasta que a la semana, empezamos a tontear de nuevo, “estás en deuda”, “dime que hago para saldarla”, “tu voz en los audios…”

Sin saber bien cómo,  me recuerda el momento en el que me quité la camiseta. Saco la loba que llevo dentro y empezamos una conversación en la que a cada segundo nos vamos calentando más y más el uno al otro. Yo llevo una semana que lo único que quiero es que me vuelva a empotrar.

Comienza el sexting. Frases que jamás habría imaginado recibir y mucho menos enviar. Frases y fotos.

Fotos consentidas, no las enviamos sin antes preguntar al otro si quiere verlo. Queremos y me apetece, me apetece mucho enviarle una foto y que me diga lo mucho que le pone.

La conversación va acompañada de un audio en el que me dice que si estuviera con él en esos momentos me haría de todo. Con ese audio, consigue ponerme a mil, tengo que soltar el teléfono, no puedo concentrarme si estoy escribiéndole. Mi cuerpo lo agradece, agradece mucho este momento y el suyo parece que también.

Pasan un par de días sin que nos hablemos, ni un mensaje. Hasta que me pregunta qué tal estoy, charlamos un rato y por la noche volvemos a una conversación sobre todo lo que nos queremos hacer, sobre las ganas que nos tenemos y sobre lo que nos gustó de nuestro primer y único encuentro. Intentamos ponernos de acuerdo para vernos al día siguiente, para saldar la deuda.

 

Nos vamos a dormir sabiendo que mañana seguiremos con lo que empezamos.

 

Al día siguiente, al comienzo de nuestra conversación, me dice que no es un buen día y que necesita pensar y digerir, que tiene un día mentalmente duro. Empiezo a preocuparme y le pregunto qué es lo que ha pasado, que si necesita contarme algo. Responde que es complicado… pero me lo cuenta. Se ha encontrado a su ex.

Bomba. Para nada había pasado por mi cabeza esta situación, había pensado que podría estar relacionado con el trabajo, su familia, la salud, nunca esto. Sí, así de pava soy.

Se ha encontrado a su ex y han charlado. Quiero tantear el terreno y le pregunto si la conversación ha sido mala o no, si alguno de los sentimientos han sido más fuertes que otros. No lo sabe, no sabe decirme si es bueno o malo, tiene dudas, está agobiado y no quiere darle vueltas a la cabeza. Pero termina contándome la situación.

Me comenta que no sabe si es apropiado habérmelo contado y no sabe si lo siente o no el hecho de decírmelo, pero necesitaba que lo supiera. Esto no es un jarro de agua fría para mi, para nada. Es una barrica de madera, llena hasta los topes, de agua fría, helada, que ha caído sobre mi empapándome hasta los huesos.

 

 

¿Qué le contesto a esto ahora? Pues lo único que le puedo contestar. Que no se preocupe, que me alegro que me lo haya contado porque así sabemos qué es lo que hay. Que medite, piense y decida lo que le haga más feliz, que yo siempre lo voy a considerar un amigo. Me agradece que me lo tome así y durante unos minutos más seguimos hablando de que es una situación dura pero que necesita estar tranquilo, fuera de aquí para poder pensar y decidir qué quiere hacer.

 

Yo le deseo que le sea leve y que haga lo que siente, y le doy las gracias a él.

 

Esas gracias, no sé cómo la entenderá, pero para mi han sido unas gracias por todo: por haberme hecho sentir cómoda siendo yo misma desde que le conocí, por haberme escuchado tantas veces, aconsejado, hecho reír, animado cuando he estado mal, regañarme cuando no he confiado en mi misma. Pero sobre todo, por haber sido el primer chico en mucho tiempo, toda la vida, diría, en haberme hecho sentir así. Él vio en mi mucho más de lo que ve la gente, mucho más de la chica con cara dulce y de buena, simpática e inocente. Él vio lo que tenía dentro y que nunca había sacado, por falta de confianza, por vergüenza y también por miedo, mucho miedo. Me ayudó a sacar todo eso, a tener confianza en mi misma, a terminar de aceptarme y quererme como soy, a darme cuenta de lo capaz que soy de dejarme llevar por el momento y disfrutarlo. Y a disfrutar de esa parte sexual que había en mi y que llevaba tanto tiempo dormida, como un volcán, dentro de mi. Liberó esa parte, me hizo descubrir lo que me puede gustar, atraer, poner, lo que es sentirse deseada. Todo eso, se lo agradeceré siempre, eternamente. Porque mi memoria es mala, malísima, pero creo que tendrá que pasar mucho tiempo o alguna experiencia más intensa aún, pero que yo pueda olvidar todo lo que he sentido.

 

Una vez más me veo en la misma situación, a punto de conseguir algo que llevaba tiempo esperando. Había salido de mi zona de confort.

Me duele el hecho de haberme dejado llevar, haberme tirado a la piscina, haber fluido como nunca y toparme con esto.

Pero en este punto no puedo hacer nada, no está en mi. Solo puedo aprender de la experiencia, no bajarme de este nivel de confianza que he alcanzado y seguir avanzado. Y a él, desearle lo mejor, se lo merece.

 

Anónimo

 

 

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