En una boda, hay más posibilidades de que las amistades se tensen por no poder asumir los costes de un evento a lo grande, o porque los novios consideran que tal o cual se ha estirado poco con el regalo. Esas son, al menos, las historias que yo conozco. Lo insólito de mi boda es que sucedió justo lo opuesto: decidimos hacer algo íntimo y a nuestro grupo no le sentó nada bien.

Amigos de la fiesta

Mi grupo siempre se ha mostrado muy entusiasta ante cualquier tipo de celebración o fiesta. Disfrutamos mucho juntos y cualquier excusa es buena, más aún cuando te vas cargando de responsabilidades que merman la vida social.

Besos en grupo en una fiesta

Esa actitud tan entusiasta ha sido una motivación extra para otras parejas que se han casado. Siempre han sido muy detallistas con los preparativos, incluyendo despedidas de soltero o soltera muy curradas y divertidas. Y luego, en el gran día, ellos llegan los primeros y se van los últimos. Viven toda la jornada con la misma intensidad que los familiares más cercanos, incluso que los propios novios.

Es una parte de ellos que nos gusta mucho a mi pareja y a mí. Son personas que arropan y dan calor. Para las fiestas están ahí, y luego, en los malos momentos, también se hacen presentes. Siempre hemos estado muy a gusto con todo el grupo, aunque la reacción que han tenido con nosotros me ha hecho cambiar de idea.

“¿Os casáis? ¡Ay, por fin!”

Siendo ellos como describo, os podéis imaginar cómo acogieron la idea de que mi pareja y yo hubiéramos puesto fecha de boda después de muchos años juntos. Que qué bien, que por fin, que ya era hora, que estaban deseando… Desde el principio ya les advertimos que sería algo íntimo y ellos lo entendieron y nos animaron… pero porque nunca se vislumbraron fuera del plan.

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Mi marido y yo también disfrutamos mucho con las celebraciones, pero a los dos nos costaba vernos como protagonistas en una boda grande y recibiendo atenciones de decenas de personas. El formato de las bodas tradicionales tampoco se adapta especialmente a nuestra personalidad y estilo de vida, aunque sí hayamos ido a muchas como invitados. Somos personas sencillas, no necesitamos dispendios y ninguno de los dos quería gastar en algo que ni siquiera nos hacía ilusión.

Sumamos que, después de años viviendo juntos, el matrimonio lo veíamos como puro trámite. Incluso nos planteamos ir al juzgado con un par de testigos, sin más, pero entendimos que, como mínimo, los padres tenían que estar.

Nos decantamos por una ceremonia civil en una sala del juzgado que, según calculamos, debía durar menos de media hora. Y luego iríamos a comer a un restaurante cercano que nos había dado flexibilidad para poner platos previamente acordados y, además, poder pedir de la carta. Irían nuestros padres, abuelos, hermanos, sus parejas y sobrinos. En total seríamos unas 15 personas, pero, para nosotros, era perfecto.

El anuncio y la reacción

Desde que anunciamos la fecha, no hicimos más alusiones a la boda. Nuestros amigos se pusieron muy insistentes porque veían que pasaba el tiempo y no teníamos nada: ni sitios, ni menú, ni salón, ni flores, ni música… Siempre les decíamos que sería algo pequeño e íntimo y que no necesitábamos nada de eso.

Cuando decidimos cómo lo haríamos, se lo comunicamos. Alguno dijo que bueno, que era nuestra decisión. Pero la mayoría puso gesto de decepción e insistió en conocer los motivos que nos llevaban a celebrar una boda que calificaron como triste.

Nos dijeron que estaban preparando las despedidas de soltero y alguna sorpresa más para el gran día, pero, ya que ellos no estaban invitados, no participarían en nada. El día de la boda, en el grupo de WhatsApp hubo mutismo absoluto. Nos felicitaron ya al día siguiente, pero de manera fría y distante. De repente, la relación dejó de ser la misma.

Nunca lo entendieron. Se formaron la idea de que una boda es lo bastante importante como para invitar a tus amigos íntimos, y ellos pensaron que deberían haber estado junto a nuestros familiares. Ni siquiera nos tenía que costar nada, si ese era el problema, porque ellos pagarían su cubierto como hacían en todas las demás. En esa idea se estancaron, y tantas vueltas le dieron que acabaron convenciéndose de que no eran tan importantes para nosotros.

Intentamos que se bajaran de ese pensamiento al que se habían aferrado, explicándoles que solo había sido una decisión personal y que, para nosotros, la boda no tenía tanta importancia como para ellos. Pero ya no volvió a ser lo mismo. Apenas nos hacían partícipes de otras celebraciones, por entender que nosotros no las recibíamos con el mismo entusiasmo, así que la relación se fue enfriando.

Me planteé muchas veces la posibilidad de que nos hubiéramos equivocado, pero quise dejar de darle vueltas para no convertir mi vida en un martirio. Lo hicimos como quisimos, sin más. Si tan incapaces son de respetar nuestra voluntad y nuestro deseo, quizás está bien que pasara lo que pasó. No me pueden imponer un criterio por su propio disfrute.

Anónimo

[Texto reescrito por una colaboradora a partir de un testimonio real]