Que mi marido era algo vago es algo que ya sabía desde hace muchos años. Pero de que, además era un cavernícola no tenía ni idea.

Resulta que, ese ser con el que me casé hace ya seis años, que parece una persona normal y coherente tiene (o tenía) un problema muy grande con las uñas de mi hijo. Más concretamente, con las uñas rosas de mi hijo.

Y es que estaba yo un día este verano con el guapo subido y decidí hacer algo que no hacía desde hacía años: pintarme las uñas. Mi hija me vió (porque me sigue a todos los lados como una lapa) y me ayudó a elegir el color. Por supuesto, rosa fucsia así bien potente. Y allí que nos sentamos las dos.

Que, si no lo habéis probado, es una ideaza. Con la tontada de que se tienen que secar, media hora estuvieron quietos como estatuas y sin dar el coñazo.

Finalmente, mi hijo nos vio y se apuntó a la fiesta.

Total, llega la tarde, vuelve mi marido de trabajar, y mis mellis van a enseñarle lo guapos que están. ¡Bendita inocencia! Conozco mis dotes de manicurista y llevaban más dedo que uña pintado, pero ellos tan contentos. L os mira, les dice que qué bien y me llama a la cocina.

¿Qué coño le has hecho al niño? ¿Te parece normal? ¿En qué cabeza cabe? Ningún hijo mío va a llevar las uñas pintadas, eso no es de hombres.

Os prometo que nunca me lo habría imaginado, ni en mis peores pesadillas. ¡Si hablamos de un hombre que fue el primero en aceptar que su mejor amigo Dani ahora se llama Clara, y hasta encaró a todo aquel del grupo que tuvo un problema con ello!

Esto había que cortarlo de raíz, y arreglarlo. Por suerte, se me ocurrió el plan perfecto.

¿Quieres estar recién salido de las cavernas? Bien, pero aquí o follamos todos o pinchamos la muñeca.

Esa misma tarde, mientras se duchaba, tiré su pendiente con un “esto no puedes usarlo, que eres un hombre”. Lo mismo con su crema para la cara.

A la mañana siguiente, al ir a vestirse, me preguntó por su camiseta de los Simpsons, su favorita. ¡Uy! Pues la he usado para hacer trapos. Imagino que no te importará, porque los machos así tan machos como tu no usan ropa rosa. Eso es de nenazas. Tampoco busques ni las amarillas, ni las moradas ni las naranjas, que es que necesitaba muchos trapos.

Al día siguiente, cancelé su cita para la cera y la cambié por una pedicura para mi (porque la profesional que vive de esto tampoco tiene la culpa, no iba a dejarla sin ingreso). Cuando fue a protestar, le dije que “el hombre y el oso cuanto más pelo más hermoso”. ¿Dónde se ha visto a un hombre depilado sin ser gay?

Seguí haciendo varias más, a cada cual más tonta que la anterior. Parecía yo sacada de lo más profundo de forocoches.

Y gané la guerra. Rápido, además. Tan solo dos días mas tarde, cuando los peques se fueron a dormir vino a pedir perdón y a admitir que igual se había excedido en su reacción (igual dice…)

Llegamos al acuerdo de que, si bien él no las pintaría, tampoco protestaría, ni pondría malas caras, ni se negaría a sacar al niño de casa solo por tener un poco de color en sus manitas.

Y así fue como conseguí mover a mi marido desde Atapuerca, hasta el siglo XXI.

Por si acaso lo estáis pensando, dejadme aclarar que ninguna camiseta fue degradada a trapos, y ninguna crema o pendiente fue malgastado durante esta guerra casera. Simplemente le hice creer al enemigo lo contrario y oye, funcionó.

Andrea M.