Ser madre es duro, pero ser madre soltera y pobre puede ser una experiencia desgarradora. El único seguro de vida con el que cuentas es tu trabajo y, si lo pierdes, vives tan al límite que acabas tomando decisiones drásticas. Tanto como ejercer temporalmente la prostitución para sacar a tus hijas adelante, que fue lo que hizo mi madre.

Un momento crítico

Mi madre apenas tiene formación y se ha dedicado siempre a trabajos de los que llaman “no cualificados”, como si no hubiera que ser una profesional a la hora de limpiar, cuidar a otras personas o ser camarera. Mi infancia está marcada por su ausencia continua, pues compaginaba varios empleos en precario y sin seguros para poder sacarnos adelante a mi hermana y a mí.

Apenas teníamos red familiar que nos apoyase. Por el lado materno, a mi abuela no le iba mucho mejor que a nosotras y mi único tío vive lejos y apenas tenemos relación con él. Con el lado paterno ni podíamos contar. Mi padre vivía en un pueblo cercano, estaba casado y tenía hijos, así que con mi madre tuvo una relación extramatrimonial marcada por las promesas incumplidas. De ella somos fruto mi hermana y yo, que ni siquiera tenemos recuerdo de él en los primeros años. En algún momento se desentendió de todo y mi madre, marcada por la vergüenza y el estigma, ni siquiera se sentía con derecho a buscarlo y pedirle explicaciones. Hace décadas que no sabemos nada de él ni de su familia.

Algunas os podréis imaginar lo que es crecer no ya entre prejuicios, miradas y rumores, sino en el práctico desamparo. La única persona de la que podíamos depender tenía que matarse trabajando para que tuviéramos tres comidas al día, al menos. Y nosotras siempre solas.

En los 90 hubo una crisis fuerte en España y a mi madre la echaron de las casas en las que limpiaba. Se quedó con unos ingresos mínimos y sin ayudas, ni de la familia ni del Estado, porque siempre trabajó en B. Nosotras éramos unas niñas, pero la recuerdo siempre preocupada y triste por aquella época. Era honesta con nosotras cuando la preguntábamos, y nos explicaba que no tenía trabajo, no había ingresos y era muy posible que pronto no tuviéramos para comer ni para pagar el alquiler.

Nos pasamos días yendo al colegio con el estómago vacío, sin saber si lo llenaríamos ligeramente al llegar a casa. Y con un cuidado extremo para no romper los vaqueros, el chándal o las deportivas que lleváramos, que eran siempre las mismas. Nos sabíamos a las puertas de la calle y del hambre, lo que nos atormentó durante semanas, y eso es algo que te marca de por vida.

Hasta que, un día, mi madre nos contó que había encontrado una familia que necesitaba a alguien que cuidara a una persona mayor. Sería de noche, pero ya no tendríamos que preocuparnos, según nos dijo. Pese a que parecía que las cosas iban a mejorar, no la vi contenta. No lo estaba.

 

Madre y prostituta

Aquella supuesta familia a mí me pareció compuesta por ángeles caídos del cielo para ayudarnos en un momento crítico. Mi madre logró sacarnos adelante y, un par de años después, encontró un trabajo estable y no volvimos a pasarlo tan mal.

Ahora soy adulta, tengo trabajo y vivo con mi pareja. Hace unos meses, hablando con mi madre sobre alguien del pueblo que también parece atravesar una situación crítica, recordamos aquellos años tan malos. Ella se quedó callada y cambió rápidamente de conversación, pero, en un silencio posterior, rompió a llorar.

Pensé que le dolía recordar aquella época de miedo e incertidumbre, pero no era eso. Con muchísima dificultad, me confesó que nunca hubo familia ni persona mayor a la que cuidar, sino clientes a los que proporcionar servicios sexuales. Mi madre me confesó, llorando y llena de culpa y vergüenza, que vio la prostitución como única salida para que no cayéramos en el abismo.

“Un trabajo como otro cualquiera”

Me quedé impactada ante su confesión. Ella me dijo que era un fantasma que la perseguía y que me lo había contado para intentar aliviar el peso de la losa que arrastraba con ella desde entonces. La vi tan destrozada que, cuando logré reaccionar, la abracé y le dije que no pasaba nada, que solo fue algo temporal, que ya pasó, que nunca tendría que volver a hacerlo, que fue muy valiente y que mi hermana y yo siempre le agradeceríamos lo mucho que hizo por nosotras. Porque ella jamás nos abandonó, que es la salida que toma demasiada gente. Ella estuvo ahí y luchó de manera literal, pues incluso expuso su cuerpo y su integridad física y emocional.

Tratando de animarla, le dije que el de prostituta era un trabajo como otro cualquiera, pero no. Entiendo que se diga algo así para eliminar el estigma y la vergüenza, pero hay que ser realistas: no lo es. Obviemos el hecho de que aún hay que retirar el halo machista que denigra a las mujeres en general, pero más a las prostitutas, a las que se despoja de dignidad.

Aunque consiguiéramos aceptarlo y normalizarlo, lo que nos quedaría seguiría siendo muy duro. Mi madre se vio forzada a ejercer la prostitución por las circunstancias, y entró en ella a través de una mujer que había pasado por algo parecido y se lo propuso, pero ya no ejercía. A excepción de alguna, todas las mujeres que conoció por entonces ejercían por desesperación y, en el caso de las extranjeras, incluso eran explotadas.

La mayoría jamás hubiera querido venderse a ningún hombre que las viera como un mero instrumento para su placer. La mayoría no se habría expuesto a sentir vulnerado su cuerpo y su intimidad, con el impacto que eso genera en lo emocional. Y menos aún a ver peligrar su integridad por el borracho o el agresivo de turno que se siente en el derecho de sobrepasarse, porque cree comprar sus cuerpo para consumirlo como desee. Ni siquiera le da la categoría de persona a respetar.

Ojalá mi madre hubiera tenido otra alternativa. Ojalá la tuvieran todas las mujeres que ejercen porque necesitan más ingresos, o porque no encuentran un trabajo que les genere lo suficiente sin consumir todo el tiempo que tienen para criar a sus hijos, o porque tienen que alimentar a familiares en la otra punta del mundo.

Anónimo

 

[Texto reescrito por una colaboradora a partir de un testimonio real]