La mayoría de las cosas nos suceden sin que podamos pronosticarlas.
Nuestra existencia es aleatoria e impredecible.
Las cosas pasan.
Estemos preparados para soportalas o no.

Se crean y se desmoronan sin previo aviso, y siempre acabamos encontrando la manera de seguir adelante.
Encontramos una fuerza oculta en nuestros huesos casi descalcificados, para seguir adelante, sin saber si seguir saldrá bien o mal.
Solo conocemos lo que somos por nuestro pasado, el que nos hizo llegar aquí, es lo único que sabemos con certeza.
El futuro está por escribir y puede pasar cualquier cosa.

Y que eso sea así es tan reconfortante como aterrador.

Y así…

Ella creía que una de las cosas buenas que podía haber en ese futuro era el amor.
Soñaba con vivir historias sacadas de una buena película navideña.
De esas que el amor llama a la puerta de una joven con un carácter dócil, que se enreda un poco a lo largo de la historia para crear expectación, pero que siempre, siempre, siempre, termina abriendo el regalo más maravilloso bajo el árbol de navidad con más luces del mundo.

Ella estaba convencida de que, como seres humanos, estamos programados para amar, que eso de estar enamorados iba más allá de una reacción puramente neuroquímica.

Y dado que está en nuestra naturaleza amar y ser amados…
¿Por qué ella no lo encontraba?
¿En dónde se había escondido el amor prometido?

Había crecido con la historia de amor más bonita jamás contada.
La de sus padres.
Y como nunca fue contada no seré yo quien lo haga.
Creciendo con eso… ¿Cómo no creer en el amor de verdad?

Todas sus amigas tenían amor en sus vidas…
¿Por qué ella no?
Que sí, que estaba rodeada de gente que la quería, pero ella necesitaba otro querer.

Lo cierto, es que ese vacío hacía que se sintiera totalmente amargada, hastiada y muy muy, muy triste y sola.

Se levantaba cada día preguntándose porqué a ella no le sucedía, y sobre todo preocupándose porque tal vez nunca le sucediese.

Se convencía de lo incompleta que estaba, de lo destrozada que se sentía y de lo poco que era para que nadie la quisiera.
Se obsesionaba con la necesidad de tener a alguien a su lado, y así lo mostraba intentando conseguirlo por todos los medios con citas a ciegas, aplicaciones para ligar, o enamorándose (eso creía ella) del primero que le prestara un mínimo de atención.

Con el tiempo y muchos fracasos se empezó a dar cuenta de que eso, no es lo que buscaba.
Que ella no quería rogar amor.

Y entonces llegó un día en que dejó de preguntarse.
En que decidió cambiar, en que decidió vivir.

Sabía que no podía hacer nada con las cosas que le pasaban, pero sí que podía cambiar su actitud ante ellas.

¿Que no aparecía nadie que le bajara la luna?
Le habían crecido unas alas enormes para hacerlo sola.

Y pasó un tiempo, hasta que se quiso como nadie jamás lo había hecho.
De repente no necesitó el amor de nadie, porque tenía el más grande que podía conseguir: el suyo.

Y entonces, fue cuando la vida, le dio aquello que ya no buscaba.
Y la pilló desprevenida y en bragas.

Porque como dijo John Lennon: “La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes”

Y así descubrió que el amor, aparece, cuando menos te lo esperas.

Así descubrió cual sería el próximo tatuaje en su piel, que la vida se había encargado de escribir en su corazón: “Serendipia”.

Que los hallazgos más valiosos son los que se producen de manera casual, como el amor.
Como el amor propio que encontró.
Y como el amor pasional que ganó.

No puedes planearlo, no hay una fórmula mágica para encontrar el amor, ni siquiera una fórmula matemática.
No hay razones concretas por las que no apareció antes.

No podemos pensar que deberíamos estar en otro lugar, con otras personas.
Lo cierto, es que estás exactamente en donde debes estar, aquí y ahora.
Con tus circunstancias.
Todo ha llevado a construirte.

Y así, ella entendió que no se pueden forzar las relaciones.
Que no se puede perseguir a las personas que no buscan ser atrapadas.
Que cuando menos te lo esperas, pasa.

Marta Freire @martafreirescribe