Existe un problema que nos concierne a muchas personas y del que se habla muy poco. Me refiero, claro, al Grupo del Instituto. Así, con mayúsculas de nombre propio. Ese grupo de gente que, después de diez, quince o cincuenta mil años, siguen quedando como si no hubiera pasado el tiempo. Son un poco como Chip Matthews, el tío aquel con el que se lía Monica en Friends y que sigue atascado en los dieciséis. Sigue trabajando en el cine, sigue saliendo con la misma gente y hablando de las mismas cosas. Pues eso también ocurre en la vida real. Y quieren que te unas a ellos.

“Salgo con el Chip Matthews del instituto”

Siempre empieza igual. Tú estás en un bar de copas, en una cafetería comiéndote unos churros o en una tienda comprando zapatos, cuando aparece a tu lado un/a antiguo compañero/a de clase. Suele ser una de esas personas entusiastas que no solo te recuerdan a pesar de que te hayas teñido de rubio platino, sino que está súper emocionado de verte.

–¡Tía, cuánto tiempo! ¿Qué tal estás?

–Eh… muy bien, gracias. ¿Tú qué tal?

Aprovechas que te cuenta su vida entera para intentar hacer memoria. “Y este, ¿cómo se llama? ¿Era Juan? ¿O Jose?”. Y, para cuando te das cuenta y reconectas el cerebro, descubres que no sólo te ha contado que su periquito está enfermo, sino que, además, está planificando algo que cambiará tu vida para siempre.

–Oye, ¿y si organizamos una cena de viejas glorias?

A ti, que lo que te gusta los viernes es beber vino y hacer maratones de Netflix, te dan sudores fríos. Ya empiezan a pasarte por la cabeza veinte millones de excusas para no ir, pero luego piensas: “Joder, también sería mala pata que la cena salga adelante… bah, le digo que sí para quitármelo de encima y todos contentos”.

–Ah, pues sí… Lo vamos viendo.

Ay, amiga. Has cometido un error garrafal. Porque El Entusiasta, Dios sabe cómo, consigue todos los números de whatsapp de tus treinta compañeros y ahí empieza LA PESADILLA. De repente te encuentras metida en el grupo “Viejas Glorias”, en el que se habla de gente que ya no recuerdas, de profesores que te hicieron la vida imposible y de cuándo podréis cuadrar treinta y cinco agendas para poder quedar para cenar. Aparecen dos bandos, los que siguen al Entusiasta como si nunca se hubieran separado y los que, como yo, nos mantenemos en la sombra. Que digo yo que, si no he mantenido el contacto, pues será por algo. Pero me alegro mucho por los que mantenéis esas amistades de toda la vida. De verdad, os admiro. Incluso me haría ilusión un reencuentro en algún momento puntual, pero esto es otra cosa. Esto es una secta. Y yo lo que necesito es el botón “silenciar durante un año”. A veces me cuelo a cotillear un poco, por ver si me animo a socializar un poco.

–¿Os acordáis de la que armó Pepito cuando…?

Pero quién coño será Pepito. ¿De verdad yo coincidí con ese señor, o es que estudié en un universo alternativo?

–¿Y cuando el profesor nos castigó porque hicimos…?

Pues mira, sí, de esto sí me acuerdo porque me comí el castigo por vuestra culpa, CABRONES.

–Uuuuh, ¿os acordáis de cuando fulanita se lio con menganito?

Luego aparecen las fotos. Los anuarios. Los “me quiero morir, por qué sacáis una foto mía con aparato y gafas, si yo ya había quemado todas las fotos de mi adolescencia”.

Y así todo el día. Incluso consiguen cuadrar diez de las treinta y cinco agendas y se van a cenar. Ahí, si no vas, sabes que estás jodida, porque al día siguiente te van a llegar miles de fotos y anécdotas nuevas, pero ya ni siquiera reconoces las caras. Y encima no me puedo ir porque whatsapp tiene la mala costumbre de anunciar que “X HA ABANDONADO EL GRUPO”. Como con luces de neón que confirman que tú eres una mala persona que no quiere mantener la relación con la buena gente que estudió contigo durante muchos años de tu vida.

Así que, por favor, si alguien conoce al CEO de whatsapp, que le pida por favor que añada la opción de abandonar chats de incógnito, que yo necesito huir de mi Grupo del Instituto.

 

Carmen Amil