Este relato viene de una escena que he vivido hace poco y, gracias a ella, nace esta reflexión.

Esto no va de pataletas de niños pequeños ni de alternativas para la educación. Se trata de que a veces hay adultos insensibles y egoístas.

Estoy pasando por un momento laboral delicado y cada vez que me mencionan algo en el trabajo, me pongo muy nerviosa.

No voy a entrar en detalles, pero estoy a flor de piel y lloro con facilidad. A esto le sumas que he tenido que volver a casa de mis padres y ya es la gota que colmó el vaso.

El otro día salí de casa a las 8 y volví a las 23h. No paré de trabajar y de aguantar estupideces.

Cuando entré por la puerta, mi madre me soltó una bordería sobre mi jefe y su explotación, de la cual soy consciente y me puse a llorar cual magdalena.

‘Delante de mí no se llora, que me da algo’

¿Solo dices eso? ¿No preguntas qué pasa ni cómo puedo ayudarte? ¿Solo piensas en mí aunque me veas mal?

 

¿No hubiera sido mejor un abrazo y algún mensaje de aliento? Con lo fácil que es un ‘todo va a salir bien’, ‘tú vales mucho’, ‘estamos aquí para lo que necesites’ o similar. Entiendo que no siempre te van a decir lo que quieres oír, pero tampoco es plan de que te apuñalen con palabras.

No hay que ser un genio para adivinar que la relación que tenemos mi madre y yo no es muy buena, pero su comentario me dolió y es de sentido común que si tu hijo no está bien, le das tu apoyo. Es normal que te duela ver llorar a un ser que ha nacido de ti, pero ofrécele tu ayuda, tan solo eso.

Y de ahí afirmo lo siguiente: llorar no es débiles, es de gente que necesita expresar su rabia, alegría o impotencia y tan solo llora, sin que tenga una connotación negativa.

Si ves a alguien llorar, pregúntale qué le pasa y si le puedes ayudar. Dale un abrazo y recuérdale que estás ahí pase lo que pase.

Llorar es real, necesario y gratificante y si alguna vez se atreven a decirte que no lo hagas en su presencia, plantéate que no vale la pena tampoco llorar por ellos.