Desapareciste en el tren de las 14:40

 

Suelen decir que las grandes pasiones aparecen en primavera y el verano se llena de romances, pero nosotros nos conocimos cuando hacía frío, mucho frío. No pudiste llegar a mi vida en mejor momento: con los árboles sin hojas y el corazón solitario, imaginé que el resto de mi existencia residiría en ser una madre amante de los gatos, idea que no me disgustaba en absoluto. Pero llámale destino, casualidad, o simplemente esa especie de magia que nos entra en el cuerpo cuando todo huele a nevado, que yo de algún modo supe, inequívocamente, que debía encontrarte.

Ocurrió como suceden las grandes historias: te vi en un cruce, e impresionada por la profundidad de tus ojos grises, me quedé mirándote embobada. Sin darme cuenta el semáforo se tornó rojo otra vez, pero yo seguía allí quieta, en el paso de cebra, contemplando lo que me pareció lo más bello que había visto.

El claxon más ensordecedor de mi vida me sacó de mi ensoñación y me hizo gritar de pánico, con lo que varias personas se acercaron a sacarme de la carretera. Pero el que me tocó el brazo fuiste tú. Tartamudeé un «gracias» mientras me sonrojaba cual adolescente enamorada y salí corriendo en dirección contraria.

El corazón me latía a toda velocidad. ¿Era eso a lo que llamaban flechazo? De pronto me sentí una niña y una tonta, y pensé que yo a ti solo te habría parecido una distraída a la que casi pilla un coche. De modo que lo dejé estar. El invierno avanzó y se recrudeció, aunque me encantaba hundir mis pies en la nieve cuando volvía de trabajar. Me sentía pequeña y llena de ilusión otra vez, como cuando celebraba las Navidades con mis abuelos. Una de esas tardes, entre los primeros copos, volví a verte.

Envuelto en esa capa blanca y etérea, me causaste aún más impresión que la primera vez, y me sentí de nuevo joven, excitada y alegre. Aún recuerdo lo que dijiste cuando pasaste por mi lado en una sonrisa: «Cruza con cuidado esta vez». 

La tercera vez que te vi, había caído un aguacero, me sentía como una rata mojada y como la persona menos sexy del planeta. Estaba deseando llegar a casa para darme una ducha caliente cuando noté un toque en el hombro. Al verte mirándome, creo que di tal brinco que te asusté. Nos disculpamos mutuamente, y, sin saber cómo, terminaste invitándome a un café, el más delicioso de mi vida. 

Cuando salimos de la cafetería me rodeaste con tus brazos porque yo estaba helada de frío, y pude sentir tu calidez y las mariposas en mi estómago. Tuve mi ducha caliente, pero la tuve contigo. Entre besos, abrazos y unos sentimientos que me sentía incapaz de hacer frente, pasamos la noche despiertos, apenas cogiendo fuerzas para respirar. Al día siguiente desayunamos juntos y te acompañé a la estación de tren, ya que tenías que volver a casa.

Nos despedimos con un tímido beso y cogiste el tren de las 14:40. Eso fue hace tres años. Un vagón descarriló y nunca más volví a verte. Hace tres años, un viernes a las 14:40, desapareciste, y sé que contigo se fue mi verdadero amor. Tal vez me estés esperando en alguna parte, quizás no, pero cada vez que llueve, siento que eres tú quien llueve sobre mí.

 

Ega