En pleno siglo veintiuno, año dos mil veintitrés, quedó bien establecido que está mal hacer comentarios sobre el físico de alguien, no está bien opinar sobre cómo una persona decide llevar su cabello, cuántos tatuajes se hizo, o qué tipo de ropa decide usar, pero sobretodo, está mal, mal, muy mal opinar sobre el peso de una persona.

Ahora imaginemos que la persona en cuestión es un niño. Mucho peor. Para mí, inaceptable.

Hace unas semanas mi hija estuvo enferma con un virus respiratorio y entre muchos medicamentos, la doctora le recetó uno que contenía esteroides, a esto mismo, es decir al componente en la medicina, la doctora le atribuye que mi hija haya subido de peso las semanas siguientes. Yo ya llevo siete años montando el toro de la maternidad y tras ese tiempo, y tres hijos después, no me alarmo fácilmente. Entiendo que los peques tienen algo así como picos en los que suben de peso, luego ya viene un estirón y vuelven a estar como antes, listo. 

Sin ningún problema, son procesos naturales del cuerpo y ya. Como mamá estoy bastante tranquila con la manera en que mis hijos comen y la actividad que hacen durante el día. Pero este tema del aumento de peso de mi hija me llevó a mis límites y terminé gritando como loca y descargando frustración con una persona cualquiera.

Fuimos de compras, por ropa, y ya yo había tenido que escuchar de familiares y amigos lo “gordita” que se había puesto la niña, hasta ese momento no me había molestado tanto. Pero mientras se probaba ropa y yo le decía lo hermosa que le quedaba, la dueña de la tienda (a la que siempre íbamos) y su mamá comenzaron a hacer comentarios no sólo de la niña, si no delante de la niña. Rectifico, directamente a la niña.

“Pero mira qué gordita estás, te va a costar conseguir novio, esos cachetes parece que van a explotar”.

Yo me sentía como en las caricaturas, que ves como la temperatura va aumentando en un termómetro, así que escogí un par de prendas y me apuré a salir de ahí, pero mientras pagaba, y ya en tono mucho más serio que había perdido cualquier deje juguetón, la señora mayor comienza a decirme, esta vez sí a mí pero delante de la niña, que debo tener mucho cuidado, “prestar más atención” a su alimentación y cuidarla más porque así con ese peso, se podía desarrollar antes de tiempo, y presentar problemas de salud.

Me enumeró varios, y para terminar, dijo que la hija de un amigo de un amigo de un amigo de ella, de edad y “forma” parecida a la de mi hija, había muerto por un choque diabético y es que “comía mucho dulce”. Es que la ignorancia es atrevida.

Obviamente la niña se asustó, y a mí como su mamá, y que sé que tengo una niña muy saludable, lo que hizo todo esto fue cabrearme. Le dije que estaba muy mal hablar así y más aún delante de la niña, que se ocupara de sus propios asuntos, y que no fuese tan retrógrada e ignorante para hacer ese tipo de comentarios.

Cogí la ropa ya que ya había pagado y ni modo que la dejara, y para ser honesta, no me di cuenta de que había gritado y la magnitud de las cosas que había dicho, hasta que escuché a mi hija contarle el evento a su papá.  Por lo visto me puse como loca.

Al principio sentí algo de culpa, pero concluí que en definitiva ese tipo de actitud es inaceptable, y soy muy cuidadosa con las cosas que le digo a mis hijos como para que vengan los extraños a decirles porquerías. Espero que gracias a mi arrebato la señora haya aprendido la lección: no debemos opinar sobre cuerpos, y menos sobre el de alguien que no puede defenderse. Punto.

Viviana V.