• Mi hija eligió su ropa y mi suegra casi llama a los servicios sociales

El día que mi hija vino al mundo fue el mejor de mi vida. Poder conocer por fin a la personita que llevábamos tanto tiempo esperando fue mágico. Como era nuestra primera hija preparamos todo al detalle durante meses con mucha ilusión. Pero había una persona más emocionada que una madre primeriza, mi suegra.

Le compró más ropa de la que necesita un ser humano que mide 48 centímetros. Además, como la cuidaba a menudo, tenía la oportunidad de ponerle esos conjuntos dignos de un bebé del siglo XVIII.

La heredera el día que cumplió un año

 

Pero la niña creció y poco a poco  fue mostrando su propia personalidad. Este cambio también se notaba en su habitación, que fue degenerando de zona Montessori a la guarida de Spiderman. Hasta que justo el día que teníamos una comida familiar me soltó sin preparación ninguna:

-Oye mamá ¿puedo elegir mi ropa solita?

Yo utilicé una técnica de padre en apuros que consiste en quedarse en silencio y ver si se le olvida la pregunta, pero ¡oh sorpresa! no funcionó. 

Por mi mente solo pasaban a modo de película los comentarios que haría mi suegra, acordándome de aquella vez que se negó a ponerle un chándal. Pero como en algún momento tendría que pasar, dejé a la niña escoger su outfit (con la actitud de perdidos al río activada 😎)

Cuando terminó el proceso creativo, al que mi pequeña fashionista dedicó 15 minutos, salió hecha un verdadero cuadro. Combinó unos pantalones cortos amarillos que le quedan pequeños, con una blusa de volantes y los leotardos del uniforme. Para rematar el conjunto unas botas de agua. En resumen, que me enrollo, la niña estaba clavadita a E.T. cuando lo disfrazan para que parezca humano.

Y de esta guisa aparecimos en casa de mi suegra. Todo hay que decirlo, ella es una mujer muy teatrera, podría protagonizar perfectamente una telenovela turca. Por lo que no me extraño que nos recibiese con la misma cara que pones cuando tu jefe te hace trabajar hasta tarde un viernes. 

Mi drama Queen favorita decidió romper el hielo preguntándole a la niña si estaba malita y por eso venía en pijama. A lo que la niña respondió con una gran sonrisa que no, ¡que había elegido su ropa solita!.

En ese momento mi suegra nos miró como si acabásemos de esparcir un pañal usado por todo su salón de diseño sueco. Yo lo siento, pero a mí en los momentos tensos (véase funerales o discusiones varias) me da la risa nerviosa. Y después de semejante performance me dio un ataque de risa que no ha conseguido sacarme el mejor de los monólogos. Mientras me reía veía como la ira iba aumentando en la cara de mi suegra, creo que de haber aguantado un poco más, se le habría prendido fuego el pelo en plan Hades. 

Hasta que la mujer en plena crisis gritó PUES SI VA ASÍ VESTIDA AL COLEGIO OS LA VAN A LLEVAR LOS SERVICIOS SOCIALES PORQUE VOY A LLAMAR YO.

En ese momento el resto de familia, que ya estaba pendiente de la conversación (básicamente porque estaba hablando con el tono de voz de un chimpancé aullador) comenzaron a reírse también. 

La tensión del momento se redujo completamente, mi suegra se calmó después de usar el ventolin (veis, si os digo que es dramática de manual) y desde ese día en adelante cuando mi hija va a su casa, le deja elegir su propia ropa de buena gana. 

Porque según sus propias palabras “el amor de un nieto merece todos los esfuerzos del mundo”, una vez superado el shock inicial, claro está.

 

Barby