No puedo más, de verdad que no. Ya sé que los niños tienen que jugar, se tienen que manchar y que es normal que sean un poco desastres porque eso, son niños. Pero es que de verdad la mía se lleva la palma, creo que todo mi sueldo se invierte en comprarle ropa nueva, zapatos nuevos y mochilas nuevas, el día que vuelve a casa de una pieza tenemos fiesta local en el edificio entero.

Es una niña revoltosa, es un hecho, no le gusta la siesta absolutamente NADA (en eso no ha salido a sus padres absolutamente NADA) y SOLAMENTE duerme SEIS horas por la noche y con eso la tía se tira dieciocho sin parar, petada de energía. Mi hija es un puñetero volcán en erupción y si dijeras que se entretiene sola o que funciona lo de ponerle dibujitos en la tele, pues mira, pero es que no. A mi hija le va la marcha, correr, hacer pasteles de barro, la plastilina, la pintura y, en resumen, cualquier cosa que manche o que le pueda romper la ropa. Si no tiene una de esas dos condiciones, ella no se lo pasa bien.

Mi marido dice que sabía que iba a ser así desde el primer día que la vio, estábamos en el hospital, yo recién parida y nos dimos cuenta de que se me había olvidado el chupete en casa. Le pedí a mi marido que fuera al pueblo (tenemos un hospital comarcal) a cogerlo (eran las cinco de la mañana) y él obediente, comprometido y cagándose en toda la existencia del sueño que tenía, cogió el coche para traerle el chupete a la nena. Después de cuarenta minutos, volvió a la habitación, le puso el chupete en la boca y ella lo escupió; él se lo volvió a poner y ella volvió a escupir; y cuenta mi marido que pensó ‘por mis cojones que tú te duermes con chupete’ y empezó la guerra de yo te lo pongo, tú te lo quitas. Mi marido perjura que después de unos doce intentos ella sonrió y él asumió que ‘esta niña va a hacer conmigo lo que quiera’.

Pues así es ella, cabezota y por encima de los chupetes, de su padre, del bien y del mal. Yo ya no sé qué hacer con ella, ahora tiene cinco años. El día de Navidad le compré un vestido precioso, de princesa, como ella quería, se lo dejó Papá Noel debajo del árbol. Antes de salir de casa para ir a la plaza del pueblo ‘le leí la cartilla’ (así es como decimos en mi pueblo que las madres echan la bronca antes de que hagas algo incluso). ‘El vestido es nuevo, lo estrenas hoy, vale mucho dinero, te lo estás poniendo porque tú quieres, lo tienes que cuidar porque como se rompa ya no hay más’. Pues nada, llegamos a la plaza del pueblo, no pasan ni cinco minutos, la pierdo de vista, me pongo en plan águila real y su padre me dice ‘no te preocupes, que yo la estoy viendo’, ‘¿cómo que la estás viendo, dónde está?’, ‘tú tómate el martini que se lo está pasando bien’, ‘¿¡¿¡pero que dónde está?!?!’ Me la señala y me la veo, dentro de un saco de tierra de un edificio que están reformando, cogiendo puñados de tierra, lanzándolos al aire y ella dando vueltas debajo de la tierra que caía con los brazos abiertos y cantando villancicos. Voy hecha una furia hacia a ella, dispuesta a castigarla y que se siente en la silla con nosotros, le grito ¿¡PERO YO A TI QUE TE HE DICHO ANTES DE SALIR?! Y me contesta ‘jolin mamá, soy la frozen de la arena, que no te enteras’. Y ahí estaba, la frozen de la arena poniéndose el vestido de mierda hasta la bandera.

Todos los días son pantalones rotos por las rodillas, zapatos con la suela despegada, manchas que ya no quiero saber ni de qué son porque me pongo mala… La única que la controla es mi suegra, que yo no sé cómo lo hace, pero la calma. La tía la saca al patio, le pone una pastilla de jabón de esas antiguas, un balde de agua, le da un trapo y le dice, ‘ale a lavar’ Y ELI LAVA. Hace espuma para medio planeta y se entretiene, calladita, mientras mi suegra pulula al rededor cantando y haciendo sus tareas, yo cada vez que entro y las veo a las dos lavando a mano pienso ‘CÓMO ES POSIBLE’. Porque luego yo en mi casa también le pongo jabón y agua y lo que hace es tirarme el cubo en el salón, encima de la alfombra, ahí que cale bien, que menudo circo tuvimos que montar para levantarla por lo que pesaba.

¿Qué pasa? Pues que abuso de mi suegra, que encima vive en nuestro mismo edificio porque es un edificio familiar. Mi suegra en el primero, nosotros en el segundo y mi cuñado en el tercero. Pasa más tiempo con su abuela que conmigo si me aprietas, que la mujer no se queja está encantada con la niña y… bueno, os confesaré que me dan envidia, mucha. Es que no sé cómo explicarlo, pero se llevan bien, tienen algo las dos que yo no tengo con mi hija, se entienden. Que sí, que sé que tiene cinco años y que una abuela es una abuela, pero no puedo evitarlo. Cuando está con ella es educada, respetuosa, calmada, tranquila, obediente… Y es que no absolutamente NADIE más es así. Ni tíos, ni profesores, ni compañeros, ni su padre, ni yo, ni su hermano, ni nadie. Ella solo con su yaya.

No sé si lo estoy haciendo del todo bien dejándolas tanto tiempo juntas, a veces hasta creo que la está criando ella más que yo, pero es que se las ve tan felices… Mira, no sé. La maternidad es una movida, nunca sabes si lo estás haciendo bien, te esfuerzas todo el rato en sacar la mejor versión de tus hijos, pero es que ¿cuán es la mejor versión? Porque insisto e insisto e insisto en que mi hija sea lo que no es. Sé que tengo que enseñarle el valor de las cosas, que no puede romperme tres pantalones a la semana, pero ¿y si la estoy intentando convertir en alguien que no es? ¿Y si me equivoco dejándola tanto tiempo con la abuela y no disfrutándola yo misma? ¿Y si…? ¿Y si…? ¿Y si…?

Madres del mundo, dejemos de preguntarnos todo todo el rato, fiémonos de nuestros instinto, a fin de cuentas, nadie sabe mejor que nosotras qué es lo mejor para nuestros propios hijos. Así que si Eli es feliz con la yaya María, pues que así sea, ¿no?

 

Anónimo