Cuando faltaban unos días para el segundo cumpleaños del niño, los abuelos nos preguntaron si había algo que quisiera o teníamos alguna idea que darles para el regalo. A su corta edad, si le preguntabas qué quería por su cumple, lo mismo te podía contestar un cuento, que una piruleta, o un arcoíris. Pero por el tipo de cosas a las que jugábamos con él en casa, habíamos decidido regalarle un pequeño garaje para sus cochecitos y una cocinita.

De modo que, como el garaje ya lo habíamos comprado, propusimos a los abuelos que se encargasen ellos de la cocina.

‘Ni de broma’, dijo el abuelo.

‘¿Perdona?’ Pensé que el que estaba de broma era él y le dije que era en serio, que era lo que teníamos pensado comprarle nosotros.

‘Yo no pienso comprarle una cocina a un niño’, replicó tajante.

No voy a reproducir aquí el resto de la conversación, porque no quiero repetir sus argumentos y porque no siempre puedo contar con orgullo las perlitas que salen de mi boca, especialmente cuando algo me toca la moral. Y lo cierto es que esto me tocó hasta el alma. El caso es que en el fragor de la batalla, mi suegra, que es muy lista, me hizo una seña y con gestos me indicó que no me preocupase, que se encargaba ella de comprar la dichosa cocinita.

Cosa que no solo no hizo, sino que además no me avisó y cuando el peque abrió sus regalos en la fiesta que celebramos con la familia, allí hubo de todo menos una cocina.

Rectifico, no hubo de todo, hubo todo tipo de regalos para niño, terminado en una O bien grande.

Porque todo el mundo sabe que los niños juegan con camiones y balones, y las niñas a las casitas y a las princesas. No hay excepción. ¿Verdad?

Me enfadé muchísimo y, aunque intentaba quitarle hierro al asunto relativizando y poniéndome en el contexto de un señor de setenta años (que normalmente me parecía un tipo entrañable y bonachón), lo cierto es que me dolía porque me hizo ser consciente de hasta qué punto la sociedad actual sigue asignando el azul a los niños y el rosa a las niñas. En cómo seguimos perpetuando eso de la pelota para ellos y las muñecas para ellas.

¿Esto es así exclusivamente por culpa de la generación de mis suegros?

No.

Yo, que soy milenial para bien y para mal, debo reconocer que nunca le regalé un conjunto de color rosa a un bebé varón. Por poner un ejemplo de mi aportación a la perpetuación del sexismo en los colores y en los juguetes/juegos que aplicamos y padecemos desde el mismo momento de nuestro nacimiento. Por no apurar y decir incluso concepción.

Quiero pensar que estamos cambiando y que quizá no sea mañana, pero que tal vez la próxima generación consiga echar abajo los estereotipos de género. Ojalá más pronto que tarde nadie se altere por ver a una niña jugando con camiones o a un niño dando el bibe a un nenuco.

Y es que el primer juego de los niñxs es la imitación. Si los pequeñxs ven a su padre y a su madre cocinar, es natural que les guste jugar a las cocinitas. Al verlos limpiar, les hará gracia tener un cubo y una fregona de su tamaño. Si tienen un bebé de pronto en casa, les encantará acunar y cuidar uno de juguete, y les flipará empujar un carrito. Sin importar lo que tengan entre las piernas.

Las niñas que tienen un hermano querrán jugar al futbol (muchas querrán aunque no tengan un hermano futbolero).

Los niños que tienen una hermana mayor se disfrazarán de princesa sin ningún tipo de remilgo (muchos que no tienen hermanas también querrán disfrazarse de Elsa).

No todos, por supuesto, que para gustos están los colores y colores, dicho sea de paso, hay miles, no sólo rosa y azul.

Aunque es preferible que no volvamos a hablar del tema y que no le dirija los regalos de mis hijos, he perdonado a mi suegro.

Y, aunque conforme van evolucionando y afinando sus preferencias, estas resultan ser en su mayoría bastante normativas, mi hijo y mi hija están creciendo libres de decidir si quieren jugar con la cocinita que al final compramos, al futbol, a las muñecas o a las carreras de coches.