MI HIJA NO TENIA LA LEPRA, ESTABA LLENA DE MIERDA

Cuando me enteré de que estaba embarazada, empecé a leer todo lo que está escrito sobre el embarazo. Pero todo todito todo.

Fueron 9 meses (bueno, 8, que tuve mellizos y solo me dejaron llegar hasta los 8 meses) en los que casi me tienen que convalidar primero de matrona. ¡Incluso llegué a la tercera página de Google!

Sin embargo, se me olvidó completamente que después del embarazo, iba a tener dos criaturas para mi sola, que iban a necesitar atención.

¿Qué hice? Pues improvisar sobre la marcha. Método de ensayo y error. Un plan sin fisuras, ¿verdad? No podía ser tan difícil si aún no nos hemos extinguido.

La primera vez que bañé a mi niña casi la ahogo. ¡Resulta que los bebes no flotan y a mí nadie me lo había dicho! Por suerte, mi madre, mi marido y mi suegra estaban al loro y el drama no paso a mayores. 

Andrea 0 – Error 1

Sin embargo, aprendí que había que ser super cuidadosa en lo que a la manipulación de mis retoños se refería.

Les tumbábamos en la bañerita y con mucho cuidado les limpiábamos bien. Después de comer, una muselina muy suave por la cara, muy despacito, como si fueran una delicada flor.

A mi niña le empezó a salir una costra muy fea en la cara, justo en el entrecejo. Como los restos que se te quedan en las manos después de estar amasando croquetas y llevar un rato rebozándote en harina-huevo-pan rallado, pero mucho más asqueroso.

No parecía molestarle, pero había que tomar precauciones.

Para lavarle la carita decidí que lo mejor era rociar unas gotas de agua desde mi mano y casi acariciarle con la toalla para secarla, no vaya a ser que le doliera.

Pero los restos de croqueta de su cara no hacían más que crecer. Hasta el punto de que abultaba más que su naricilla.

Hora de ir al médico. Mi pobre niña tenía, por lo menos, la lepra.

Cuando llegué a la consulta, le conté el problema y lo primero que vi fue una sonrisa en su cara. Cogió una gasa, la mojo, y se la paso por la cara a mi pequeña, mientras me decía: ¿Has probado lavándola? ¡Magia! De repente mi niña estaba como nueva.

Como os habréis imaginado, mi hija no tenía la lepra, simplemente estaba llena de mierda.

Resultó que cuando le acercábamos el biberón para comer, unas gotitas de leche salían disparadas a su entrecejo, y la limpiábamos con tanta delicadeza que ni limpiábamos ni nada.

Aquí, mención especial para mi madre y para mi suegra. Entre las dos han criado a 5 hijos y por lo visto nunca han aprendido a lavar una cara.

Total, que vamos por Andrea 0 – Error 2.

Otro día os contaré cómo mi hijo es un pequeño cleptómano en potencia, pero ahora me tengo que ir a bañar a mi enana con -un poco menos- de cuidado.

Andrea.