Yo siempre he sido una chica de complexión media, con unos kilitos de más dentro de lo que se considera el estándar de la delgadez.

Sin embargo, desde hace unos años y por diversos motivos (gula, estrés, mala relación con la comida, etc) he engordado bastante. Lo que vienen siendo 20 kilazos. Algo que jamás llegué a pensar que pesaría.

Como todas en menor o en mayor medida, ahora que he engordado tanto me siento muy mal con mi cuerpo y no me gusto físicamente. No obstante, haber llegado a tener alrededor de una talla 42/44 tampoco me ha ayudado mucho. Y no me refiero a que sea una talla mala, NINGUNA talla lo es, pero, si llevas toda la vida acostumbrada a usar una 38/40, pues esto como que impacta.

La gracia es, que ahora que estoy justo entre lo que es estar gorda de verdad y lo que es estar delgada de verdad, me están costando más muchas cosas que si estuviese en uno de esos dos “extremos”: bienvenida al mundo Midsize, cuando estás en tol’medio.

Lo primero es la ropa. Llevo más de un año intentando encontrar ropa que me quede de bien de verdad.  Pensaréis que soy una exagerada, que no es tan difícil y blablá. Claro, amiguis, que te quede algo bien tengas la talla que tengas es fácil siempre y cuando tengas el cuerpo de Ashley Graham. Para las que tenemos un cuerpo más bien estilo Ditto de los Pokémon, es misión imposible. Lo que no me queda mal de aquí, me queda mal de allí. Hay miles de cosas que no le quedan bien a mi cuerpo, y sólo 3 o 4 que sí que me favorecen. Ahora ponte tú a encontrarlas.

Tu talla ya no pertenece a ningún lugar en concreto. De verdad que me siento en el ‘exilio ropil’. Las tiendas a las que solía ir con mis tallas anteriores están más que desterradas. Su talla XL es como una S del Primark. Nain.

Te ves obligada a solo comprar en Primark, Lefties, C&A o Kiabi. Que ojo, a mí me encantan y están genial, pero a veces desearía entrar en un modelazo de veinteañera del Bershka, qué queréis que os diga.

Intentado abrir horizontes, entras en el famoso Shein. Tú, que da igual la talla o el modelo que sea, te tienes que probar todo porque no te puedes fiar ni un pelo de tu cuerpo y su extraña forma de sentarle bien o mal las cosas. Hay muchas tallas, muchas buenas reviews, y todo fantástico. Cuando te pones a mirar el tallaje de una camiseta que te mola, la talla máxima siempre te hace dudar. O vas justa de pecho, o de cintura, o de barriga. O de brazos ves en la tabla de medidas que se te te va a quedar ajustado. Nada.

Pues me meto en la sección de tallas grandes. Todo lo que veo me encanta, de hecho, me suele más gustar la ropa que sacan para las curvys, además de que me suelen quedar mejor por su corte y tal. Todo guay, pero, ¡Ups! La talla mínima es una más de la que yo tengo. Y la tabla de medidas tampoco coincide mucho. 

Si además a esto le añadimos el ser más bajita o más alta de la cuenta, apaga y vámonos. Si ya de por si te costaba encontrar algo que se ajustase bien a tus medidas, ahora ya es el acabose. Al final te entran ganas de hacerte un vestido con una sábana y una cuerda, como la sirenita, y que le den a todo.

Total, que me he quedado ahí, renegada al limbo de las tallas. Mi cuerpo no pertenece a una talla en concreto, ni a una marca en concreto, ni a nada.

Y otra cosa es cuando estás en sociedad. Parece que no te puedes quejar de nada, porque digas lo que digas vas a quedar mal. Si dices que estás gorda delante de tu amiga gorda, es posible que recibas alguna mirada asesina, porque tú realmente no estás gorda y ya quisiera ella tener una 42/44. Pero si dices que estás gorda delante de tu amiga delgada, también estás exagerado, porque gorda gorda (según lo socialmente estipulado, supuestamente) tampoco estás. Pero tampoco puedes decir que estás delgada en ningún caso, porque no lo estás. Pero bueno, ¿entonces qué pasa? ¿Que como no soy lo uno ni lo otro, no tengo derecho a quejarme o a sentirme como me dé la gana o qué? Irse a la mierda ya, hombre.

Total, que yo siempre he sentido que no encajaba en este mundo, pero jamás pensé que tampoco iba a encajar ‘ropilmente’/textilmente. Así que nada, a ver qué hago ahora con mi vida.

Juana la Cuerda