EL PORTAL DE BELÉN DEL s.XXI

 

De entrada diré que nunca me ha gustado especialmente la navidad. Me parece muy bien que la gente  adorne sus casas, disfrute de la familia y compre regalos, pero, en general, no me apasionan estas fechas más allá de que tengo la excusa perfecta para comer bombones.

Además, mi yo reivindicativa siempre aflora más durante la temporada navideña: el consumo desmedido, las reuniones familiares por obligación, las desigualdades,…le doy vueltas a todo y aprovecho cualquier ocasión para concienciar a mi entorno de hacer las cosas de otra forma. Un poco Grinch, puede ser, pero a veces no puedo evitarlo. Y se ve que soy así desde pequeña porque la que para mí es, y será siempre, mi mejor reivindicación navideña, sucedió cuando yo tenía 14 añitos. 

Resulta que en el instituto se organizó un concurso de villancicos y portales de Belén. Cada una de las clases tenía que prepararse una canción y decorar su aula con un precioso nacimiento. No había más requisitos, todo era libre. Podíamos cantar, tocar algún instrumento en directo, hacer un belén viviente, traer las figuritas de casa o hacerlas nosotros con materiales reciclados. Los ganadores de ambos concursos recibirían un viaje como premio.

Elegimos el villancico Noche de paz, que más ñoño y triste no puede ser, pero era el único que sabíamos tocar con la flauta. Viendo que nuestro espectáculo musical no tenía mucho futuro, hice una propuesta que, sorprendentemente, consiguió el apoyo de mis compañeros: aprovechando que estábamos en pleno 2001, se me ocurrió la idea de plasmar cómo sería un autentico portal de Belén en ese justo momento.

Nos pusimos manos a la obra e hicimos una pancarta con el nombre EL PORTAL DEL SIGLO XXI para dar la bienvenida al comité que daría los premios. Un compañero hizo en casa chocolate a la taza , embadurnamos el río como si estuviese lleno de aguas fecales contaminantes y añadimos trozos de plástico y peces muertos (de mentira, claro) para darle más realismo. Los árboles no eran verdes ni había musgo en nuestras montañas, sino que unos cuantos se habían quemado por un incendio provocado (provocado por nosotros con un mechero durante el recreo) y otros estaban siendo talados por motosierras de forma salvaje, dando lugar así a un bosque desolador.

La Virgen María sostenía un teléfono móvil mientras acunaba al niño Jesús y varios artesanos cambiaron las herramientas por ordenadores. Había también coches en lugar de burros, los niños escuchaban música en torno a una radio en vez de estar correteando con los animales y las costureras veían la tele mientras trabajaban. ¡Ah! También creo que las gallinas estaban encerradas en jaulas, amontonadas unas sobre otras.

Sin embargo, la pieza central de nuestra obra no era el nacimiento, como sería de esperar. ¡Eran las Torres Gemelas! El 11S nos marcó a todos apenas tres meses antes y consideramos oportuno verlo reflejado: construimos dos torres con cartón y gracias a un hilo transparente colgamos un helicóptero del techo que daba vueltas amenazantes sobre ellas.

¡Voilà! Nuestro magnífico escenario estaba preparado y, de verdad, confiábamos en que se premiase nuestra visión. Pero ¿sabéis qué pasó? 

Los profes no debieron entender nada de lo que pretendíamos porque si no, no me explico que nos diesen el premio por cantar Noche de Paz desafinando con las flautas y no  mencionaran ABSOLUTAMENTE NADA de nuestro belén rupturista. Igual es que se quedaron sin palabras.

Para mí ganar el concurso no era importante más allá de irme de viaje, que siempre me ha encantado, pero sí me hizo darme cuenta por primera vez de que, al menos en aquel entonces, al menos en aquel instituto, se premiaba muy poco la conciencia crítica y la originalidad. ¡Vaya! ¡Qué sorpresa! Como en la mayoría de sitios en los que ha acabado trabajando, vamos.

Orquídea