“Ni michisimi ni fiminismi”, “No existe un día del hombre”, “si eso del machismo ya no existe”, “ser feminista es una cosa y otra es ser feminazi”.
Pues señoros de a pie, en este S.XXI donde el machismo ya no existe, donde nos quejamos de vicio, y donde las “feministas somos aquellas que vamos enseñando las tetas para protestar” (nuestras tetas, por otra parte), en este S.XXI decía, vuelve a suceder.
Yo me dedico al marketing y no se si esto ya es para que “hablen de uno, aunque sea mal” o es que nos están tomando el pelo, pero la nueva publicidad del Centro Comercial Príncipe Pío en Madrid, clama al cielo.
Os dejo el maravilloso reclamo y unos minutos de reflexión y digestión.
Se trata de una frase twitteada por un tal Pedro en las redes sociales, en la que se puede leer lo siguiente: «Aquí mi mujer y mi hijo son felices mientras mi cartera sufre. En cualquier caso, siempre es un placer venir».
Gracias Pedro, este año tenemos cubierto el cupo de trogloditas, pero ya te llamaremos.
Las reacciones en twitter no se han hecho esperar y muchos twitteros nos han deleitado con quejas maravillosas. Sin embargo, el Centro Comercial prefiere dar la callada por respuesta y no ha dicho esta boca es mía.
Repito, yo hace unos años me dedico al marketing y creo que ningún publicista sensato debería haber dejado pasar esta MIERDA. Sin embargo, este proceso no solo ha pasado por sus manos, existe un diseñador (de la dichosa campaña), una imprenta, un montador, etc. ¿No hay nadie en su sano juicio en esta campaña de marketing?
Y mientras, seguimos cuestionándonos si sigue siendo necesario clamar por la igualdad de la mujer en un mundo donde en cuestiones publicitarias (por decir solo un ejemplo) nos acercamos más a los años 50 que al 2020.
En esos dorados años 50, la publicidad estaba creada mayoritariamente por hombres que contribuían a perpetuar una imagen de la mujer como sumisas amas de casa y sin otras inquietudes en la vida más que tener la ropa planchada, la comida hecha y contento a su marido. Unos anuncios que llegaban al límite, denigrando la imagen femenina y, en muchos casos llegando a fomentar la violencia de género.
A día de hoy, se sigue usando el cuerpo de la mujer como reclamo, mujeres de cuerpos perfectos depilándose una pierna que no tiene un solo pelo, mujeres poniendo lavadoras encantadas de la vida, como si fuese ese el papel es el que tuvieran asignado desde que nacen (ojo a la campaña de hace un tiempo de Perlan en la que se asociaba cada una de las fragancias de sus suavizantes a un tipo de mujer diferente).
El Observatorio de la Imagen de las Mujeres (OIM), una herramienta de recogida de datos sobre la representación pública de las mujeres y sus roles, realiza desde 1995 un seguimiento del sexismo en la comunicación. Solo en 2018 (último informe disponible en su web) recibieron 945 avisos sobre contenidos diferentes que eran discriminatorios hacia la mujer; el 70,9% de estos eran contenidos publicitarios.
Ni los organismos públicos se libran de “colocarnos en el lugar que merecemos” El Metro de Madrid ilustraba un día cualquiera en su transporte con una imagen de un hombre y una mujer viajando en metro: él, leyendo el periódico, ella, maquillándose. Es imposible encontrarlos porque los modificaron a raíz de las quejas (no es necesario quejarse, porque no hay machismo hoy en día)
Pero oigan, no, no hace falta seguir luchando porque ya no existe machismo en ningún ámbito de nuestras vidas. Porque los roles de género están más que extintos, porque ser soltera a los 35 ya está bien visto, porque no “se nos pasa el arroz”, porque no «usamos las carteras de nuestros maridos para dilapidar el dinero en las tiendas”, porque no “somos unas golfas por acostarnos con uno cada día de la semana”, porque no «solo ponemos lavadoras” también tendemos y sacamos el lavavajillas (“bárgame”) y sobre todo porque todo esto nunca se representa en los medios de comunicación ya, eso es una cosa de los años 50.
Así que chicas, yo me voy a poner una compresa que me lleve a las nubes, que estoy de un humor de perros porque tengo la regla y todavía tengo que ponerme el chándal rosa para tener la comida preparada a mi marido que estará muy cansado cuando llegue de trabajar. Pobrecito, es el que trae de comer a esta casa.