El día que aprendí lo que era el breadcrumbing 

Inocente de mí, había oído hablar del breadcumbring desde hacía un tiempo, incluso, lo había visto escrito en algún rincón de mi feed de Instagram, pero fue hace poco cuando me enteré, por fin, de qué se trataba. Y menuda hostia emocional me llevé.

Estaba con unas amigas y en un momento en el que puse mi yo automático (una mala costumbre, lo sé, pero soy humana e intento cagarla lo menos posible) oí sin contexto alguno “BREADCRUMBING, TÍA, ME HA HECHO BREADCRUMBING”. Como sigo tantos perfiles de gente que cocina, lo primero que pensé fue que el ligue de mi amiga le había hecho un sucedáneo de croquetas o cualquier tipo de empanado falso que supiera a rayos, porque breadcrumbing me sonaba a pan rallado, queridas mías. Me sonaba a sustituto del mágico ingrediente, porque soy una tía despistada, pero controlo de inglés como para saber que bread es «pan» y crumbs es «migas», y la gente tiende a abusar de los anglicismos en esto de la comida saludable.

Total, que bajé de las nubes a toda leche y enterarme de qué le había pasado a mi amiga para tener tremendo disgustazo sin que se notara que me había quedado en automático unos minutitos, porque la cosa iba tornándose cada vez más seria y mi nivel de preocupación era proporcional a la curiosidad que sentía por conocer, por fin, qué era el breadcrumbing. A esas alturas, viendo a mi amiga al borde del llanto, descarté por completo que se tratara de comida fit mal ejecutada y puse mis cinco sentidos en escucharla. 

Mi amiga llevaba un tiempo saliendo con un tío que conoció por Tinder que, a priori, era maravilloso: atento, dulce, cariñoso, inteligente, tenía perro… Y, aparentemente, ambos habían mostrado el mismo grado de interés el uno en el otro, es decir, lo básico para que una relación cuaje. Precisamente por eso, mi amiga y aquel tipo pasaron de flirtear (palabro que tiene más años que un bosque pero que recoge el sentido exacto) a establecerse como una pareja formal y monógama, de las que dan mucho asco porque se besan en el transporte público y hablan en plural genérico todo el tiempo.  

Todo esto, ya de entrada, me olía sospechoso. ¿Por qué? Porque mi amiga es muy buena, demasiado, y tiende a idealizar a la gente que la trata mínimamente bien a la primera de cambio. Así que lo que nos llegaba de este fulano era todo buenas reseñas, pero un poco forzadas, como cuando te vas a comprar un producto online y te metes a leer los comentarios y salta a la vista que las ha escrito su tita Charo o un bot (no suele haber término medio). ¿Conclusión? No había reciprocidad en esa pareja, mi amiga estaba muuucho más metida en esa relación que el pajarraco aquel.

¿Cómo destapó mi amiga sus verdaderas intenciones? A base de llevarse muchos chascos, la verdad. Una vez que se establecieron las bases de la relación y el tipo tuvo a mi amiga “asegurada”, empezó a darle una de cal y otra de arena. De repente, ya no era tan dulce ni tan atento. Por ejemplo: ella tenía que andar detrás de él siempre para proponerle planes, porque de él nunca salía. Ella era la que estaba pendiente de él, de su trabajo, sus cosas… pero él le correspondía un día sí y al otro, le daba un flush, y desaparecía. Y no por razones justificadas ni emergencias ni nada por el estilo, sino alegando que necesitaba tiempo para él. 

De la forma en la que se lo hacía ver a mi amiga la hacía sentir fatal, porque creía estar demasiado pendiente y llegó a creer que era una novia posesiva y controladora, cuando en realidad lo único que buscaba era ser correspondida dentro las bases en las que se había cimentado esa relación. Vamos, que tu novio se preocupe por ti y esté al tanto de tu vida, no creo que sea pedir la Luna.

Total, que después de llevarse un palo tras otro, mi amiga entendió que aquel hombre tenía cero responsabilidad afectiva, además de ser un manipulador de mucho cuidado. Porque en vez de cortar con mi amiga o hacerle ver cualquier problema que tuvieran para poner solución, se dedicaba a darle esperanzas y hacerle sentir querida A RATOS, cuando en realidad no quería nada serio con ella o no le veía futuro a la relación o sabe Dios qué. Vamos, que era como ir soltándole miguitas de pan al más puro estilo Pulgarcito, para que mi amiga sintiera que iba bien encaminada interpretando sus señales, aunque en realidad solo lo hacía por no sentirse solo o por ego o por miedo al compromiso, inmadurez… o quizá un coctel de todo eso, aderezado con una enorme incapacidad para gestionar sus sentimientos y una pizca de egoísmo. 

Así fue como entendí que el breadcrumbing era alimentar de falsas esperanzas los corazones ajenos como quien alimenta a las palomas del parque. Y lo peor es que después de escuchar y consolar a mi amiga me di cuenta de que yo también había pasado por eso, solo que no sabía que aquello tuviera nombre.

 

Ele Mandarina