Había llegado otro día de deslizar hacia la derecha y noche de cita Tinder. Estaba decidida a  encontrar a alguien con quien conectar, alguien que me hiciera sentir que había valido la pena  todo el tiempo invertido en esa aplicación. ¡Y vaya si estaba decidida! 

Di el paso en proponer las cervezas y Marcos parecía encantado de la propuesta. 

Así que ahí estaba yo, esperando en el bar acordado, nerviosa pero emocionada. Sus fotos en  Tinder prometían que este podría ser el comienzo de algo genial. Pero ya sabemos que «Las  fotos no siempre dicen la verdad». 

Marcos llegó tarde, lo que ya no me sorprendió demasiado, porque eso parecía ser una norma  no escrita en el mundo de las citas. Pero lo que me dejó de piedra fue su apariencia. Las fotos  en Tinder claramente habían sido tomadas hace al menos cinco años y no mostraban la  evolución de su «look» actual. 

Me saludó con una sonrisa nerviosa y cabello despeinado, como si acabara de salir de una  tormenta. Intenté ser comprensiva y pensé: «Bueno, quizás tuvo un mal día». Pero la  conversación no mejoró las cosas. Hablaba sin parar de sus hazañas de juventud y su pasión  por las carreras de motos, mientras yo luchaba por encontrar algún tema en común. 

En un intento desesperado por salvar la cita, mencioné mi amor por los perros. Marcos se  iluminó al instante y comenzó a hablar de su perro llamado «Cachetes». Lo describió como el  perro más inteligente y valiente del mundo, y su historia sobre cómo Cachetes había salvado a  un gatito de un árbol era tan increíblemente absurda que me costaba creerla. Pero lo escuché  con una sonrisa, pensando que, al menos, esta parte de la conversación era entretenida. 

Decidimos pedir algunas tapas para comer algo, y cuando el camarero trajo nuestros platos,  Marcos cometió el error de tocar uno de ellos, antes de que el camarero pudiera avisar de que  quemaba. Así que se quemó y en un gesto espontáneo de apartar el plato, tiró otro de los que  ya estaba puesto en la mesa. Fue tan cómico que no pude evitar reír a carcajadas. Marcos  estaba rojo como un tomate, recogiendo las patatas bravas que se habían derribado por el  suelo, mientras el camarero intentaba tranquilizarlo diciendo que no se preocupara. Él, nervioso, no paraba de pedir disculpas. Finalmente, se unió a la risa, y durante un momento,  pareció que la tensión se disipaba. 

Pedimos otras patatas y seguimos charlando de Cachetes. Me parecía que estaba siendo un  poco insistente con el tema, pero bueno, el punto de no retorno llegó cuando Marcos, con un  gesto exagerado, pretendió hacer una pregunta importante. Tomó mi mano (que noté muy  sudada) y dijo: «¿Te gustaría ser la madrastra de Cachetes?». Mis ojos se abrieron como platos,  y no pude evitar soltar una carcajada aún más fuerte. No podía creer que estuviera hablando  en serio sobre su perro como si fuera un niño. Me explicó durante largo rato que necesitaban  una presencia femenina en sus vidas. Salí de la conversación como pude. 

Finalmente, la cita llegó a su fin, y ambos nos despedimos con una sonrisa forzada. Mientras  caminaba hacia mi coche, me di cuenta de que esta había sido la cita más extraña y desastrosa  de mi vida. Pero también me di cuenta de que, a pesar de todo, había logrado reírme de la  situación y encontrar algo positivo en la experiencia. 

Esa noche, cerré definitivamente mi cuenta de Tinder. Decidí que ya era suficiente de citas a  ciegas y de decepciones digitales. A partir de ese momento, decidí ligar en vivo y en directo,  conocer a las personas cara a cara y disfrutar de las risas y las conversaciones auténticas. 

La experiencia con Marcos pudo haber sido un desastre total, pero me enseñó que un buen  rato puede surgir de las experiencias más embarazosas. Aprendí a no tomar las cosas  demasiado en serio y a disfrutar de la vida, incluso cuando las citas son un completo desastre. 

Desde entonces, mi vida amorosa ha tenido sus altibajos, pero al menos ahora puedo decir  que he vivido varias citas divertidas, en vivo y en directo. Y oye, ni tan mal. 

 

AnnaKonda