Mi marido y yo teníamos una relación basada en la total y absoluta confianza. Yo jamás puse en duda nada de lo que él me contó y él sabía que yo jamás le diría una sola mentira. Éramos muy felices, pero nos veíamos muy poco por nuestros horarios de trabajo. Yo paso las mañanas en una oficina en el centro y él es fontanero. Muchas veces le tocaba hacer los arreglos a domicilios por las tardes, porque es cuando la gente está más en casa, así que nos veíamos a las horas de comer y cenar que en el resto del día. Por esto, hablábamos por teléfono siempre que teníamos un hueco.

Cuando yo hacía mi pausa para el café, él solía estar libre, así que lo llamaba para ver cómo iba su mañana, cuanto tardaría en llegar ese día y ese tipo de cosas. Un día me contó, antes de salir de casa que, a no ser que le saliese una urgencia esa mañana, no saldría de casa hasta las 5 de la tarde. Al llegar la pausa para el café lo llamé, como siempre, y le conté un cotilleo de mi oficina. Él me dijo que estaba en casa, pero oí un ruido raro de fondo, como de una megafonía, pero él dijo que era la tele y yo, que confiaba en su palabra más que en mi oído, ni lo dudé.

De vez en cuando, en mi oficina, había que ir a buscar café, azúcar, leche y esas cosas para la zona de descanso y todo el mundo quería que fuera yo porque elegía mejor las galletitas, así que salí bastante antes de lo normal de la oficina para ir a hacer ese recado y volver a llevar las cosas antes de que acabase mi jornada. Entré en el supermercado que había dos calles más abajo de mi oficia y, al entrar, aproveché para llamar a mi marido y preguntarle si quería que llevase algo de allí para casa. Me extrañó oír sonar un teléfono similar al de mi marido, pero no le di importancia, hasta que contestó y pude oírlo en estéreo (en el auricular y en persona a la vez). Claramente estaba en el pasillo de al lado, así que le daría una sorpresa. Le pregunté dónde estaba y me quedé totalmente paralizada cuando le oí decir “estoy en casa”. Le dije que volvía a oír ese ruido de fondo y dijo que no encontraba el mando para bajar el volumen. Pensé que le estaría estropeando una sorpresa, que quizá me iba a preparar una comida especial o algo así, pero no podía evitar el impulso de ir a su lado y decirle que sabía que me estaba mintiendo.

Cuando me vio aparecer a su lado se quedó con la boca abierta. Se puso tan nervioso que, al colgar el teléfono se le resbaló de las manos. Yo me puse seria al ver que algo pasaba y él se acercó corriendo a abrazarme y pedirme perdón. Yo me asusté mucho, pensé que vendría una terrible confesión, un secreto oscuro… Pero no. Resulta que lo habían llamado a una urgencia, pero al aparcar, se la anularon y paró a comprar chocolate. Cuando lo llamé le dio vergüenza reconocer que iba a darse un atracón después de haberme dicho el día anterior lo que se iba a esforzar por comer más sano y, cuando se había dado cuenta, esa vergüenza (que hablaba más de su capacidad de autocrítica que de lo que yo fuera a decirle) le había llevado a mentirme y, una vez empezó la mentira no supo rectificar. De principio no me creí nada. No podía creer que, la primera vez que me mentía fuera por ocultar algo que no me concernía lo más mínimo. Me fui del super con mi café y mis pastas, pero también con una enorme desilusión en el pecho.

Al llegar arriba me di cuenta de lo vulnerable que era ante él, de lo fácil que tendría engañarme si quisiera ya que, en la primera llamada no había ni dudado de que realmente estuviera en casa, aunque hubiese escuchado un claro “Encargado de charcutería, acuda a su sección, por favor”. Podría llevar años mintiéndome, podría decirme cualquier cosa que yo no la pondría en duda. Y él, que lo sabía, no había reparado en soltar cualquier cosa por esconder unas cuantas tabletas de chocolate con almendras.

Cuando llegué a casa y lo vi, inexplicablemente, no pude parar de llorar en horas. Sentía cómo se había roto algo entre nosotros. Tenía la sensación extraña de que había pisado mi confianza por la tontería más grande del mundo y que ni siquiera se había dado cuenta. Él lloraba también, decía que jamás me había mentido antes, pero que ese día algo había saltado en su cabeza y le había hecho ocultarme aquella tontería costase lo que costase.

Pasamos todo el día hablando, tristes, apagados. Yo sentí cómo nuestra relación tan extraordinaria, tan poco común en nuestro entorno donde los maridos decían salir más tarde del trabajo para poder tomarse unas cañas y las mujeres ponían patrón desconocido a sus conversaciones de whatsapp, ahora era una más de esas en las que se ocultaban tonterías para evitar hablar, donde la comunicación pasaría a ser secundaria… Me negaba a que aquello pasase en nuestras narices. Así que decidimos arreglar las cosas…

Sonaba muy fácil, pero no lo era. Pues la confianza realmente se había roto. Por una tontería, lo admito, pero ahora ponía en duda inconscientemente todo lo que él me contaba. Mis inseguridades me llevaron a desconfiar de cada cosa que me contaba y él se agobiaba de la cantidad de preguntas que le hacía cada día. Cuanto más se agobiaba él, menos me hablaba, y yo más mentiras intuía en su silencio y más insegura estaba. Finalmente, una noche en que habíamos discutido me dijo que no podía soportar aquella situación, que se sentía juzgado y puesto en duda constantemente y que había empezado a decirme que estaba trabajando más de lo que trabajaba en realidad para no hablar conmigo. Esa noche decidimos separarnos.

Hace ya un par de años de aquello, de que nuestras inseguridades personales nos llevasen a hacer daño a la persona que más queríamos. Sé que suena estúpido decir que todo ocurrió por una mentira tan absurda, pero él no estaba bien y no supo pedir ayuda y yo, con aquella mentira, dejé salir mis propios fantasmas… Con que uno de nosotros hubiera pedido ayuda a tiempo, aquello no hubiera pasado.

Lo echo muchísimo de menos y sé que jamás nadie me querrá como él lo hizo, pero falta mucha terapia para que yo vuelva a sentirme bien como para poder compartir mi vida con nadie. Aunque siga deseando que, si ese momento llega, sea con él.

Escrito por Luna Purple basado en la historia real de una seguidora.

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