Hay cosas que se presentan una vez, a destiempo, contracorriente y te pillan con la marcha cambiada. Esas ocasiones son en las que tienes que demostrar tu capacidad para adaptarte a los cambios, tu fortaleza, tu capacidad de decisión.

Pero hay decisiones, que no se toman en frío, y tampoco en caliente. No puedes tomarlas en frío porque lo mandarías, fríamente, todo a la mierda por ser muy complicado. No puedes en tomarlas en caliente porque lo mandarías, de calentazo, todo a la mierda por ser muy complicado.

Esas decisiones son las difíciles, los quiero y no puedo. Cuando ves la hostia venir y tienes que decidir si arriesgarte a que te deje k.o. y el coma 5 días, o intentar pensar que igual no es para tanto, que igual es una simple bofetada en la mejilla o una piedra en el camino.

Esas decisiones hay que tomarlas en templado. Siendo consciente de la hostia, y siendo consciente de por qué o por quién te vas a dar la hostia. Valorar si merece la pena. Coger lo bueno y lo malo y decidir si realmente vale más mandarlo todo a la mierda o si te vas a meter en el fango. De hecho, no si te vas a meter en el fango, sino si te vas a meter MÁS en el fango. 

Seamos realistas, embarrada ya estás. La diferencia es si solo vas a meter un pie a ver si mancha tanto como creías, o si vas a coger y vas a meterte entera, revolverte en él y salir de él manchada hasta los pelos, como la Pantoja en Supervivientes.

Si decides esto último, estás jodida. Porque has elegido la hostia. Has elegido exponerte, ser vulnerable, arriesgarte a que puedan noquearte y dejarte en la lona como si fuese esto una película de Rocky Balboa, pero también has elegido disfrutar, aprovechar el tiempo, ser valiente por alguien. Has elegido sentir.

Total, al final ya estás embarrada y vas a tener que meterte en la ducha igual, sea por un poco de barro o por un mucho, ¿no?

 

Natalia y el Sexo