El día que hui de un matrimonio concertado por mi abuelo

(Relato escrito por una colaboradora, basado en hechos reales)

 

Vivo en España, aunque procedo de la India. Soy la pequeña de tres hermanos, la única mujer. Mi padre falleció al poco de mi nacimiento, por lo que mi madre decidió emigrar a España conmigo y mis hermanos. Ella, con su par de ovarios, nos sacó adelante sin el apoyo del resto de la familia que se quedó en nuestro país criticando su decisión. Quizá vivimos un poco apretados y el menú no era demasiado variado, pero nunca dejó de compartir dulces en Diwali. Siempre ha sido un ejemplo de lucha, perseverancia, pero también de amabilidad y generosidad. 

Nos educó bajo el amparado del hinduismo, pero con el respeto a la creencia de cualquier persona. Nunca entramos a debate, conocemos y nos acercamos a todo el mundo, con los brazos abiertos y sin juzgarles, sin importar que no recemos a los mismos dioses. De esta manera, nunca tuvimos problemas de integración. Por fortuna, hemos sido unos vecinos queridos por la comunidad. 

El día que cambió nuestras vidas

Puede sonar a película de Hollywood (o Bollywood, en nuestro caso), pero un buen día llegó una carta inesperada a nuestro buzón. Mi abuela materna, aquella que despreció a mi madre por considerar que en España sus hijos tendrían mejor vida que en la India, nos pedía regresar a Nueva Delhi: mi abuelo estaba muy enfermo. Mi madre agarró sus ahorros, pidió algo de dinero prestado a unos amigos, creo que su jefe también le adelantó parte de la paga y nos metió a los tres en un avión para cumplir con los deseos de un moribundo que no dejaba de ser un desconocido para mí. 

La encerrona

Mi hermano mayor sí que recordaba al viejo. Durante el viaje, compartió conmigo y con mi hermano mediano anécdotas de él. Solo saqué la conclusión de que era un tipo bastante tradicionalista y huraño, cuya personalidad chocaría muchísimo conmigo. 

La casa de mis abuelos estaba atestada de gente donde se hablaba hindi e inglés indistintamente. Y yo que me sentía cómoda con el español. El entra y sale de personas de la habitación de mi abuelo me agobió, por lo que esperé a que se requiriera mi presencia. Llegó mi turno y la sorpresa. 

Mi madre estaba bañada en lágrimas y solo pedía perdón; en español, por supuesto, no se atrevía a excusarse en su idioma natal delante de mi abuelo. Allí se me explicó que mi destino estaba escrito: en el salón de aquella casa se encontraba mi marido, el futuro padre de mis hijos. Antes de pararme a pensar en las consecuencias de esa afirmación, hice memoria recordando las caras de los presentes y ninguno parecía ser joven ni apuesto. Después, procesé la información: mi abuelo, como patriarca, había decidido que mi vida debía estar unida a la de un misterioso extraño por no sé qué favores que se habían hecho entre familias. Como quien intercambia vacas por cabras o queso y vino. 

La huida imposible 

Nos quitaron los pasaportes, no podíamos regresar a España hasta que se llevase a cabo el matrimonio. Perdimos el dinero de los billetes de vuelta porque mi abuelo se empeñó en ver a su nieta casada con el hijo de sus amigos antes de morir. Y yo me negaba y lloraba. Lloraba, negándome. Viví un par de semanas de auténtica pesadilla. 

Se celebró el festejo de compromiso. Hubo intercambio de anillos, regalos. Incluso, contrataron un fotógrafo. En las fotos salgo con los ojos hinchados y el maquillaje corrido, acompañada por un señor que casi me triplicaba la edad. 

La mejor despedida de soltera de la historia 

Los días se sucedían con premura, sin tiempo para asimilar todo lo que estábamos viviendo. Mi abuelo, cada vez más enfermo y tocando las puertas de la muerte, pretendía acelerar cada tradición. El día del Mehndi, una especie de despedida de soltera entre mujeres, mi madre me tendió mi pasaporte y un monedero con rupias. No sé cómo se las apañó, nunca la imaginé robando; pero, entre tinta de henna, ella me cedió mi carta de libertad. Antes del Palla Dastoor, otra tradición más, ya yo estaba de regreso a España. 

Jugando al escondite 

Mi abuelo murió y espero que haya viajado directo al Naraka (¡al infierno!); pero dejó escrita su última voluntad: mi hermano mayor debía cumplir con la promesa de hacer realidad mi matrimonio concertado. Mi madre, aún en la India, me informó por teléfono y me pidió huir de casa. Me dijo que, durante un tiempo prudencial, debía desaparecer. 

Y en esas estoy. Sigo en España, pero no en mi ciudad, no con mis amigos. No he podido seguir estudiando. Ahora estoy sola, con otro nombre y trabajando en un supermercado. Escondida y rezando porque no me encuentre nadie de mi familia. Mamá, gracias por dejarme ser una mujer libre. 

 

Anónimo