Mi marido llevaba tiempo comportándose de un modo extraño la primera vez que encontré en mi coche un pendiente que no era mío. Desde la primera discusión en la que intentó convencerme de que veía fantasmas donde no los había, empezó a hacerse cada vez más descuidado. Ya no quitaba el sonido del teléfono y yo podía escuchar las mil notificaciones que le llegaban a diario. Aparecía con el pelo mojado de salir de la ducha cuando se suponía que venía de la oficina… Y un día en que mi dignidad pudo más que el empeño en aferrarme a un sueño marchito, le planté el divorcio sobre la mesa y me fui.

Pasados 15 días él subía fotos en pareja con su amante, una chica claramente más joven que yo, con un cuerpo de escándalo y una sonrisa embriagadora. Nunca quiso tener redes sociales, sin embargo, en cuanto me fui de casa mi algoritmo me sugirió el contenido de ese malnacido como alfo que me podría interesar. Reconoceré que, en un principio, no lo bloqueé porque me podía la rabia y el no saber. Así que descubrí que aquella chica era amante (valga la redundancia) de los animales (de ahí que le gustase aquel cerdo), era trabajadora social, voluntaria en una residencia de personas mayores… Sentí mucha rabia al ver que aquella mujer era prácticamente perfecta y, al fin, los bloqueé a ambos para no seguir torturándome.

Meses más tarde, cuando yo intentaba buscar maneras de recomponer mi vida, me apunté a un gimnasio del centro, pues necesitaba generar endorfinas que me ayudasen a seguir adelante y a dejar de pensar en mi desgracia. Creí que era una broma cuando, el tercer día vi aparecer a aquella mujer preciosa acercarse a mí sonriente con un gesto sutil de disculpa.

Empezó pidiendo perdón por la intromisión. Me dijo que me había reconocido por las fotos que el cerdo de mi ex le había enseñado. Ella llevaba años yendo a aquel gimnasio y quería saber en qué horario iría yo, para intentar no hacerme incómoda la sesión con su presencia, ya que entendía que tenerla allí delante solamente me traería dolor y que no era su intención en absoluto. Yo me eché a llorar. Fue algo extraño. Me reía a la vez, por lo irónico de la situación, pero lloraba de tristeza. Le dije que yo no la culpaba a ella en nada, pero que sí que tenerla delante me supondría un estrés añadido que no necesitaba, pero que no se preocupase pues había un montón de gimnasios más a los que ir. Solamente le dije que tuviera cuidado, pues yo jamás hubiera esperado que me hiciese algo así, pero que ahora lo veía capaz de cualquier cosa, pues parecía claramente que estaba deseando que lo pillase para separarnos porque no tenía el valor de hacerlo él.

Ella me miraba extrañada y, mientras yo seguía hablando, ella buscaba algo en su teléfono con mucha rapidez. De pronto me interrumpe y me pregunta cuanto tiempo llevamos separados y, tras mi respuesta, me enseña en su teléfono la conversación con él. En ella, él le contaba que hacía dos años que dormíamos separados, que yo no me iba porque no tenía dinero para subsistir sola y que, por respeto a mí, prefería mantener lo suyo en privado durante un tiempo. Le contaba que yo era una persona muy difícil, pero que él me tenía cariño… Yo leía aquello con una rabia tan grande que notaba como si una enorme llamarada de fuego me hiciese arder las entrañas. Entonces yo busqué en mi teléfono el email con el que me notificaban desde un hotel con spa que mi marido había reservado por nuestro aniversario un fin de semana romántico lleno de sorpresas, eso dos meses antes de irme de casa, cuando ya llevaba con ella 4 o 5 meses.

Salimos de allí juntas, de la mano, para darnos apoyo mutuo, pues acabábamos de sabernos víctimas de la misma estafa emocional. Llegamos juntas a la que hasta hacía poco había sido mi casa. Al vernos entrar cambió de color. Su cara pasó por todo el Pantone al  completo sin abrir la boca ni para respirar hondo. Ella entró decidida, cogió su maleta de debajo de la que había sido mi cama y la llenó en un momento con unas cuantas prendas (hacía dos días que había decidido empezar a dejar cosas allí). Minutos más tarde salía del baño enroscando el cable de mala manera de unas planchas del pelo mientras me decía “Yo ya estoy”. Yo asentí con la cabeza y nos fuimos de allí.

No se atrevió ni a llamar por teléfono. Nos metimos en mi apartamento a hablar y llorar juntas. Realmente estaba preciosa hasta cuando lloraba. Pasamos todo el día juntas compartiendo nuestro drama, pero también contándonos nuestra vida. Teníamos tanto en común…

Ya entrada la noche pedimos unas pizzas y pusimos una película y así nos quedamos dormidas por agotamiento en un sofá demasiado pequeño para dos personas. Me desperté de madrugada incómoda por la postura. Ella estaba despierta y me miraba sonriendo muy sutilmente. La luz de la luna que entraba por la ventana hacía que su piel bronceada brillase más y yo no podía dejar de mirarla. Me incliné por instinto hacia ella y, cuando estaba retrocediendo, ella se acercó más de lo que era necesario y me besó con tanta dulzura que no pude resistir abrazarla con toda mi alma.

Me desperté por la mañana todavía confusa. Ella estaba preparando el desayuno. Me miró sonriente y me dio los buenos días con un beso. Charlamos todo el fin de semana sobre si tenía o no sentido aquella relación y decidimos probar a ver qué pasaba. Hoy llevamos 3 meses juntas. Ella volvió a llevar su maleta a su casa, aunque aquellas planchas mal guardadas descansan muchas mañanas en mi baño y de mi ex no quisimos saber nada, aunque el día en que colgamos nuestra primera foto juntas en redes, él borró su cuenta.

 

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real que más de una habréis visto por redes. Detalles ficcionados.

 (La autora puede o no compartir las opiniones y decisiones que toman las protagonistas).

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