En casa siempre habíamos sido muy de pestillo y taparnos bien, casi hasta las cejas. De esas familias que no enseñaban ni un poco de su cuerpo, porque con el pudor se nace, no se hace. Ni se me había a mí ocurrido ver desnudos a mis padres, ya ni que decir tiene a mis hermanas. De hecho de todos ellos yo era la única que alguna vez había mostrado más libertad para pasear desnuda desde el baño a mi habitación, y allí sonaban los gritos y las voces de horror ante mi osadía.

Por lo tanto puede decirse que sí, fuimos una familia pudorosa a más no poder, muy dueños de nuestra privacidad y de enseñar lo justo y necesario. Puede que un poco por esto cuando me independicé y creé mi propio hogar eso de no echar los pestillos para ducharme o para cambiarme de ropa me empezó a resultar increíblemente liberador. Sí, lo digo, odiaba con todas mis fuerzas esa necesidad autoimpuesta de tener que vestirme en un baño húmedo, lleno de vapor, en el que las braguitas se me retorcían por las piernas y el sujetador no se iba a su sitio jamás.

Empecé a hacerlo cuando vi que mi pareja era de esos que se metía en la ducha con la puerta del baño de par en par, sin importarle que yo pasara por allí como si nada. Digamos que el hecho de habernos visto desnudos para otras tareas ya nos daba pase prioritario para entrar al baño mientras el otro se duchaba o se vestía. Poder pasear desnuda por la casa sin que nadie alzase la voz por la angustia de verme como mi madre me había traído al mundo, ¡qué placer!

Aunque sin lugar a dudas el gran cambio que nos ha traído el fin del pudor lo hemos dado yendo un paso más allá. ¿En qué momento de una relación estás cuando puedes orinar delante de tu pareja con toda la naturalidad del mundo? Y ya no digo nada cuando te estás dando una ducha y de pronto ves a tu pareja sentada en el trono haciendo de vientre… Porque aunque las primeras veces huyes un poco pensando que hay límites que deberían ser infranqueables, los años todo lo normalizan, y seamos sinceros, cagar cagamos todos, y ante la falta de baños bienvenida sea la confianza.

Porque todavía hay quien dice que en cuanto se caga en frente de otro la relación se rompe, sobre todo porque continuamos endiosando a nuestras parejas como si fuesen seres únicos y maravillosos. Mi abuela, ella siempre sabia y llena de razón, repetía una y otra vez ‘cuando alguien te guste tanto como para hacerte sufrir piensa que esa persona también caga‘. ¡Cuánta razón! ¿Y esa persona debe gustarme menos? En absoluto.

El pudor está dentro de cada uno, aunque es una realidad que con la llegada de niños a nuestra vida hay momentos que debemos superar lo queramos o no. Con críos en casa olvidémonos de puertas cerradas o de un mínimo de privacidad, dejemos a un lado eso de poder ir al baño con tiempo suficiente para que se nos duerman las piernas por ver stories uno tras otro.

Con ellos la realidad es bien distinta. Porque para ellos el tener que cagar o cambiarte la copa menstrual mientras te cantan una canción es lo normal, lo obvio, lo evidente. El aseo solo es una habitación más en la que compartir momentos.

Nos han enseñado que el cuerpo y las escenas naturales deben esconderse, y aunque es decisión de cada uno marcar sus ‘hasta aquí‘ en eso del ser pudoroso, quizás deberíamos darle una vuelta a por qué la sociedad quiere que nos escondamos hasta en nuestra propia casa. Tampoco digo ir por el mundo en pelotas o tocándonos como mandriles, pero de puertas adentro, con las personas que queremos y con los que tenemos verdadera confianza, ¿por qué echar pestillos?

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Fotografía de portada