Mi jefe es un cerdo, y eso es algo que siempre hemos sabido.

En una empresa de comunicación como la nuestra, lo normal es que hubiera hombres y mujeres a partes más o menos iguales, pero somos todo tías. Cuando hice la entrevista, Julio se mostró claramente decepcionado por mi aspecto y me hizo comentarios indicando que en la foto del cv salía muy distinta, que eso de usar filtro para las fotos del cv, que eso no valía. A pesar de que esto me pareció claramente inapropiado y de que la única diferencia con la foto del cv era un poco de eyeliner y unos kilos menos, no le di importancia. 

Cuando empecé a currar me fijé en que toda la plantilla éramos mujeres bailando al son de Julio, el jefe, uno que se hacía tratar como tal: había que ir a su despacho a saludarle cuando llegabas, nunca llevarle la contraria, y priorizar cualquier tontería que quisiera él aunque hubiera cosas mucho más urgentes para hacer. Además, hablando con compañeras que llevaban más tiempo, me contaron de todo.

Cenas de empresa en las que les ofrecía drogas y luego desaparecía porque se había liado con la camarera que les había servido después de insinuarse a varias trabajadoras y no haber conseguido nada; mentiras que tenían que cubrir mis compañeras para que su pareja (porque sí, tenía pareja) no se enterara de algo (generalmente unos cuernos o un despilfarro absurdo de dinero), y muchas cosas más que le retrataban como un tío asqueroso al que no quieres acercarte jamás.

Pero claro, cuando es tu jefe, es muy difícil decidir qué estás dispuesta a aguantar para tener un sueldo decente.

La cosa es que esta gente despreciable también tiene familia, y fue su pobre madre la que, en un viaje a Italia, sufrió un paro cardíaco y la ingresaron de inmediato. Él lo dejó todo al instante y cogió un vuelo a Milán para estar con ella, lo cual nos dejó a nosotras trabajando solitas y en el paraíso. Qué a gusto estuvimos ese par de semanas, qué ritmo cogimos, qué paz, tranquilidad, y buen rollo se respiraba en el ambiente. 

Una mañana, Adriana, una de las veteranas en la empresa, apareció de repente con un cuaderno con tapas de cuero en la mano y con cara de haber descubierto algo. Lo abrimos y era un diario. Empezó a leerlo en voz alta. Yo, por muy cabrón que sea Julio, no lo hubiera hecho, pero tampoco estaba por la labor de intentar pararle a ella o irme de allí para no escuchar. No merecía tanto. Y menos, después de lo que estaba escrito allí.

Después de varios párrafos expresando preocupación por la salud de su madre, y un miedo enorme a que se muriera, descubrimos que Julio tenía un hermano drogadicto que intentaba sacarle dinero a su madre, y lo conseguía tantas veces que la estaba arruinando.

Nos miramos todas con cara de circunstancias, porque en realidad nunca te paras a pensar en el sufrimiento de alguien que se dedica a joder a los demás. Adriana pasó algunas hojas y llegó a un apartado en el que ponía VALORACIONES donde, sin nombres pero con números, hablaba de nosotras.

“3. Feminazi. Lesbiana? Buena comercial pero solo teléfono” 

“9. Sin sangre. Le falta un revolcón?” 

“5. Preguntar por qué ha ganado peso. Quitar de eventos. Importancia de imagen.”

“6. Revisar la baja. Preguntar cuánto le queda.”

Eran pocas palabras pero sabíamos perfectamente a quién hacían referencia. En el último caso, para que os hagáis una idea, era una compañera mía que sufría de una depresión horrorosa después de haber tenido un aborto de ocho meses. Y lo peor estaba por llegar.

Al final del cuaderno, después de un montón de hojas en blanco, escrito en forma de relato, o como si contara un sueño, el asqueroso de él se explayaba con un encuentro sexual conmigo. Como la peor peli porno que has visto en tu vida, así relataba él nuestro escarceo. No daba nombres, pero sí hacía referencia a mi tatuaje en la zona lumbar, a mi origen “exótico”, al gimnasio al que voy yo, y unas cuantas cosas más.

Teníamos que hacer algo, pero no sabíamos qué. Al fin y al cabo, le habíamos cogido el cuaderno y lo habíamos leído, y aquello podía dar un giro y ser nosotras las que acabáramos en la calle con un despido disciplinario.

 

(CONTINUARÁ)