El duelo no siempre es una línea recta.

 

Hay situaciones en la vida que duelen mucho. Pérdidas. Y una pérdida no tiene por qué tratarse únicamente de una muerte; se puede perder un trabajo, un amigo porque se ha ido lejos, un proyecto de vida porque terminamos en divorcio; se puede perder la casa, un sueño, la posibilidad de ser madre o padre; hasta nos podemos perder a nosotros mismos, la versión que solíamos ser.

Las pérdidas conllevan a un duelo, que será más largo o más corto, más o menos intenso y al que manejaremos de una u otra forma dependiendo de cada uno de nosotros, de los recursos con los que contemos y de las circunstancias que nos rodeen.

Creo que la mayoría conocemos -o hemos escuchado de- las etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión, y, finalmente, aceptación.

Lo primero de todo, es que es muy difícil asimilar la pérdida de algo que nos importa tanto, así que lo negamos, no es posible que eso nos esté pasando a nosotros; luego, a medida que vamos viendo que en efecto sí que nos está pasando (y a veces como un camión por encima), nos enfadamos aunque no sepamos muy bien con quién: con la vida, con esa persona que “nos está haciendo tanto daño” al dejarnos o al cerrarnos la puerta, con nosotros mismos por “no haber sido capaces de conseguirlo”…

  • Entonces intentamos negociar, ver si podemos hallar alguna solución, pero cuando nos damos cuenta de que no, nos sumimos en una profunda tristeza, en la etapa de la depresión; no tenemos ganas de nada, sentimos como que nuestro mundo se ha terminado, que no nos podremos reponer, que algo se ha roto dentro de nosotros y que lo que roto está, roto se queda…

duelo

Hasta que un día, lo aceptamos, somos capaces de hacerlo, lo cual nos permite ser nosotros quienes cerremos la puerta, y seguimos adelante.

Ay, los duelos… Qué difícil de atravesar son algunos de ellos.

Pero ¿y qué pasa cuando nuestro duelo no va en línea recta a través de esas etapas, como se supone que debería, cuando parece que en lugar de avanzar, retrocedemos, volvemos a una etapa que ya creíamos superada? Bueno, tampoco pasa nada.

A mí me llegó a ocurrir que, cuando todo era tristeza, de repente volvía a la ira; alimentaba mi rabia pensando en los defectos de aquella persona y en las cosas feas que me había hecho para convencerme a mí misma de que no me estaba perdiendo de nada perdiéndolo a él, y entonces, de vuelta a la rabia, o a veces incluso a la negación, cuando el dolor se me hacía casi insoportable.

Llegué a pensar que algo andaba mal conmigo, que me quedaría ahí pillada para siempre, pero al hablarlo con mi psicóloga, ella me dijo que un duelo no tiene por qué ir en línea recta, que es lineal, sí, pero que a veces esa línea se va convirtiendo en muchas curvas o a veces incluso, por tramos, en un círculo, formando un ciclo. Hasta que se sale de él.

duelo

No hay nada malo contigo, es normal que te duela, y que rabies, que llores, que todo se vea gris y que cuando parezca que empiezas a ver un poquito de color, sientas rabia otra vez, pero cada vez va a doler un poquito menos.

Lo mejor que podemos hacer es abrazar cada una de nuestras emociones (sí, como en la película Inside Out), enfrentarlas, por difícil que sea, sentirlas, para que así no tengan que volver a nuestras vidas a enseñarnos nada ni se nos queden dentro enquistadas.

Apoyémonos en personas que nos quieran bien y que sobre todo no nos juzguen; recordemos logros pasados, duelos pasados de los que logramos salir victoriosas, y sigamos un pasito a la vez, un día a la vez.

Los ciclos marean pero lo que menos necesitamos es juzgarnos nosotras mismas por no salir de ellos, y si vemos que de verdad no podemos, que lo nuestro en vez de ser una montaña rusa con un loop se está pareciendo más bien a un cable de teléfono de los antiguos de disco, y estamos atrapadas, busquemos ayuda, que para eso están los profesionales, para acompañarnos en el camino y mostrarnos herramientas que todo ese gris no nos deja ver.

Se puede. Siempre se puede. Si nos damos tiempo, siempre se sale.

 

Lady Sparrow