Esta es la historia de chico conoce a chica a través de un dron en la azotea de un edificio que se encuentra en el otro lado de su ciudad.
- En cuarentena.
- Durante una crisis sanitaria que impide salir a la calle.
- Sin saber quién es, qué tiene y qué quiere.
Parece que lo tiene todo en contra, y sin embargo y como hacen los valientes (o suicidas en esto del amor), se lanza con todas las ganas, sin ninguna certeza, y sin paracaídas. Y es que sabe que, por mucho que duelan las caídas, merece la pena saltar.
Logra contactar con la chica desconocida, una cita y, sobre todo, una oportunidad de vivir y dejarse llevar. Que las corrientes son mejores compañeras que contrincantes. A ver cuando nos damos cuenta.
El mundo se derrumba y él decide enamorarse. Con todo en contra, sin excusas ni escudos ( excepto el de una burbuja de plástico para verla), ni trampas
¿ no es así como deberíamos encarar todos el amor?. Y lo mejor, ¿no es así como deberíamos buscarlo?
El mundo ya se ha parado, podéis verlo desde vuestras ventanas. El eco resuena en todas las calles del universo. Donde antes había cervezas, risas y mucha vida, ahora hay vacío, mesas y sillas apiladas. El bar de la esquina está cerrado y yo, la verdad, solo tengo ganas de tomarme el café frío. Y saber que se ha quedado así porque estaba demasiado ocupada escuchándoles.
El mundo se ha parado y está comenzando a derrumbarse, mientras nosotros nos seguimos moviendo. Así que, ¿cuándo nos enamoramos? Y lo hacemos de verdad. Enamorarnos de todo lo que pueda haber en nuestra vida, por pequeño que creamos que sea.Porque, si en este mismo momento estás pensando en ello, puede que no lo sea tanto.
De las cañas después del trabajo. De estar en el medio de un montón de desconocidos cantando y saltando al son de la música del escenario secundario de un pequeño festival. De tumbarnos en el mar que visitamos una semana al año y dejarnos acoger por las olas hasta que no sintamos los dedos. De pedir chupitos de tequila fresa y que cada uno de ellos nos sepa mejor que el anterior.
Enamorarnos de nuestras metas, tener muchos fines, no alcanzarlos y tener que buscar nuevos. Lanzarnos al vacío de la incertidumbre y que las certezas nos empujen hacia delante. Hacer todas las cosas que quedaron pendientes, quedar con viejos amigos y reinventarnos de nuevo.
¿Cuándo nos enamoramos de él o de ella?. Sin prisas o con todas las ganas, como si fuera lo primero que hiciéramos en la vida. Llenarnos de primeras veces, sabiendo que puede que sean las últimas pero que para tu cabeza solo serán un preámbulo a lo que venga después. Dejarnos ganar en camas ajenas y desnudarnos fuera de esas camas. ¿Cuándo vamos a dejar de evitarnos?
Yo, como el chico burbuja, decido enamorarme aunque no implique decir “te quiero”. Hoy decido querer decirlo cuando lo sienta. Estoy abierta a todas las posibilidades si entre ellas me encuentro conmigo misma. Decido abandonar lo que me hizo el pasado, dejar de poner nuevas caras en fantasmas que me dolieron, decido acoger a mis monstruos y dejarlos ir.
Hoy entiendo que el escudo es lo primero que tienes que quitarte para ganar una guerra. Así que yo decido cambiarlo por un pañuelo blanco, ese que me he quitado de los ojos para ver el mundo mejor. Porque he decidido enamorarme. De mi vida. Mi rutina. Levantarme antes que el día y leer tanto que hasta los libros me aprendan. Escuchar diez canciones nuevas al día e intentar aprenderme (sin éxito alguno) una canción de rap. Hacer cada día único, a mi manera que al final es la vuestra y hacemos nuestra. Hoy decido querer intensamente, aprovechar cada oportunidad y sentir también la tristeza, si eso me hace estar un poco más viva. Querer sin expectativas, sin temor a que no me quieran de vuelta, entregarme a mí misma.
El chico, ante un mundo derrumbado, decide enamorarse. Yo le sigo ¿Qué decides tú?