Sí amigas, El Precio Justo ha vuelto pero no ha traído consigo a Joaquín Prat ni a nuestros abuelos sentados a nuestro lado en el sofá.

A nosotras, la generación de la nostalgia desmedida, nos traen, y actualizan, algo de nuestra infancia y ¡ays! Cambiaríamos nuestra smart tv, que ha sido bastante más cara que la que regalaban en el programa, todo hay que decirlo, por la vieja Telefunken de la que éramos el mando a distancia.

Creo que no miento si afirmo que todas recordamos a Prat con cariño y hemos intentado imitar miles de veces su famoso movimiento con el brazo que hacía tan sencillo y personal aquello de ¡a jugar!

Total, que ayer después de cenar, y de la novela turca que nos plantaron primero, ahí estaba yo pegada a la tele llena de emoción deseando ver el programa. También os lo digo, si ayer tenía la ilusión desbordada como un día vuelva El Grand Prix no puedo prometer no llorar.

Ahí estaba Sobera, el hombre de la ceja al frente de este reto y Larrodera a la voz, ¡qué importante es la voz! Mención especial al equipo de azafatas: la rubia, la morena y el chico. Que no se diga.

presentadores

Un aplauso para esas dos muchachas y el muchacho que acompañan a los premios con esa exageración gestual que esperábamos. Qué despliegue de gestos faciales, de comunicación no verbal…

El conjunto del programa es muy años 90, algo que mola mucho, aunque claro, el team nostalgia afirma que todo era mejor en los 90. Dicho esto, agradezco que no hayan modernizado el programa demasiado.

¿Habrá piso en Torrevieja? ¿Estará el coche? ¿Y el viaje? No recordamos lo que cenamos anoche pero todos recordamos esos premios míticos. Os lo digo ya: piso en Torrevieja no que para eso ya no estamos en los años dorados de la burbuja inmobiliaria, pero viaje y coche, sí. Que no se diga.

Los concursantes, con el buenrollismo elevado a la máxima potencia, que salían desde el público para intentar llegar al escaparate final, tienen un handicap en esta nueva etapa del programa: vivimos en el consumismo. 

En El Precio Justo original, el bueno, el primero, te ponían a adivinar el precio de una tele y como solo había una en el mercado y era un bien más que preciado, sabías la cantidad de pesetas que podía costar. Amigas, ahora te enseñan un plasma, te dicen que es Smart TV y venga, al lío.

Anda que no hay posibilidades. Que mi señor marido estaba al lado mío diciendo variantes y por un momento creí que se acababa el programa y él seguía allí enfrascado: si tiene esta opción vale más, si es de 55″ no sé qué, es que hay que saber la marca…

Os digo ya que el escaparate final no se fue para Albacete, lugar de procedencia del concursante que llegó hasta él. Se pasó de largo por unos miles de euros y allí se quedo el coche híbrido y el viaje a Estambul, entre otros. Yo también me hubiera pasado. Seguro.

 

Ahora que, también os digo, mi corazón está desde anoche con esa pobre señora a la que la pusieron como prueba adivinar el orden de más caro a menos, o viceversa, de tres objetos: una tumbona para la terraza, un futbolín para casa y la smart tv.

Desde la comodidad de mi cama yo lo tenía claro: Tele, futbolín y hamaca. En decreciente. ¿Por qué? Porque yo vi la tele y pensé ¡tope gama! Nada de mirar variantes. La señora eligió: Futbolín, tele y hamaca. ¿Y qué paso? ¿Qué paso? Paso que la hamaca costaba 890 euros. Tal cual.

Esa señora, cuando vaya al Corte Inglés y pase por la sección de muebles de exterior tiene que sentir un odio eterno hacía esos seres inertes que nos hacen la vida más fácil en la playa. 890 euros. Ríete tú.

El programa estuvo salpicado de bromas y comentarios buscando la risa facilona de la gente de a pie: «¿A ti te gusta empujar?» «Me pongo los cascos para no escucharte». «El morado va mal en este país», «Uys el rojo, a ver el rojo cómo va». A mí no me hicieron reír, pero estoy segura de que a la señora que tengo por vecina en el piso de abajo sí.

No podré ver el programa porque coincide con mi horario laboral pero por favor, ¡pegarme un chillido si hay un piso en Torrevieja en un escaparate final!

Tania C.