Debo avisar antes de comenzar con esta historia de altos vuelos que por favor, si alguna de las lectoras tiene vértigo, deje la lectura aquí, porque tal y como indica el título esto va, efectivamente, de un satisfyer volador.

Pero, ¿cómo es esto posible? ¿Corro el riesgo de que mi satisfyer también salga volando?

¡Tranquilas, que no a menos que seáis tan torpes como yo! Y es que, si mi pobre satisfayer salió volando fue porque yo misma lo tiré por la ventana. Ya, ya sé que no tiene mucho sentido, por eso mismo voy a empezar por el principio.

Resulta que este juguetito llegó a mi vida de la mano de mi pareja, que tuvo el detalle de regalármelo. Por aquel entonces él vivía aún con su familia y yo con la mía, por lo que nuestros momentos de intimidad se veían limitados a su coche, alguna vez puntual que nos podíamos permitir alquilar una habitación en alguna pensión de mala muerte o a las ocasiones en las que en su casa no había nadie, cosa que en la mía, al ser una familia más grande, ocurría con bastante menos frecuencia. Y fue en una de estas ocasiones en las que su casa se quedó libre cuando decidimos estrenar el cacharrito para gran regocijo suyo y sobretodo mío, que experimenté mi primer squirt aunque la sorpresa apenas me permitió disfrutarlo como es debido. Por tanto, decidí llevarme el satisfyer a mi casa, esconderlo bien y esperar a que se alineasen los astros y se diera la ocasión de probarlo por mi cuenta, a ver si conseguía repetir el squirt y disfrutarlo como la ocasión lo merecía.

 

Y llegó el día. Mis padres se habían ido, mi hermana tampoco estaba y parecía que todos ellos iban a tardar en volver lo suficiente como para que me diese tiempo a experimentar con mi nuevo cacharrito, así que para evitar empapar la cama como pasó en casa de mi novio y ahorrarme problemas, puse una toalla en el suelo del cuarto de baño y ahí me tumbé, me despatarré y me enchufé el satisfayer a la almeja.

Y entonces lo oí: un carraspeo en las escaleras seguido del inequívoco sonido de los tacones de mi madre encaminándose hacia la puerta de casa. Las circunstancias, entre las que se contaba el problema de que la puerta del baño carecía de pestillo, me obligaban a actuar rápido, así que me levanté de un salto, me senté en el retrete, metí la toalla hecha una pelota en el primer cajón que pillé y pulsé el botón del satisfayer para apagarlo mientras escuchaba a mi madre entrar en casa y saludar. Pero el muy cabrón NO SE APAGABA y mi madre, a cuyo saludo había contestado en mitad de mi penosa gestión de la crisis, se dirigía derechita al baño para contarme vete a saber qué movida, así que no podía pensar, sólo actuar: abrí de golpe la ventana, lancé mi estimado satisfyer sobre el tejado de enfrente y cerré justo cuando mi madre abría la puerta.

Por supuesto que cuando me vio agitada, sudorosa y jadeante me preguntó que qué me pasaba, pero una es ante todo una chavala de recursos y había sufrido lo suyo para no ser descubierta, así que salí del paso diciéndole que tenía un estreñimiento terrible y que me estaba costando ‘’descomer’’ más de lo habitual.

 

Por supuesto, en cuanto pasó la catástrofe se lo conté a mi novio, que se lo tomó a coña durante un buen rato y que de hecho estoy bastante segura de que no llegó a creérselo del todo hasta que volvimos a quedar y vio que no me lo llevé. Suerte que es un amor y en cuanto pudo me regaló otro que está a buen recaudo en el armario de la que es a día de hoy nuestra casa. Sin embargo, a día de hoy cuando voy a casa de mi padres no puedo evitar abrir la ventana del baño y contemplar el tejado de enfrente, si seguirá allí, si lo habrá encontrado alguien que haya tenido que subir por lo que sea o si lo habrá robado algún pájaro. Al menos me tranquiliza saber que si le hubiese caído a alguien en la cabeza me habría enterado.

Por cierto, por si alguna vez os veis en una situación similar recordad que hay que pulsar el botón durante tres segundos para que se apague, no seáis como yo y os quedéis sin satisfyer por ignorantes de la vida.

Con1Eme