El terror que pasé con mi ligue sonámbulo

 

Soy poliamorosa. Lo comparto antes de empezar a narrar mi historia, ya que es importante que seáis conocedoras de que, aunque tengo pareja estable con la que he sido madre, mantenemos una relación abierta y ambos practicamos el poliamor consentido. De esta manera, acostumbro a estar con varios hombres a la vez. Hace poco conocí a un chaval bastante más joven que buscaba exactamente lo mismo que yo: sexo. Su conversación no servía ni para preliminares, pero tenía ganas de catarlo en la cama (o donde pillase) y consideré que el sacrificio de escucharle hablar de sus clases y de fútbol valían la pena.

A pesar de tener una relación abierta, mi marido y yo hemos pactado no traer a nuestras conquistas a nuestro hogar familiar, donde criamos a nuestros hijos. Aclaro que mi amante era mayor de edad, pero vivía con sus padres. Por fortuna para ambos, se marcharon de escapada de fin de semana y la casa quedó tan libre como vacía para cumplir nuestras fantasías sexuales. Él quería tirarse a una MILF y yo mordisquearle el trasero, así que todo iba sobre ruedas.

No me voy a enredar a detalles. Follamos. Fue fantástico, memorable y acabamos derrotados, por lo que me quedé dormida a su lado. No soy de pasar la noche fuera de casa. Por costumbre, me ducho, me visto y me voy, pero aquella vez mis hijos estaban con mi madre y no me apetecía volver a casa con el insípido de mi marido (él sabe que lo llamo así, no sufráis por él. Quizá os cuesta creerlo, pero nos queremos). Estaba cansada y cómoda, cerré los ojos y me dormí. Mal. Fatal. Error.

“No me mates”

No sé en qué momento de la madrugada, me despertaron unos gritos de terror dignos de una película de John Carpenter. En la cama no había nadie, sin embargo, en la habitación alguien estaba pidiendo auxilio. Prendí la luz de la mesita y me vi al yogurín en una esquina, con expresión de pánico. No entendía nada. No sabía por qué tenía tanto miedo, de quién. En shock, empecé a escupir preguntas: “¿Qué pasa?”, “¿Qué viste?”, “¿Dónde está?”. Él parecía no escucharme. No sé. El caso es que seguía gritando. Cuando hice el intento de acercarme a él, semidesnuda y en actitud pacífica, él huyó de mí como si yo fuese ‘Jack, El Destripador’: “¡No me mates!”, chilló asustado. “¡No, por favor!”.

De verdad, ¿quién me mandó a mí a dormir fuera de casa? Incluso, mientras intentaba calmar al chaval traumado, eché de menos al insípido de mi marido. Sus constante llamada de auxilio, me preocupó. ¿Y si se presentaba la pasma y acababa la noche del polvazo detenida? Quise aproximarme para taparle la boca y el hijo de puta hizo por morderme. Hacía unas horas, yo quería moverle el culo y ahora él casi me arranca un dedo como si se hubiese escapado de The walking dead. Empezó a defenderse y entonces sí que tuve miedo. Aquel pirado, sumergido en una dimensión paralela al más puro estilo Lovecraft, estaba convencido de que yo pretendía hacerle daño y quería defenderse, así que fui yo la que empezó a huir de él. Me lanzaba todo lo que encontraba a su paso, incluso la lata vacía de bebida energética que se había bebido antes de darle al temario. A medida que podía, me iba vistiendo. Justo cuando me disponía a salir por la puerta, empezó a llorar y se tumbó en la cama hasta quedar dormido.

Mira, yo no sé si era sonámbulo o padecía terrores nocturnos; en Tinder, no tenía público el historial psicológico. Lo que sé es que pasé un miedo terrible y que desde entonces he dejado aparcado el poliamor.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.