Llevo muchos años usando redes sociales para ligar. Desde que era adolescente siempre ha sido mi medio favorito para conocer gente, y aunque por supuesto he tenido desencuentros, puedo decir que la mayoría de experiencias que he vivido gracias a Internet han sido positivas y satisfactorias.

Os cuento esto para que no penséis que soy una pobre ignorante a la que engañó el primer hombre que conoció por Internet.

Yo llevaba ya mucho recorrido cuando esto sucedió y era de las que pensaba que historias de ese tipo solo pasaban en películas… ¿cómo no iba a darme cuenta de que me estaban timando? En fin, vayamos por partes.

Conocí a Álex en una app de ligoteo hace un par de años. Me mandó un privado y lo primero que pensé es que era un perfil falso. No es que yo no suela tener éxito (que no me quejo, mis 90kg arrasan por donde pasan), pero en esa clase de aplicaciones no sueles toparte con tíos de 1,85cm, rubios, ojos verdes y sonrisa perfecta, las cosas como son. No le di mucha bola porque pensé que era un Catfish, pero él insistió en quedar desde el principio y bueno, por tomar un café y comprobar si era real no pasaría nada, ¿no?

Álex no solo era real, sino que era todavía más atractivo en persona. Además de guapo resultó ser divertido, educado y parecía muy interesado en mi. Os confieso que durante las primeras citas tuve la mosca detrás de la oreja, me parecía hasta cierto punto un poco extraño que el ‘hombre perfecto’ utilizase redes sociales para ligar y se interesase tan rápidamente por una chica como yo, que no encaja precisamente dentro de los cánones. Él se encargó de quitarme esas ideas de la cabeza, diciendo que eran mis propios prejuicios intentando sabotearme y que si él evitaba precisamente ligar en bares era para no rodearse de chicas que solo le querían por su físico, y no por su interior.

Le creí, claro. Después de varias citas intentando conquistarme, acabé rendida a sus pies y comenzó lo que fue durante semanas un idilio de película. Nunca he creído en historias de príncipes, pero os juro que yo me sentí como una maldita princesa esa temporada. ¿Cómo narices había tenido la suerte de encontrar al chico más guapo, amable y encantador del universo? Me dejé querer y enseguida me di cuenta de que además de todas las cualidades que ya conocía, Álex también parecía tener mucho dinero. Me llevaba a cenar a restaurantes caros, pagaba noches de hotel de lujo y enseguida hicimos varios viajes románticos en los que yo no tuve que pagar ni un duro. El sexo era el mejor que había tenido en mi vida con diferencia. ¿Me entendéis ahora cuando digo que aquello parecía una película de Antena 3 después de comer?

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Nunca me llevó a su casa, eso sí. Me comentó que vivía con su madre y que prefería mantenerla al margen, y aunque me pareció extraño tampoco lo cuestioné. El resto encajaba perfectamente, ¿para qué preocuparme por tonterías?

Fueron casi 3 meses de enamorarme cada día a cada hora, hasta que empezó a estar distante y evitar mis llamadas. Preocupada, le dije si le pasaba algo conmigo para cambiar de actitud así de golpe. Me instó a que quedásemos en persona, tenía algo importante que decirme.

Apareció en mi casa con mala cara y me abrazó nada más verme. Entonces rompió a llorar y me dijo que lamentaba su comportamiento de los últimos días, que había algo que le preocupaba demasiado y no sabía cómo decírmelo. Insistí, le dije que podía confiar en mi, y me dijo entre lágrimas que había hecho una mala inversión en su negocio, que de la noche a la mañana se había cargado parte de su patrimonio y que para empezar a recuperarlo necesitaba 2,000 euros y que no los tenía.

En ningún momento me los pidió, pero al verle tan roto me ofrecí a ayudarle. Ahora lo pienso con frialdad y me siento estúpida, pero os juro que sus ojos transmitían tanta tristeza y desesperación que volvería a caer una y otra vez.

Él sabía que yo tenía un buen trabajo y unos ahorros que me permitían echarle una mano, así que eso hice. Le presté el dinero y como agradecimiento tuvimos el mejor polvo que podáis imaginar. El mejor y el último. Y es que al día siguiente, ya con el dinero en su cuenta bancaria, Álex dejó de responder mis llamadas y mis mensajes, se lo tragó la tierra.

Me pasé semanas tratando de localizarle. Fui al banco a ver si podía recuperar el dinero pero fue inútil. Yo había firmado el ingreso, no podía deshacerlo. Entonces empecé a investigar con la ayuda de un amigo que se dedica profesionalmente a ello, y a descubrir una sorpresa tras otra.

Por supuesto Álex no era su verdadero nombre, ni tan siquiera tenía los 30 años que ponía en su perfil. Tampoco era un galán de telenovela, sino un timador profesional que se dedicaba a engañar a mujeres para sacarles el dinero suficiente que le permitiría poder aparentar con la siguiente. Es decir, utilizó mi dinero para conquistar a su siguiente víctima, para llevarla a restaurantes y hoteles caros y que ella pensase, como yo, que él tenía mucho dinero.

A estas alturas muchos pensaréis que fui tonta, que cómo no me di cuenta antes. Yo creo que casi cualquier mujer habría caído, de hecho, el historial del estafador contaba con decenas de mujeres, de las cuales contacté con varias y todas tenían perfiles con alta cualificación y trayectorias exitosas. No eran analfabetas precisamente, y sin embargo cayeron, caímos. Quizás porque queríamos creer en el amor, quizás porque era imposible no caer.

A día de hoy seguimos contactando a víctimas para poder hacer una denuncia conjunta y meterle entre rejas. Ya casi estamos. Mientras tanto, ‘Álex’ sigue por ahí conquistando mujeres con nuestro dinero.

Ana M.