La vida parece más sencilla cuando eres joven y estás enamorada hasta la médula. Actúas en función del aquí y ahora, de lo que quiere tu corazón en lugar de tu cerebro. Bueno, no pretendo generalizar, hablo solo en mi experiencia.

Porque yo lo siento así. Sé que nunca habría hecho lo que hice de haber vivido las mismas circunstancias tan solo unos cuantos años más tarde. Con la cabeza más asentadita y mis objetivos más definidos, como poco me lo habría pensado mucho más.

No obstante, las cosas se dieron de esa manera. Tenía veintiún años cuando hice las maletas y me fui a otro país sin hablar el idioma y sin haber acabado de estudiar. Creo que ni siquiera sabía muy bien todavía a que me quería dedicar. En ese momento lo único que sabía era que quería estar con él. El lugar era lo de menos, incluso si estaba a miles de kilómetros de mi familia, mis amigos y todo lo que había conocido hasta que me pidió que nos marcháramos juntos.

Él era mayor que yo, tenía un buen trabajo y estaba aquí por un contrato de un año, del que ya habían transcurrido dos meses cuando nos conocimos. Nunca se planteó quedarse en España cuando finalizara el proyecto. Su carrera era demasiado importante y, si quería seguir creciendo, tenía que volver a Alemania. Sin embargo, yo… apenas había empezado mi vida laboral y no tenía ninguna ambición en ese sentido, nada más allá de tener una nómina.

Así que me mudé, me apunté a una academia de idiomas, empecé a encadenar trabajos precarios y me quedé embarazada. Me pidió que me olvidara de trabajar, lo primero era lo primero y él se ocupaba de nosotros. Tuvimos dos hijos en menos de tres años y yo me centré en ellos al tiempo que intentaba mejorar con el idioma y prepararme lo justo para trabajar de lo que fuese en cuanto empezaran al colegio.

 

Mi relación de pareja empezó a hacer aguas siendo los niños aún muy pequeños, pero fuimos alargando lo inevitable todo lo que pudimos y no nos separamos hasta que nos dimos cuenta de que nuestros hijos estaban sufriendo las consecuencias. Creo que, en realidad, la que dilató tanto la ruptura fui yo. Por los niños (erróneamente) y por mí, ya que me daba pavor verme sola. Porque a pesar de llevar en el país más de una década, nunca me adapté.

No se trata solo del choque cultural, el estilo de vida y la barrera del lenguaje (la lengua terminé por dominarla, qué remedio). Ni tampoco de lo frustrada que me siento a nivel laboral o lo escasos que son mis ingresos. Es que no he conseguido superar la distancia con los míos. Me he sentido sola y desconectada desde que puse un pie en la escalerilla del avión la primera vez.

Emigré por un amor que se acabó y ahora no puedo volver por amor a mis hijos
Foto de Oleksandr Pidvalnyi

No me llevo especialmente bien con la familia de mi ex. No he trabado verdadera amistad con nadie. He vivido por y para los niños y apenas me he relacionado con nadie más. Como si, de alguna manera, yo misma no lo hubiera puesto todo para hacerlo. Como si hubiera sabido que este no era mi sitio y que acabaría por volver a CASA.

Pero eso no va a ocurrir, al menos no a corto ni medio plazo. Porque emigré por un amor que se acabó y ahora no puedo volver por amor a mis hijos. No he querido ni pensar en lo que tendría que luchar con su padre para llevármelos a España. Pero, incluso en el hipotético caso de que eso fuera posible, soy incapaz. Al margen de cómo me van las cosas a mí, ellos están bien aquí. No conocen otra cosa, mi pueblo es su lugar de vacaciones y adoran a sus abuelos, tíos y primos. Las dos semanas al año que están con ellos. Ellos son su casa de vacaciones, nada más.

Su vida está aquí; sus amigos, su colegio, su barrio. Su padre y su madre. Ni siquiera hablan español tan bien como deberían. Es difícil hacerles verdaderamente bilingües cuando solo tú estás por la labor.

Así que, aquí estoy y aquí me quedaré. Echando de menos a los amigos que fui perdiendo, a mi familia, viendo envejecer a mis padres a través de videollamada. Siendo una mera espectadora que solo puede interactuar con ellos en contadas ocasiones. Sola, aislada, triste y resignada, porque esto es lo que hay y nadie me tiene la culpa.

 

Anónimo

 

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