Cuando decidimos casarnos decidimos también que queríamos celebrarlo con nuestra familia y amigos, pero que no queríamos que nos hicieran regalo. Sin ninguna pretensión de ir de guais ni de juzgar lo que hacen los demás, a nosotros siempre nos ha parecido que el tema de los regalos de boda hace tiempo que se nos ha ido a todos de las manos. Es más, en la actualidad, para muchas personas recibir una invitación de boda es una putada. Y de las gordas. Puede que se alegren por la pareja, seguro que lo hacen. Es el tema de los gastos asociados a estas celebraciones lo que puede suponer un problema. Que si la ropa, la peluquería, el traslado y el hotel si tendrá lugar lejos… y, por supuesto, el regalo, claro. El regalo que, en la mayoría de los casos, es pasta. Una cantidad de dinero contante y sonante que a normalmente a nadie le viene nada bien soltar. En fin, que nosotros no queríamos que nuestra decisión de casarnos le supusiera un mal trago a nadie. Por tanto, cuando pusimos fecha y empezamos a comunicárselo a todos aquellos con los que queríamos compartir ese día, les avisamos también de que no se aceptaban regalos.

La verdad es que ni siquiera era parte de nuestro discurso, sino la respuesta a comentarios del tipo: ‘No habéis puesto lista de boda ni número de cuenta ¿cómo os damos el regalo? ¿En un sobre el propio día?’. A lo que nosotros respondíamos: ‘No, no. Es que no aceptamos regalos’.

Y la gente no lo entendía. Decían que cómo no nos iban a regalar nada. Nos preguntaban si podían comprarnos al menos algo para la casa y teníamos que decir que no otra vez. Porque llevábamos años conviviendo, no necesitábamos nada. Y tampoco aceptábamos ayuda para la luna de miel, ni para las fotos. ¡Es que la idea era que nadie nos regalara nada! No habíamos pensado ni por un momento que nuestros amigos y familiares se lo iban a tomar tan mal. Porque hubo reacciones de muchos tipos y casi ninguna fue la que esperábamos.

Hubo quien no nos dijo nada en la cara y luego fue por ahí rosmando que les poníamos las cosas muy difíciles al no dar el número de cuenta. No pocos optaron por entregarnos un sobre o una postal con billetes que, ante nuestro rechazo en pleno convite, acabaron dando a alguno de nuestros padres. Hubo quien hizo Bizum sin siquiera avisar, y además se molestó cuando se lo devolvimos.

Otros nos entregaron el día de la boda pequeños electrodomésticos, tarjetas regalo de El Corte Inglés y cajas tipo Wonderbox. Ah, también nos regalaron un par de juegos de sábanas, a la antigua usanza. Teníais que ver el batiburrillo de cosas que juntamos en el maletero del coche de mi hermano. Porque nadie nos dejó negarnos a aceptarlos. Nadie nos dio tickets para poder devolver nada. Por más que dijimos que no queríamos regalos, casi nadie quiso ir de vacío.

Nuestra magnífica idea se nos volvió totalmente en contra. Fue muy frustrante ver que no nos hacían ni puñetero caso. Creo que puedo contar con los dedos de una mano los invitados que vinieron a nuestra boda y no nos hicieron regalo. Porque esa es otra, olvidé mencionar que hubo algunos que no quisieron venir. Alegando que, si no les dejábamos hacer regalo, pues no pensaban ir. Y se enfadaron y no fueron. Y a nosotros nos dio mucha pena que la cosa hubiera salido tan mal. Que nuestra mejor intención se quedara en eso, en un intento de algo que al final salió con el culo. Y que acabó generando más problemas que si hubiéramos pedido el regalo en billetes nuevos sin marcar.

 

Anónimo

 

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